Translate

jueves, 18 de diciembre de 2014

Epicentro nocturno.

Siento polillas en mis entrañas cada vez que me invitas a desayunar, luciendo tu sonrisa de lobo feroz y acariciándote las clavículas de extremo a fin.
Y se me resquebraja el pecho cada vez que te me aproximas a menos de cinco centímetros, dejando que corran arroyos de sangre envenenada de amor.
¿Cómo no salivar tu presencia, pequeña? Serías capaz de ahogarnos con tus anillas o ahorcarnos con tus medias y tirantes.
Clara como el agua cristalina donde te interesa serlo, finges devoción por aquellos que sufren tu distancia y les brindas el frío que portas, que consigue calar hasta los huesos blindados.
Estás atrapada entre mi piel y mi alma, sí; o eso me haces creer.
Tu tacto de porcelana fina embelesa mis sistemas de reacción, los cuales obvian la mecánica que te retuerce y deshumaniza, productora de tus bufidos, arqueamientos y ronroneos.
¿Me salvarías de oxidarme en ese mar indómito de aleaciones? El titanio que te atraviesa es capaz de dejarme fuera de sí, de mí.
Acoges la primavera que avanza a ciegas, quien se golpea contra los muros de aire opresores de la libertad de acción. Y de tu hospitalidad se manifiesta la piel erizada que recorre columnas.
Me tienes a tus pies, besando el suelo que pisas, arañando el pavimento hasta que se desgaste mi piel, mordiendo tu aura en un intento de arrancarte la ropa.
Abro los ojos tan rápido como haces con tus labios, y desatamos un vendaval conjunto que vuela la tristeza y los problemas, abriendo paso a los paracaídas de sonrisas.
Soñaría toda la vida con poder dormir contigo, o en ti; con pasear sobre tus caderas contemplando el horizonte que se extiende a lo largo y ancho de tu espalda; con hacer música bajo tus costillas pronunciadas, o recitar poesía desde el monte a los cárpiatos; con inducir tu llanto a mi escurridiza pendiente cada vez que sientes que te falta el aire; y con domar tus crines enredadas por la gravedad, entre el fuego y la electricidad que posees.
¿Hasta cuántos centímetros me perforaste los fémures en la totalidad de su extensión? Tus cartas tienen el filo más letal que he sentido, las caras más delineadas que he visto y el movimiento más confuso de esta ciudad.
Pobre de aquel que espere saber, al menos una vez, cuándo, cuánto, dónde y por qué tejes tus pensamientos. ¿Juegas siempre con la suerte a tu favor?¿O más bien eres tú el joker de la baraja?

Antropomorfia.

No te digo cuando empiezo a sentir frío en el cuerpo y no estás para abrazarme y protegerme del invierno, que se hace eterno sin ti. No te digo cuando me doy la vuelta y deseo encontrarte sonriendo, con los ojos iluminados por el sol de mediodía. No te digo cuando escucho el portazo de la entrada y salgo a recibirte, como casi siempre que se me olvida que ya no vas a volver. No te digo cuando imploro que resuene el eco de tus pasos por el pasillo, con ese ruido tan característico, pero poco va a sonar ahora sobre el parqué.
No te digo cuando me despierto a cualquier hora y el silencio se acopla a mis labios, muda de ausencia y rota de esperanza. No te digo cuánto llega a molestarme si alguien ocupa la cabecera de la mesa, porque tú deberías sentarte frente a mí. No te digo cuando dejo un proyecto a medio hacer y nadie me grita que siga, el vacío que me recorre y paraliza durante segundos. No te digo lo estúpida que me siento cuando me visto a prisa y corriendo, y te llamo una sola vez en alto para no llegar tarde una vez más. No te digo que ya no me duele pasear entre lugares repletos de flores. No te digo que convergen la noche, la tarde, la mañana y el amanecer en una carretera a orillas de la costa. No te digo cuando vuelo bajo tu mente pero más alto que cualquiera, sólo cerrando los ojos mientras mi mente se colapsa de melodías. No te digo cuando me encuentro la cama deshecha y desordenada, mientras la rabia se apodera ante el frío que la cubre. No digo que no te quiero, porque pase lo que pase, me es imposible no quererte.

martes, 9 de diciembre de 2014

Asturcón indomable.

Ven, háblame sin horarios fijos, desvélame de madrugada con todas tus anécdotas que suelo escuchar, perturba mi tranquilidad con la alegría característica.
Ven, abrázame con fuerza, libérame de todo el peso que acostumbro a cargar, quítame todo el aire en un instante tan breve.
Ven, siéntate en el muro frente a mí, deja que te envuelva el salitre y la brisa marina, apóyate en el faro mientras sigues la trayectoria de las nubes.
Ven, camina manteniendo el ritmo, permite que te arrastre a lugares que nunca antes hubieses imaginado, acepta toda mi energía tal como es.
Ven, bébete el café con delicia, escóndete tras el ruido que te rodea, piensa detenidamente en todas las frases que he citado ya.
Ven, permite que se apaguen todas las farolas, afloja la tensión entre risas fluidas, quiéreme como nadie más sabría hacerlo.
Ven, acógeme en múltiples estados, procura aplacar mi tristeza infinita, sigue sorprendiéndote con mis metástasis mentales.
Ven, sonríe para desentonar con el resto del mundo, corta el aire con notas rítmicas improvisadas, concédeme la libertad de elección.
Ven, regálame la naturaleza y las artes inmortales, finge enfadarte cuando me burlo de ti con cariño, observa como me marchito bellamente.
Ven, acompáñame durante el resto de mi vida.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Secuestro de banco.

Voy a dejar que me atrapes entre tu piel y tu alma. Sí, me dejaré atrapar, en todas partes. Quiero que me mantengas en tu cabeza como mantienes todos tus conocimientos; y ahogarme en el mar de tus ojos, donde me puedo llegar a quemar. Quiero descubrir cómo se amanece enredada a tus sábanas estando tú tan despeinado, y luego desayunarte entre café y magdalenas.
Agótame hasta que no pueda siquiera respirar, y en dicha extenuación rebasa mis metástasis y hazlas estallar. Si vinieses tan pronto a mí, al igual que yo llego tarde a todas horas... ¡Qué eterno se nos haría el día, y qué corta la noche!...
Y bien sabes que muero por el hecho de que me verses entre susurros, que adoro que me rices el pelo, y que sería capaz de superar la vergüenza atroz a los cumplidos, sólo para que me digas: Eres un caso perdido. Pero qué remedio...Tendré que perderme contigo.
Quiero que me quieras, y me voy a dejar querer; pero no te lo pienses mucho, que podríamos acabar destrozando todo el romanticismo. Búscame en mitad de un plenilunio, con la tranquilidad de que si el marfil te roza, será lo más despacio posible. Y báilame la sangre de tus venas y el tango de Roxanne. Sosténme a sabiendas de que podemos caer, e idealiza que tus dedos de hierro se funden con mis omóplatos de estaño. Bésame la frente con apasionados sentimientos y depositaré, con alas de mariposa, mi cariño en lo más hondo de tu ser.
Quiero que me extorsiones la sonrisa que me sale al verte. Mírame y arráncame de nuevo la sonrisa autómata, la sonrisa despreocupada, la sonrisa nerviosa, la sonrisa electro-estática, la sonrisa espejo, la sonrisa descosida.
Que te quiero a mi lado, para un rato largo o para lo que nos de. Que te quiero con la media sonrisa, tan tranquilo por fuera y con hiperactividad interna. Que te quiero decidido, desgarrando el aire con palabras o con dióxido de carbono. Que te quiero en tu totalidad perversa y no pienso alejarme sin despedidas bonitas.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Dueto de cuerdas.

En estos instantes, dispuestos a confesar, abrimos el pecho, cerramos la garganta y dejamos que sean los ojos quienes hablen por nosotros.
Y nos gritamos en silencio lo que somos, lo que nos mostramos confiando el uno en el otro: heridas de guerra cicatrizadas, que aún duelen si se rozan, que aún saben a derrota. Mariposas negras, muertas. Reacciones químicas, que jamás llegaron a producirse. Relicarios de cenizas de difuntos. Rosas marchitas en pleno florecer. Mares embravecidos, teñidos de sangre. Huracanes con olor a salitre y gasolina. Diferencias existenciales entre A y B. Tiempo escupido al vacío de los años. Música en espiral que asesina los oídos. Poesía rota en medio de una ciudad. Errores jamás aceptados por las circunstancias. Distancia que se agolpa en las esquinas. Cofres repletos, ocultos a los mortales. Talentosos supervivientes del inframundo. Palabras que no llegan a ninguna parte. Lágrimas que nunca inundan pupilas.
Que tú y yo somos eso.
Decadencia y languidez, entramados de piel y huesos descosidos, corazones sin freno y marcha atrás, cigarrillos apagados por la lluvia, barbitúricos que no salen del cajón, memorias de almas en pena, último grito de libertad de presos, nitroglicerina sin envasar, soles fundidos en medio del desierto, barcos que han olvidado cómo navegar, cuadros que cuelgan ahorcados, sueños que no pueden realizarse, lugares de los que no se sabe regresar.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Alto voltaje.

Me pone cuando te muerdo los rizos y cuando te arqueas sobre mi cama. Me pone cuando presiono tus labios y me clavas los dedos en el antebrazo. Me pone cuando sonríes fugazmente y cuando te relames sin consciencia. Me pone cuando te aprietas contra mí y cuando tu voz llega hasta mis oídos. Me pone cuando tus dedos recorren mis venas y cuando se dibujan bajo tu piel las costillas. Me pone cuando escribes en mi espalda y cuando tarareas en voz alta. Me pone cuando me despiertas con un beso y cuando caminas sin ropa por la habitación. Me pone cuando bailas sin sentido y cuando me invitas a cerveza. Me pone cuando te apropias de mi cuello y cuando te desparramas en cualquier ángulo. Me pone cuando me hundes los dedos en el pelo y cuando tiras hacia atrás de mi cabeza. Me pone cuando me miras con enfado y cuando me abrazas la cintura. Me pone cuando deslizas tus piernas hacia mi regazo y cuando curioseas mis entrañas. Me pone cuando me prestas atención y cuando compartimos el champú. Me pone cuando rellenas el hueco vacío del colchón y cuando me observas desde tu altura. Me pone cuando callas violentamente y cuando aferras mis manos con dulzura. Me pone cuando hablas de tus manías y cuando suspiras ante el café. Me pone cuando te encoges de hombros y cuando cruzas los pies al sentarte. Me pone cuando muestras tu ira y cuando ajustas el titanio. Me pone cuando te vuelves pesimista y cuando te entra la inspiración. Me pone cuando frotas tu nariz contra la mía y cuando te bebes mi esencia. Me pone cuando me niegas algo y cuando hablas de poesía. Me pone cuando te estiras hacia todas partes y cuando respiro tu perfume. Me pone cuando me llamas si estás lejos y cuando enloqueces sin avisarme. Me pone cuando ríes sin control y cuando asciendes por mi costado. Me pone cuando respondes en silencio y cuando empequeñeces los defectos. Me pone cuando te lanzas de cabeza y cuando acortas el invierno. Me pone cuando valoras los detalles y cuando se te marcan las clavículas. Me pone cuando armas un rompecabezas y cuando chupas mi energía. Me pone cuando te agitas sobre las hojas y cuando me apresas entre las sábanas. Me pone cuando me muestras los secretos del hierro viejo y cuando lates al ritmo de mi respiración. Me pone cuando astillas la madera imprecisa y cuando soplas las velas restantes. Me pone cuando vuelas a ras de suelo y cuando desproteges la fragilidad de tus huesos. Me pone cuando renuncias a dormir y cuando pronuncias tu sentencia. Me pone cuando cuidas tu belleza y cuando confiesas tu pasión. Me pone, vaya que si me pone. Me pones tú, sin límites, sin tabúes, sin necesidad de entender, sin espacio y tiempo fijos, sin querer queriendo, enteramente.

martes, 4 de noviembre de 2014

Muerte del alma.

Antes de que se muera el firmamento,
recordarás qué fuimos bajo el cielo infinito,
anhelando la armonía de nuestros cuerpos.
Antes de que se extinga la luz,
parpadearás sobre la rueda de fuego del pavimento,
jugando a cara o cruz con dados de doce caras.
Antes de que se comprima el calor,
tiritarás a la avenida de tu sombra,
alzando los muñones de tus alas descosidas.
Antes de que me hayas visto,
ya estaré saliendo por la puerta,
renunciando a todas las promesas que te hice.
Antes de que vuelvas a verme,
ya habrás muerto y renacido,
conociendo todo el dolor que causan las ausencias.
Antes de que hagamos como si nada hubiese pasado,
ya habremos condenado al tiempo que no supimos congelar,
sintiendo la calidez en los labios cuando asomen los 'Te quiero'.

sábado, 25 de octubre de 2014

Psicosis destilada.

En noches ciegas que descubren maravillas, suelo caminar por calles heladas que se tiñen de luz de farolas y sombras proyectadas. Predominan las significativas derrotas, las tristezas sobre las alegrías y el dolor sobre la sonrisa, o debajo. Siempre acompañada de esa punzada agonizante que invade el pecho, en forma física y espiritual, sin poder localizar el foco del dolor; son ya tantas cosas acumuladas...
Como alma sin su cuerpo, siento el diafragma estallar cuando ahogo mis penas en alcohol, en un intento de encharcar los pulmones, mientras me escondo tras mis propios muros (barreras, barreras y más barreras): sonrisas que quiten hierro al asunto, tristes pupilas que procuro alejar, movimientos enérgicos que inspiren fuerza, pasos firmes que indiquen seguridad, lengua vivaracha que transmita desvergüenza.
Y si alguien cruza la frontera, no importa mientras no pueda extorsionarme para que hable. Todos los detalles se han quedado vacíos, hasta los más clásicos y románticos. Ya ninguna flor es capaz de arrancarme una verdadera sonrisa. Me recuerdan que estoy tan muerta como ellas... Así, pudriéndome con el aire y el arsénico que invade mis vénulas, consumiéndome como la vela que nadie se atrevió a apagar, deteriorándome en un futuro incierto de realismo.

jueves, 23 de octubre de 2014

Espejo de soledad.

Sólo bastó un instante de despreocupación para encontrar, tras toda la noche evitando cruzarme con seres magnéticos, el polo opuesto que irremediablemente me atrajo hacia él. En medio de un pasillo iluminado por neón estroboscópico, un conjunto de ojos verdes enrojecidos por el humo, pelo de lignito y sonrisa sardónica de tiburón se me quedó mirando, dispuesto a no dejar que llegase al final.
Decidida a salir de aquel claustrofóbico lugar, el cual encerraba toda la tensión de dos desconocidos con recuerdos compartidos, aproximé mi cuerpo con pasos rápidos y certeros al suyo de forma frontal, como si me dirigiese a estrellarme contra él. Con precisión y todo el espacio que podía aprovechar, me eché a un lado la medida justa para no rozarnos, un paso antes de estar uno junto al otro. Yo algo más hacia la pared, él algo más hacia mí; pude oler las sustancias que impregnaba su cuerpo y él examinar el largo de mi vestido.
Qué hubiera dado en ese momento por ser más inteligente y menos orgullosa. Cometí un error de falta ligera, pero al fin y al cabo, un error. Pensaba en los sofocos que sabe provocarme, con sólo deslizar un dedo entre mis omóplatos; en los gruñidos ahogados que suelta, como si de un perro de tratase, si acaricio sus labios con la lengua; en cómo había ignorado todo eso, sólo desvistiéndome con la mirada, restando importancia a cualquier encontronazo anterior, dejando que fluyese el momento sin capturarlo.
Estaba herida, decepcionada, abatida y, sobre todo, muy cabreada. Por ello, no supe reprimir los deseos de mirarle tres pasos más allá, siendo atravesado por una flecha en la diana de mis ojos. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me giré con las pupilas incendiadas y divisé, en el mismo punto donde el cerebro me había colapsado, a aquel tipo descarado, con la mirada electrizante y una sonrisa que pedía ser mordida.
Yo, mar fiero e indómito, me precipité a morir en las orillas de aquel satélite de vidrio, sorprendida en mitad de una pleamar que me ahogaba el corazón. Como el fluir del líquido inflamable que se apropiaba de mis arterias, me deslicé en silencio hacia mi intermedio final sólo acompañada por el eco de mis pasos, el aire que cortaban mis caderas, el ruido de música y conversaciones, el lúgubre pensamiento de una oveja esperando al lobo y el fingido porte de valentía y superioridad.
Así, cuando la voz ronca y gutural salió de aquella garganta, acariciando con la lengua cada sílaba dispuesta a posarse en mis oídos, perdí la vocecita interior racional y se abrió paso en mí, como un huracán devastador, el ser lujurioso, egoísta, entregado y desmedido que habita en cada uno de nosotros, gritando satisfactoriamente la palabra libertad.
Mirando con profundidad mis ojos, como si quisiese dar seriedad al momento, me dijo:
-Qué guapa que eres.-
Y aferrando delicadamente mis manos, examinándolas con la mirada, añadió:
-Joder... Si es que eres preciosa por todas partes.- al tiempo que hacía que mis brazos se separasen y diese una vuelta sobre mí misma, consiguiendo que mi largo cabello flotase como una nube.
Por suerte para mí, esas palabras no hicieron ningún efecto descongelante ni rompieron la coraza de bromuro; ya estaba acostumbrada a oír palabras dichas con los ojos ciegos, la mente vacía, la piel insensible y el alma muerta. Sintiendo la fría oscuridad de las noches, que se cernía amenazadora ante la falta de realismo, me aferré a mis anclajes y dejé que me invadiese por dentro, acusando la falta de lágrimas y amor propio, sólo susurrando:
-De la forma en que me quieres, no necesitas decir nada para tenerme.-
Con la tristeza reflejada en la luz que hay tras las pupilas, sonreí amargamente y permití que fuese otoño en primavera, encerrando todo lo bello que me quedaba en el más recóndito lugar de mí misma, dejando que se ordenara el caos, hundiera el helio, destiñera el azul, durmieran los gatos y callaran las sirenas.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Irreversible.

Buscaba en ti esa mitad cítrica que todos tenemos. Pero nunca fuimos de la misma gradación, porque cuando tú eras amarga, yo era dulce. Y cuando te intentaba echar azúcar, te ponías ácida.
Solía pensar que aunque no tuviese fortuna, era afortunado por tenerte; aunque te llevases todos mis tesoros, y me andases pidiendo más de lo que podía ofrecer. Aspirabas a más que la mortalidad ofrecida en cada uno de mis alientos; querías la luna, y entregártela en botellas, cartas y metáforas no era suficiente para ti.
Veías el mundo tras el cristal de bohemia más destrozado de todos, ansiando poder atravesar aquella retención que te separaba del obscuro, donde te querías perder sin importarte no saber regresar.
Siempre me decías que allí donde sentenciaba luz, existía oscuridad que me negaba a creer, porque sería demasiado doloroso para mí ver tu verdadera naturaleza. Decías que tu alma, en caso de tener una, era inmutable y estaba condenada al martirio. ¡Cómo te gustaba dramatizar y desdramatizar las cosas!
Por todas tus locuras, todos tus deslices, todas tus muecas, todos tus estallidos, todas tus distorsiones, todos tus silencios, todas tus sombras, todos tus desprecios; por cualquier idiotez te hubiera perdonado, si tus ojos demostrasen arrepentimiento, y no esa fría cólera orgullosa que te asola, cuando se habla de un nosotros.
La necrofilia, para ti, era algo metafóricamente bello. Me decías que tú le hacías, todas las noches, el amor a tus fantasmas. Los sacabas, de allí donde habita el olvido, a bailar; y entre nota y nota suspirabas quedamente, con las pupilas inundadas de sodio acuoso y los labios teñidos de carmín.
Mecías en soledad el fuego que te devora por dentro, al ritmo de vaivén de tus caderas, cuando se descosían los hilos y se abrían las viejas heridas nuevamente. Entonces, yo intentaba besarlas y tú me apartabas con un deje de desdén, dejando que se infectasen aquellas cicatrices que no me pertenecían.
Sostenida sobre los zapatos que nunca abandonabas en el suelo o cualquier otra parte de mi habitación, me dejabas varias veces con la palabra en los labios en un corto período de tiempo, y dando la vuelta con un grácil giro de punteras, tu indiferencia me cortaba la respiración, olvidando donde guardas la ternura .
Aparcaba toda mi rabia por verte sonreír, recibiendo como premio una mueca ingrata de burla. Tus sonrisas eran así: como bellas mariposas asesinas. Si no supiese leer entre líneas lo que decían, hubiese creído que la felicidad se desbordaba por las comisuras de tu boca, y no el real odio enfermizo existente que maquillabas.
Deseaba a voz en cuello, más ausente que omnipresente, que abandonases esos impulsos electro-químicos que te daban, tanto en la más absoluta calma como en la más agitada tempestad. -¿Cómo hacerlo? Dímelo.- sentenciabas gélida e irónica. -Si lo hago, destruiré parte de mi humanidad, y la persona que vieses, ya no sería yo.-

viernes, 12 de septiembre de 2014

Bucle temporal.

Ojos tentadores, labios mortales. Esculpida a cincel en cálido mármol, musa inspiradora de poetas muertos. Cierra los ojos y se deja llevar, otra vez al país de Alicia, donde ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos, ni los cuerdos son tan cuerdos ni los locos son tan locos, ni los caballeros mantienen las formas ni las damas pierden la cabeza, ni las putas usan ligas ni los santos son sólo remedios.
Cansada de que siempre la tuviesen entre la espada y la pared, arrancó de cuajo sus alas, culpables de intentar volar sin poder desplegarse, permitiendo que se desgastasen con el paso del tiempo en su ataúd. Y aún ahora, vuelve a colgarse del jirón de las sábanas que destrozó por entonces, para poder escapar de aquella habitación donde dormía profundamente una fiera.
Decidió escapar y conocer lo que significa libertad, sin saber que todo duele en exceso. Cuántas veces ha intentado volver a encerrarse y ya no salir, consumirse en soledad. Todos los errores se le han clavado en el alma como flechas envenenadas y han dejado cicatrices y restos de maldad en su organismo. Y no quiere abrirse de nuevo. No quiere que traspasen sus barreras. Pero es imposible que su corazón bondadoso se refrene mucho más, de nuevo deseoso de alzar el vuelo. Sabe que debe aguantar lo que pueda, mientras aún le queden alicientes de cordura, antes de que muera la oscura primavera.
La oscura primavera, que tantas veces la había salvado de que la destrozasen sin compasión. La oscura primavera que asolaba las habitaciones, donde la ropa caía al suelo como hojas de árbol, y florecían margaritas teñidas de sangre en la alfombra. La oscura primavera, que criaba cuervos que le besaban las pestañas, y descongelaba mares para que pudiese guardar más barcos hundidos. La oscura primavera, que enredaba madreselvas en el cabecero de latón, e incendiaba las sábanas donde habitaban pájaros de fuego. La oscura primavera, que teñía el silencio con gritos aullantes a la Luna y asesinaba el romanticismo con erótico humo de cigarrillos.
Morirá la oscura primavera, primavera larga que se apropia del verano, y lo exprime sin compasión. Llegará el mustio otoño, repleto de bosques tenebrosos acompañados por solos de violín, apestado de tiempo detenido que acecha infinito sobre las lámparas. Tornará el invierno azul, a rebosar de abrazos faltos de calor asfixiante reclamado, lleno de esqueletos de la vida que un día quiso probar.
Y volverá tal vez, una primavera exuberante de rosaledas sin flor, insectos ahogados en cloroformo y rayuelas de fuego en los charcos. O llegará otra nueva primavera oscura, mientras bailará al borde de un acantilado confundida y malherida, dejando de nuevo en manos de Fortuna su astillada cruz.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Retales de memoria.

Es ahora cuando me vuelvo a sentar, frente a una hoja de papel, y me vienes a la cabeza otra vez, impidiendo que pueda escribir nada más.
No me vienes a la cabeza porque vuelves a entrar, lo que pasa es que te descubres de las sombras por donde andas metido, mientras pienso en mi día a día: en lo que me voy a poner, en lo que tengo que hacer, en lo que voy a matar el tiempo... Desde que entraste, sigues ahí, nunca te has ido; y eso que he intentado desterrarte y echarte, pero eres más fuerte y te aferras a mi debilidad.
Por añadidura, estás anclado a esa máquina que hace ruido como un tic-tac de reloj, mientras bombea líquido rejuvenecedor por mis marcadas, fisuradas, marchitas y frágiles autopistas. ¿Cómo amar a otras personas, si sólo te quiero a ti? Aunque ya no quieras verme, dejes que suene el teléfono, pretendas deshacerte de mí. Aunque intente engañarme diciéndome a mí misma que ya has caído en el olvido, acabando con marcas después de un momento de compañía en soledad, desengañándome de que alguna vez fuiste importante para mí. Aunque bese otras mejillas, y mire a otros ojos, y corresponda a otra sonrisa, y aferre en plena calle otras manos, y acaricie otra piel, y huela otro perfume, y muerda otras orejas, y me esconda en otro cuello, y diga otras tonterías, y meta la pata en otras situaciones, e intente arreglar otros destrozos, y palpite con otra voz, y baile junto a otros pies, y abrace otros brazos, y llore por otra causa, y preste otra atención, y cante otra canción, y finja otro enfado, y burle otros besos, y sacuda otro cuerpo, y grite otra vez.
Si te digo que me parece que hace milenios que no nos vemos, con los mismos ojos, me dirás exagerada; y es verdad, pero de años va la cosa. Si te veo, ya no existe la misma felicidad llena de cariño y entusiasmo; esa que desbordándose por las pupilas, teñidas de un brillo especial, ensanchaba el alma y nos estrellaba el uno contra el otro; mis clavículas contra tu pecho, tus labios contra mi frente. Si hablamos, es de forma fría y monologar, lo que me mata, puesto que no intentan salir de tu garganta palabras de afecto, las que me hacían sentir querida en este mundo cruel. Ya no me siento entre tus piernas y giro la cabeza para mirarte, donde te encontraba observándome con una sonrisa de oreja a oreja. Ya no me tumbo sobre la cama y me recojo sobre mí misma, abrazándome las piernas triste; para tenerte enfrente, acariciándome las mejillas o rozando suavemente mis oídos, mientras susurrabas. Ya no me siento a esperarte en el muro frente al mar, donde solíamos sentarnos, de lo que sólo quedan testigos varios atardeceres y algunas lunas llenas.
Aunque aún dice mi esperanza que me quede quieta, que hoy quizás sí, he dejado de hacer muchas cosas, porque sé que no vas a volver. Estás bien dónde estás: haciendo las cosas que haces, visitando los lugares que visitas, olvidando lo que debes o no olvidar. Y no puedo reprocharte, porque eres feliz y yo quiero que seas feliz. Vas a ser feliz, allí dónde estés. Las cosas saldrán bien para ti siempre que quieras, eres una persona con mucha suerte. He visto tantas veces como Fortuna te guiñaba un ojo con complicidad...
Da igual cuantas veces haya intentado herirte, cuando la situación se desbordaba ante mí y se me iba de las manos, e intentaba dominarte con ojos fieros y lengua viperina: voy a cuidar de ti siempre; aunque no vuelvas, y con todas las disputas de por medio, todos los vaivenes de sube y baja. Y por muy en desacuerdo que estés, voy a querernos toda la vida; si tú no estás para salvarme, quién mejor para hacerlo que yo misma.

domingo, 31 de agosto de 2014

Pausas entre latidos.

No es bueno verse a uno mismo en los demás. No es bueno saber lo que los demás piensan de ti. Duele, y duele aún más si esas personas te importan. Duele que te miren con asco, más aún duele que te miren con decepción. Fallar a las personas que amas es lo más desgarrador en el alma.
Solemos hacer cosas sin pensar, de las cuales luego nos solemos arrepentir. Nos vemos obligados a coger el guante cuando nos golpean con él, estúpidos que somos... Entramos al trapo, y en medio de la disputa, nos despertamos como si de un sueño se tratase, y nos preguntamos: ¿Qué hacemos aquí? Somos seres más inteligentes que esto, ¿cómo hemos acabado accediendo a un instinto primario?
Nos decepcionamos a nosotros mismos, a las personas que queremos y a las personas que esperan algo de nosotros. Les fallamos, una y otra vez. Hacemos cosas, de las cuales no nos damos cuenta en su totalidad, y cuando ocurren, ya es demasiado tarde. Piensan que somos inteligentes, y lo somos; pero luego tenemos unas cosas de tontos e inocentes, como si hubiésemos nacido ayer...
No sabemos actuar de otra forma, y eso nos tiene bien jodidos. Nos decimos a nosotros mismos que tenemos la libertad de elección, que sólo nosotros decidimos qué hacer, que nadie puede forzarnos. Así, cuando llegamos, por ejemplo, a las rutas A y B, siempre elegimos la equivocada. La segunda vez que volvemos, nos recordamos que es la equivocada, pero es como si al vernos frente al camino, se nos olvidasen todos nuestros principios y cuál es la decisión correcta.
Entonces volvemos a fallar, entrando en una espiral  muy turbia, de la que acabamos saliendo a rastras, para meternos en otra parecida. Y, joder, queremos dejar a un lado los viajes espaciales. Queremos ir por un camino sin complicaciones. Pero ya nadie quiere ser nuestro guía, siempre acabamos perdidos, y como locos, nos encuentran en las mismas de siempre. Están ya cansados de siempre la misma historia, y es normal, les comprendo perfectamente. De aquí sólo podemos salir solos, no queda otra.
Tenemos que morir, para poder renacer. Tenemos que limpiar el interior de una vez por todas. Debemos cambiar la perspectiva, y el camino a seguir. Si debemos ser fríos, si debemos volvernos misántropos, deberíamos sacrificarnos así para hallar la paz. Todo sea por cambiar a mejor, por dejar de ser todo lo que siempre nos dijimos que jamás seríamos. Es el momento, y debemos empezar a tener presente los nuevos valores. No pensarlos y decirnos que ya los haremos mañana; sino verlos, creerlos, confiar en ellos y entregarnos a la causa.

lunes, 25 de agosto de 2014

El tiempo no perdona.

Y entonces, llega el día de después. El día en el que te tienes que mirar al espejo, sin vomitar ante tu propio reflejo. Mirarte con los ojos abiertos, la mente alerta y el alma preparada. Y no llorar. No sentir lástima por ese despojo de la sociedad, que se ahoga en estupefacientes y barbitúricos. Porque así lo has querido. Has querido convertirte en un ser que daña a los demás, y no se compadece de ellos, nunca. Nunca te compadeces de ellos, sólo de ti mismo: del dolor que sólo sabes causar, de la tristeza que te asfixia las venas, del aura insalvable que te rodea.
En verdad, jamás quisiste convertirte en eso. Siempre juraste que nunca te alcanzaría la oscuridad. ¿Pero dónde vas ahora? Mírate, con total visión de ti mismo, y juzga si eres un modelo a seguir. Dices que quieres cambiar, que quieres alcanzar la luz, que quieres ser una bella persona. Te lo propones, sin cambios. ¿Seguro que quieres cambiar?¿Que no estás cómodo en tu trono de espino? Si de verdad quisieses cambiar, ya lo habrías hecho. ¿Dónde vas, bala perdida?¿Tienen algún valor tus promesas?
Te acuestas por las noches con monstruos, temidos por los que habitan debajo de tu cama. Luego, hasta la saciedad, mantienes sexo sin cariño alguno, con aquellos que yacen con pupilas dilatas bajo tu cuerpo. Y te despiertas cada mañana, con esa sensación de vacío de afecto real y sincero. Porque ya no tienes alma. La perdiste hace tiempo, en alguna cama donde te desengañaste de que existe el amor.
Dejas la voluntad de ser alguien mejor a la puerta de cada habitación, apoyada en el exterior, para que no te moleste. Encima del colchón, sólo vas revestido de piel, teñido de lujuria, falto de compasión. Y te abandonas a la sobriedad de la oscura primavera, olvidando quién eres, quién fuiste una vez.
Por añadidura, jamás frenas ante nada, incluso si llegan las lágrimas. Aunque surquen tu rostro, sonreirás con esos dientes afilados, y les dirás a todos que estás bien, demostrando lo fuerte que puedes llegar a ser.
Porque te has convertido en un monstruo sin corazón, y ya nadie consigue salvarte.
Hay días aún peores, días en los que ves al mismo ser del espejo, y sonríes con maldad y satisfacción, recordando todo el daño que hiciste a quien, en el fondo, sabes que no se lo merece.
Cuando todo se quiebra a tus pies, se produce en ti la tristeza loca que te hace reír. Cicatrizan las heridas de los puñales que te clavaron, al igual que cicatrizan las costuras abiertas, donde tenías las alas. Se pausan los desbocados latidos, vuelves a desengañarte fríamente con la cruda realidad.
Las decepciones, una tras otra, vuelven a tu cabeza; y recordando que más de una vez estuviste jodido, te embarga la felicidad al comprobar que, esta vez, no te ha tocado a ti perder. Esta vez eres tú quien abre nuevas heridas, o que se creían cerradas; y se relame al comprobar que, sangre de color rojo escarlata, sale a borbotones del acertado objetivo, inundando todo con olor a nunca planeada derrota.
Bien sabes que la felicidad no es para siempre, que volverás a caer; pero mientras haya algo a lo que aferrarse, que consiga extorsionarte una sonrisa, vas a seguir por ese camino, aunque sea el más cruel y enrevesado. Si implica mostrar tu verdadero interior: árido, retorcido, devastado, tenebroso, monstruoso; lo harás igual. Por aquellos que te importan, por si quieren alejarse, asustados de lo que eres; no eres quién para retenerlos a tu lado, y puedes caminar en soledad.

martes, 19 de agosto de 2014

Cruz de azabache.

Es un alma perdida. Va a la deriva. Siempre fluctuando entre ánimas de vivos y de muertos, de muertos en vida y de vivos moribundos. Intentando arrancar sonrisas a todos aquellos que se han olvidado del calor que brinda curvar los labios hacia arriba. Pretendiendo animar con palabras suaves y llenas de afecto a esas personas con los ánimos por los suelos. Queriendo hacerles llegar todo el cariño que es capaz de entregar a estos espíritus desamparados en medio de la calle Soledad.
La conocí hace ya un tiempo. Diría si hace mucho o hace poco, pero el tiempo es muy relativo, pues depende del juicio de cada uno; lo que para mí puede ser bastante, para otros puede ser muy basto. Así que la conocí hace ya tiempo. Iba solo, vagando en medio de las calles, descansando en lugares donde me aceptasen. No estaba solo por falta de compañía, pues siempre tenía(y tengo) cuerpos a mi alrededor que dicen ser mis amigos. No hablo de soledad física, sino espiritual. No tenía a nadie que me comprendiese, que fuese sincero en sus palabras, y leal a sus creencias y pensamientos. Estaba solo, pensando tranquilamente en mis cosas, cuando irrumpió en mi vida como un huracán.
No sé cómo, ni cuándo, ni dónde, exactamente, me la crucé en mi trayecto. Sé que lo hice, que de repente me encontraba mirando a una joven esbelta y cuidada; bonita, como cuando uno ve un amanecer, en silencio sepulcral. No puedo explicar lo que sentí en esos instantes, pues me encontraba paralizado y extasiado, sin saber muy bien cual era la causa de ello. Instintivamente, la sonreí: me hacía feliz el hecho de que estuviese allí; y ella correspondió a mi sonrisa, con ojos alegres pero a la vez vacíos. Creo que en ese momento perdí aún más la cabeza. ¿Qué tenía que hacer alguien como yo para hablar con alguien como ella? Yo me encontraba frente suyo, sintiendo supongo que lo mismo que siente alguien cuando observa a un ángel caído. Porque yo la veía así, como un ángel caído, como si toda la dulzura y la tristeza del mundo estuviesen atrapadas en ese ser con cuerpo de fémina. Y aún no tengo claro de dónde saqué el valor para hablarle, en medio de las opciones de que hubiese respuesta o de que me ignorase. Fortuna se dijo que esta vez me concedería salirme con la mía, y en medio del suspense que se había formado en mi cabeza, mientras pensaba cómo retirarme lo más digno posible, surgió su respuesta clandestina, melosa y sugerente de querer entablar conversación. Y entonces ya no fue un huracán tormentoso, fue una agradable brisa marina con indicios de sotavento.
Mantuve una larga conversación con ella; al principio superficial, con temas casuales, bromas y gestos cariñosos; más tarde profunda, en la cual reinaba la seriedad en las palabras, como si lo que dijésemos fuera realmente importante. Pero en ningún momento dejó de sonreír, como queriendo quitar hierro a cualquier escabroso asunto, como intentando decirme que siempre estaría ahí para mí si la necesitaba, como transmitiendo la misma sensación que sentiría alguien al conseguir una ducha helada en el infierno.
Y no sé que pasó, sentí que me había flechado Cupido, un tipo borracho sin el permiso legal de armas. No quería eso, porque esa chica no me correspondía, no podía quererme; pero había sido herido y ya sólo podía curarme. Así que me impuse conquistarla, todo el tiempo que hiciese falta, hasta que ella me amase como yo la amaba. Me había cansado de sufrir, y sólo podía ver a un reencarnado Lucifer, el ángel caído, antes de llegar al infierno y coronarse como Satán. Su sonrisa alentaba, a que fuese para mí, la estrella guía del viajero sin rosa de los vientos; y tan perdido como estaba, quería una brújula especial para dejar de caminar a oscuras, de una vez por todas, por calles heladas hasta el amanecer.
Tal vez me impacienté, o cicatrizó tan rápido aquella herida, que pronto me vi libre de males y dejé que el cariño desbocado se esfumase de mi ser, que aquel divino espectro se ocultase, a medio camino entre su inicio y mi final, en las sombras que me rodean. Nunca sabré si llegué a conquistarla, si el sufrimiento que devoraba sus pupilas se debía por mi causa. Supongo que todo salió como jamás había sido planeado, porque nunca supe enamorarme de su tristeza infinita. Intenté quererla, dar lo mejor de mí. Pero no podía, estaba confundido, equivocado. Creía haber encontrado a aquella persona que, aunque no supiese su nombre ni la conociese, iba a salvarme.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Carrusel.

Cuando le veía, siempre tenía en los ojos relucientes diamantes, las mejillas encendidas y en la boca una sonrisa llena de afecto. Las manos abiertas, francas, esperando asir en un abrazo a su amante; y el pelo revuelto por el frío sofocante que le recorría la espina dorsal. La piel rebosante de júbilo, por poder frotarse contra su jersey de lana en los meses de invierno; y los huesos con sabor a sal, al sumergirse en el mar de sus pupilas, cuando subía la temperatura. El cuerpo marchito después de deshacerse de la ropa con ansia y copular; y el alma vacía en vez de plena, con un hueco lleno de ausencia de algo que no sabían conseguir.
Se detenía el tiempo, cayendo sobre ellos como un torrente de granos de arena, inundando el aire de revoloteos de insectos y aroma de hojarasca reseca. El viento aullaba en sus oídos cuando en medio de la tempestad, salían a navegar, sin temor a la tormenta. La tierra se afirmaba bajo sus pies cuando paseaban entre la densa alameda; luego, resquebrajándose tras las huellas que dejaban en el barro. El fuego interior se avivaba entre telas, e incendiaba las piras donde se sostenían el uno al otro. El cielo se tornaba, cubierto de esponjosas nubes, infinito; incitándoles a soñar, en acariciarlo con la punta de los dedos desde donde estaban.A veces, se querían; a ratos, se odiaban; a susurros, se decían te quiero; a voces, se insultaban; a latidos fuertes, se examinaban intentando comprender; a miradas gélidas, se tiraban los trastos a la cabeza. Pero no era suficiente, nunca era suficiente. Nunca antes lo había sido, nunca más lo sería. La conexión iba muriendo lentamente; se partía en cada fallo, cada imprecisión, cada detalle, cada aproximación. Vivían en un esfuerzo relativo, en un intento engañoso, en un mañana que no llegaba. Se jugaban escapar de aquel pufo, al todo o nada, y varias veces se jugaron la vida.Fueron tensando la cuerda poco a poco: unas veces más, unas veces menos; unas soltaban, otras hacían nudo; otras recogían, otras cortaban. Fueron tensándola hasta que quedaron casi unidos, mientras hacían equilibrio en la cuerda floja a 300 pies del suelo. Justo al ver donde se encontraban, dejando sus miedos y diferencias atrás, se aferraron las manos llenos de terror mientras que su único puente de esperanza y salvación, débil como estaba, se rompió precipitándoles inevitablemente directos a su futuro.Sus cuentos no hablaban de historias hechas de causalidad, y la suya había sido así: un imprevisto, un de repente que les había cogido por sorpresa y arrastrado como un huracán, un ahora o nunca que se terminó cruelmente, dejando escombros en el interior de devastados corazones y soledad en la habitación cerrada donde bailaban, esa que ahora les provoca claustrofobia. Uno de ellos quedó peor parado que el otro, como sucede en todos los casos; fue la desdichada víctima del engaño cruel en el que habían querido creer, hasta que el otro se dijo que eso no era real, que ya no más, y le abandonó a su suerte en el borde del abismo: dolorido, extenuado, acabado, descosido, gris, indeleble, roto, agonizante, desesperado, insalvable.Y entonces, la víctima, quiso crecer y aprendió. Aprendió que los errores son irreparables, que no existe un botón de rebobinar, que nunca se debe confiar del todo en alguien a quien apenas conoces, que no puedes esperar que te den todo por hacerlo tú. Aprendió y creció, siempre irrecuperable, siempre mortificado. Nada o nadie le salvaba; ni lo conseguiría mientras se siguiese culpando del cariz que habían tomado las situaciones. No conseguían hacerle ver que no había tenido la culpa, que era sólo una pieza del juego. Se odiaba a sí mismo, y aún más a esa reacción química en el cerebro, con bullicio de feniletilamina, que nunca se dignó a aparecer realmente.Desearía no haberle conocido, no haberle sonreído y comenzar a hablarle, no haberle dejado traspasar sus barreras, no haberle dado esperanzas de algo que nunca creyó que pudiera pasarle en su vida. Y sin embargo lo hizo, cuando apareció de repente a su lado, como un vendaval de energía satisfactoria. Dejó que lo hiciera como si fuese un ser pequeño e inocente que no ve maldad alguna. Y traspasó los límites de su ser. Se rió en su cara, delante de todos, y no hizo nada por evitarlo.Pero su opuesto sabía que no le guardaba rencor alguno, porque no puede hacerlo. Porque está a rebosar de bondad; es demasiado amable para odiarle. Porque aunque se aneguen sus ojos de lágrimas, jamás le culparía de ello. Porque nunca le importó la distancia. Porque le había elegido en su momento, y sabía que con sólo eso le haría olvidar la peor parte. Porque en el fondo sabe que aún le quiere.

martes, 5 de agosto de 2014

Arde el cielo.

El cielo sin estrellas, encapotado de nubes plomizas, cubre la ciudad esta noche cerrada. Los transeúntes que vagan en medio de la ciudad, queriendo sentirse vivos, entre delirios de alcohol y drogas, piensan que todo lo que pueden hacer es escalar, que las cosas sólo pueden ir a mejor, que esta noche es su noche y no otra más, que el mañana les depara un futuro mejor. Pobres ilusos de corazones destrozados por el dolor y la miseria, que buscan en el fondo de un vaso y de su condenada alma, frente a la barra de un local, un atisbo de esperanza. Se dejan la voz y la vergüenza mientras cantan en un repugnante karaoke, después de dejarse el dinero en posibles narcóticos, con cuyos restos se despertarán en la inmundicia del día después. El orgullo y la dignidad ya se los dejaron hace mucho tiempo, abandonados por despecho; ahora estarán pisoteados y mojados en la puerta de un bar, sirviendo de felpudo a sus sucesores.
En ese infierno sin sangre que se viste de ciudad, todo sueño o esperanza es incinerado, especialmente en los antros que frecuenta la peor calaña de la sociedad. Entre esos detestables lugares, donde los seres malignos que dicen que pueblan la tierra tendrían su reinado, se encuentra un deteriorado edificio de dos plantas, adornado con algunas florituras que están talladas en la piedra de sus paredes. Se recorta sombrío contra una lúgubre calle, asestada de luces de neón, provenientes de los más desvencijados inmuebles que alguien se pueda encontrar. La pintura desconchada en los marcos de puertas y ventanas resiste a terminar de descolorarse, mientras la mugre se arremolina en torno a los calcados pliegues y unos musgos, productos del descuido y la humedad, asolan una derruida fachada, antaño hermosa por lo que aún dejan entrever sus restos. La planta inferior está enteramente iluminada por lámparas que cuelgan austeras de techo y paredes, además de invadida por una melodía que es armoniosamente interpretada por un viejo piano de cola, música la cual recuerda a lo que imaginamos que debería escucharse en los salones del viejo y salvaje oeste. La planta superior se encuentra iluminada en algunas zonas, pero apenas emite luz, pues esta se esconde detrás de corridos visillos y entreabiertas persianas. Detrás de la luminiscencia, si las almas perdidas y distantes prestasen atención, escucharían ruidos quedos, golpes secos y gritos desgarrados, y aquejados del ruido para dormitar gustosamente, tendrían que esperar a que la mañana fuese herida para que el silencio empezase a teñir esa construcción.
Y es ahora, por las venas de la noche, donde enfrente de dicha edificación se nos presenta un joven con rasgos fuertemente marcados, dejando claro que hace mucho que pasó por él una incipiente juventud, deseosa de hacer estragos. Camina sin rumbo fijo, algo perdido tras haber decidido colocarse con lo más fuerte que un camello le había asegurado que tenía. No es un suicida, es un pobre diablo al que la suerte no le sonríe. Intenta recuperar una felicidad que le ha sido negada, en tugurios que apestan a humo y alcohol, mientras la luz tras los ojos se muere y se parte. Sin saber muy bien cómo, puesto que se ha adelantado a sus previsiones, ha acabado en los establecimientos del centro de la ciudad, donde el tiempo se desdibuja, la sangre se mezcla con sustancias inflamables y los caballeros pierden las formas. Sus ojos azules tienen la mirada perdida; sus finos labios mantienen una mueca que le hace parecer enfadado; su cabello negro y lacio, estrictamente engominado de forma que se mantenga un perfecto tupé, se aja con el roce de sus manos, que no dejan de peinarlo; su piel blanquecina se ve más espectral que de costumbre; su cuerpo entalla a la perfección dentro de unos Levi's oscuros, una camiseta blanca con cuello de pico y una camisa a cuadros, azules y blancos. Desgarbado, sin que nada parezca que le interese a su alrededor, busca compañía femenina otro día más, mujeres que han olvidado el sabor de unos labios sinceros cuando se muestra, en un sólo beso, todo el amor contenido; que han perdido el respeto por sí mismas y la fe en la humanidad, que vacían el cuerpo manteniendo sexo esporádico una noche; queriendo no recordar al individuo, la situación ni la tristeza al día siguiente, queriendo poder ver la vida de color rosa, y no del color que es, el cual no es otro que gris.
Sentada en la pequeña escalinata que da a la puerta de la construcción antes citada, una joven le observa, entre cautelosa y airada. Anonadado, él le devuelve la mirada, puesto que no la esperaba. No entiende cómo alguien tan bella puede encontrarse por esos andurriales. Tiene unos ojos almendrados de color avellana, con unas pestañas negras y rizadas. Sobre ellos, unas finas cejas oscuras se arquean en el punto justo para darle un aire de insolencia y provocación. El tabique nasal es recto y de ancho justo, con las aletas de las narinas ligeramente abultadas. Junto a sus labios, finos y carnosos, mezcla entre rojizo y rosado, tiene lugar un pequeño lunar que le da ligera gracia a su boca. Una cascada oscura de rizos, tal vez castaña, tal vez negra, le cae sobre los hombros hasta la parte baja del esternón. Las mejillas sonrosadas sobre su piel, de color hueso, destacan notablemente. Su rostro ovalado, anguloso en la zona de la mandíbula, termina en un mentón estrecho y afilado, el cual sostiene sobre sus manos cerradas en un único puño. Con los codos hincados sobre las rodillas, su cuerpo parece pequeño, frágil y menudo. La muchacha, al contemplar que el centro de su visión fija sus ojos en ella, sonríe con una sonrisa de dientes perfectos y blanquecinos mientras se alza, haciendo ver su larga y delgada figura proporcionada. Luce un entallado corsé azul oscuro de terciopelo con ramificaciones negras de encaje, unos ajustados pantalones negros de polipiel y unos bonitos Stiletto negros de altas plataformas. Mordiéndose delicadamente el labio inferior, se acerca con soltura mientras los rizos saltan y bailan sobre su busto, y al llegar junto al chico aferra una de sus manos y tira de él hacia ella, provocando la proximidad de los cuerpos, la mezcla de delicadas fragancias que cubren sus cuellos, el oscurecimiento y ampliación repentina de sus pupilas. Sin mediar palabra, se adentran en el viejo y desvaído edificio, y dejando la abarrotada sala del piano, ascienden por unas escaleras, hasta llegar a una puerta desgastada de caoba. Un ligero forcejeo es suficiente para abrir el paso a la estancia en penumbra.
Con destreza, el joven aferra la estrecha muñeca de su acompañante y consigue que de una perfecta vuelta sobre sí misma, como si bailase al son de una melodía que sólo ellos pudiesen percibir, tal vez los latidos desenfrenados de los corazones rotos. Delicadamente, con la otra mano aferra su cuello por la nuca y tira de él hacia atrás, dejando claramente visibles unas yugulares y subclavias azuladas. Parsimoniosamente, su boca se aproxima, dispuesta a acariciar y morder, besar y paladear, la fina piel que parece estar dibujada a grafito. Recorre voraz la enhiesta cerviz que se intenta ocultar entre las insondables nubes de su pelo, mientras las ávidas falanges ya empiezan a desatar el nudo que oprime el busto casi cincelado. Ella no dice nada, está como absorta, aunque sus ojos recorran el espacio acusadores y su mente calcule el tiempo con precisión. Grácil y ligera, se deja hacer mientras el susodicho la va despojando de la ropa cuidadosamente, y a su vez desviste el cuerpo amortajado de su opuesto, hasta que sólo quedan dos entramados de piel, venas y huesos.
En perfecta sincronía, se unen en un abrazo cálido y frío, letal e inmortal, verdadero e hipócrita, sediento y aplacado, enemigo mortal de los muelles. Entonces las voces se distorsionan, se funden y se alternan; las uñas conocen el tacto de la piel y el olor de la sangre; los esqueletos se resquebrajan y se reparan a golpes; los dientes se afilan y se clavan donde más sugerente es la carne; las mentes fluyen y divagan en el pasado perdido y en el futuro muerto. Y cuando sucede el tiempo detenido, se miran a los ojos, buscando más allá del sodio de las pupilas algo que les diga que no tienen por qué ceñirse al guión establecido, que les incite a revelarse contra el sistema opresor que les sacude, que habrá para ellos un hueco aparte en el mundo donde puedan ser libres. Pero nunca encuentran la luz alentadora que hay detrás de los ojos, y el tiempo vuelve a correr sin detenerse, ahogándolos en el aire embotado de oscuridad, invadiendo sus miserables vidas despreciadas, negándoles el amor que algunos dicen que aún existe. Y mientras él se marcha resuelto, queriendo no tener que despertarse jamás en un lugar así, ella se queda sentada sin inmutarse en la cama, rota y despedazada como todas la reinas de ketamina, mientras suena el portazo final que acusa todo cuanto es injusto en este mundo, tras llenarse la estancia de humo de cigarrillos y haber sido arrojado dinero contra una mesilla desvencijada.

viernes, 25 de julio de 2014

Meteoritos colisionando.

Y ahora, cada vez que me veo reflejada en los espejos, en los charcos, o en las ventanas, me paro a pensar.
Pienso en el pasado irrecuperable, en todo lo que he dejado atrás. Familia, amigos, conocidos, personas, y no sólo eso, también sueños marchitos, sueños volubles, sueños transformados.
Pienso en el futuro incierto de mañana, lo que está por llegar, en el cual no sé que haré, sólo espero alcanzar con éxito a los objetivos propuestos e impuestos, la gloria.
Pienso en el ahora joven dentro de los millones de galaxias, en el presente descoyuntado donde respiro mientras pueda, iniciador de grandes saltos, saltos que quedarán grabados en la memoria.
Pienso, dentro de unos días, el cambio que significará teñirse de un color artificial; pasar de un bonito castaño, dicen, con el que estoy preciosa, dicen, a un azul, dicen, que no me va a gustar, dicen.
Para mí es algo más que un color, un simple color inusual.
Hay personas que piensan en ese color como síntoma de un déficit de atención, de querer ser el centro de atención; otras como síntoma de un desorden mental, de sacar a la luz la locura interior; otras como revolución en esta era, romper las ataduras de la sociedad; otras como innovación a la moda, un canon novedoso a seguir; otras como un impulso sin sentido, la sensación de libertad de elección.
Yo veo en ese color un trozo del océano que puede ser tranquilo y furioso, océano que alberga sueños y esperanzas, amores arrebatados y sonrisas ahogadas, océano de misterios y maravillas. Veo en ese color el cielo que nos cubre, alcanzado en pensamientos, arrasado en memorias, iluminado por los astros, despreciado por los ingratos. Veo en ese color un soplo de aire fresco interior, el inicio de una nueva etapa, la determinación de la naturaleza del ser, la búsqueda y descubrimiento de la verdad.
Quiero determinar que hasta aquí ha llegado la vieja yo, un ser que se aferra a la esperanza, que busca ser aceptada, que da más de lo que recibe, que acata órdenes, que deja que la arrastre la corriente. Hasta aquí ha llegado estar para los demás cuando quieran, pero estar sola cuando les necesitas tú a ellos; ya no me voy a partir los nudillos por quien no daría ni la cara.
Es la hora del cambio que necesitaba, o que quería al menos, en el que voy a despertar al verdadero yo. Que todo lo que salga de mí, va a ser la más pura realidad. Y si grito, grito; y si sonrío, sonrío; y si me vuelvo loca, me vuelvo loca; y si lloro, lloro; y si gimo, gimo; y si me enfado, me enfado; y si enmudezco, enmudezco; y si río, río; y si me absorto, me absorto.
No quiero tener que esperar más por nada, ni por nadie. Quiero coger trenes sin parar, desconociendo a dónde me van a llevar, y no quedarme con la duda de a dónde habría llegado. Si me descarrilo, me descarrilé; no moriré con ello, cogeré otro tren. No perderé el tiempo en ideas absurdas; lo que se ve, es lo que hay, no soñaré despierta sueños que no llevan a ninguna parte. Tampoco haré cosas que no quiera hacer realmente, ni negaré mi personalidad, mis pensamientos; ante esa visión de mí misma, los que no quieran quedarse, no están obligados a permanecer. Además, buscaré la solución a mis problemas, como llevo haciendo hasta ahora; salvo que esta vez, hallaré la forma más efectiva y procederé con ella, aunque tenga que destrozar lo que se halle en medio. Esta vez, seré paciente, aceptaré mis errores; dejaré de saltar a las carótidas de los pobres inocentes que, realmente, no han hecho algo tan grave en mi presencia.
Ahora, ha comenzado el viento del cambio, el cual va a soplar a favor de avivar las llamas que emana el ave fénix dispuesto a renacer. Y el fénix renacerá de sus cenizas; el fuego arderá.

lunes, 21 de julio de 2014

Relicario de cenizas.

¿Quién soy?¿Qué quiero? No lo sé. No sé nada.
Pienso que sé exactamente lo que voy a hacer, que he determinado mi futuro, que los pasos de hoy me llevarán a donde imagino y deseo. Pero esos pasos son inestables, y lo que hoy parece oro, mañana te puedes encontrar con la sorpresa de que resulta estaño. Una decisión hoy, es el futuro dentro de unos segundos, enlazada con un mañana más lejano. Hay pasos que se deben dar muy seguros, que determinen lo que quieres ser o tener. Y hay pasos que puedes dar en falso, creyendo que no son importantes. Te puedes equivocar, como humano; más aún, errar es humano. Pero nunca te equivoques al pensar que una decisión es menos válida que otra; eso jamás. Todas las decisiones son igual de importantes.
No sé exactamente a dónde voy, dando tumbos, perdida en una mezcla de sensaciones mientras el mundo se pudre y se consume, la sociedad se ataca y se abandona, la vida se deteriora y se ahoga.
Ya no soy capaz de mirarme al espejo y notar la perfección, ya no consigo autoimponerme retos y volver a ser lo que era, ya no puedo arrasar inocentemente y amanecer acompañada de personas a quienes importo, ya no logro recuperar la personalidad arrolladora de antaño y preocuparme por quienes me importan.
¿Qué ha pasado?¿Por qué tengo la sensación de tropezar constantemente? He cambiado muchísimo. Desconcierta este cambio tan radical.
Ya no sé en qué creer, en quién creer y si merece la pena creer en algo. Sigo existiendo en cuerpo: siguen siendo mis huesos, mi piel, mis músculos, mis órganos; pero ya no los reconozco. Será la voluntad, la esencia, que los transforma, que me hace repudiarlos, viendo la función que poseen en estos tiempos quebradizos y entenebrecidos. ¿Sigo existiendo? Me veo tan muerta, aunque siga respirando, aunque fluya la sangre, aunque reflejamente responda, aunque grite en silencio...
La luz de detrás de los ojos, nunca se la he dado, pero he dejado que se apagara, que muriese lentamente, mientras intentaba atraparme a mí misma antes de caer. Nunca he sabido sostener las velas, hasta el más mínimo golpe de viento las ha apagado todas; por suerte, ahora ya estoy acostumbrada a ver en la oscuridad.
¿Cuándo decidió Fortuna dejar de sonreírme?¿Dónde está escondida la magia? Quien antes era entretenido, ya no consigue quitarme el aburrimiento; por quien antes corría para estar a su lado, ya no le quiero ni ver. Demasiado efímero, demasiado tarde. Sólo soy capaz de entregar recuerdos congelados, antes de que el tiempo se vuelva frío. Tal vez, si pudiese, estaría entregando eternamente recuerdos, pero los momentos pasan, la vida continúa, y me limito a vivir en el recuerdo. Lo que ves, ya ha sucedido, ya es pasado, ya no volverá, nunca jamás. ¿Ya me he olvidado de todo? Tengo recuerdos, aparentemente reales, tal vez modificados para mi bien. Diferenciar apariencia y realidad no es tan fácil como me han hecho creer. Puedo vivir en una mentira constante, engañándome a mí misma, diciéndome que todo saldrá bien siempre, como yo quiera.
A veces vienen a visitarme los fantasmas del pasado, en recuerdos o en escenas que yo querría que hubiesen sucedido, sin estar segura de que pudieron suceder. Me interno en la cama, entre sábanas frías, y sólo ellos pueden entrar. La ventana está abierta, la puerta cerrada, y la habitación revienta de música, poesía y estupefacientes. Espero pacientemente con los ojos cerrados, a veces deseando no abrirlos jamás. Pero siempre los abro, teñidos de memorias irrecuperables, acusadores contra el tiempo, cansados de parpadear entre la tormenta.
Y siento que he perdido, porque aquellos que se fueron, podrán amar a otras personas como me amaron a mí; pero yo no volveré a tener a alguien que me ame como ellos me amaron.

jueves, 17 de julio de 2014

Estallidos a destiempo.

Entonces la vi, apostada sobre el muro. Emanaba la seguridad de una chica que, confiada en la frágil existencia, deja que la vida transcurra, limitándose a ser partícipe sin intervención.
Su silueta, delgada y curvilínea, se recortaba frente al mar que ese día, embravecido, arremetía con furia contra el faro del rompeolas. El nordeste soplaba violentamente, haciendo que su pelo rojo fuego se esparciese en todas direcciones y se volviese a juntar, como una llama agitada reciamente por un soplo de viento, dispuesto a acabar con la fuente de luz y calor. Las nubes grises y negras provenientes del océano se aproximaban velozmente hacia la costa, augurando una incesante tormenta invernal.
Sus ropajes eran de colores fríos. Lo cierto es que no contrastaban en ese día sombrío; sin embargo, había algo en ellos que los hacía destacar. Era como si esa explosión de sombras procediese del devastado ser, como si la oscuridad surgiese del árido interior de la joven.
Se encontraba sola; no había nadie más en el paseo marítimo salvo nosotros dos. La soledad y furia latentes no me presagiaban nada bueno: sabía que la tempestad estaba a punto de estallar, pero no era lo único que me inquietaba. ¿Qué hacía esa muchacha ahí apoyada, sobre el muro de granito?¿Por qué tanta soledad?¿Cuánto dolor podría existir en torno a ella? No cesaba de hacerme preguntas; no le encontraba a aquello sentido alguno. Tan sólo estaba acompañada por su soledad, y no podía hacerme a la idea de que fuese cierto: siempre había creído que las personas como ella, con tanta vitalidad y seguridad en sí mismas, atraían en masa a los transeúntes desalmados que osaban cruzarse en su camino.
A mis pies, el suelo comenzaba a helarse y volverse resbaladizo, mientras que los nubarrones ya se cernían sobre el muelle, dispuestos a vaciar su contenido durante horas. Sin previo aviso, comenzaron a escaparse de esos espectros de algodón sucio relámpagos violáceos, cargados de... ¡Quién sabe cuantos miles de voltios contendrían! Jamás había visto antes unos rayos tan aterradores. La imagen me provocó temer por los dos, por mí y por la jovencita que, en esos instantes, se mostraba impasible al clima, sabiendo que si una de esas letales lenguas nos alcanzaba, no habría más latidos, ya fuesen lentos, rápidos o desbocados.
El céfiro, cada vez más violento, cada vez más álgido, dejaba de tener para mí el nombre de nordeste, mientras me recordaba más a una fría corriente del infierno. Entre los barcos, que se mecían más de lo normal, se formaban foscos remolinos: las cadenas de las que pendían las pesadas anclas y los cabos con los que se amarraban los navíos amenazaban con soltarse y dejar navegar la flota, que parecía dispuesta a desgarrar las velas y romper los casquetes, los timones y los mástiles contra los acantilados por conseguir algo de libertad. Las antenas ya comenzaban a pronosticar que las isobaras habían descendido sorpresivamente, mientras que en plena tempestad se formaba un vendaval perteneciente a un lóbrego huracán.
De repente, en aquel tártaro invernal, la joven con el cabello del color de los rubíes se giró de espaldas a la encolerizada perspectiva. Y me vio. Y la vi. Y los vi. Sus ojos: grises y limpios, pizarras tormentosas que reflejaban la desolación que se cernía encima. Y sus labios: rosados y carnosos, belfos provocadores, ligeramente abiertos mientras inspiraban entre dientes el aire glacial. Su rostro, enrojecido a causa del frío, era mortalmente bello a mi vista; y su cuerpo, estrecho a la vez que voluptuoso en los puntos exactos donde la juventud comienza a definirse y termina por extinguirse, sofocantemente arrebatador para mi consciente. Era para mí, no igual o menos digna que otras mujeres de ser la musa en un cuadro de Van Gogh, un tango de Gardel, una escultura de Miguel Ángel o un invento de Da Vinci.
Desde el mismo momento en que la vi, creí enamorarme y, desde luego, podía constatar con razones convincentes ese hecho. La quise, y me arrepentí de ello, pues sabía que nunca sería mía, que jamás podría tenerla, que volábamos a diferentes alturas y que vivíamos diferentes realidades. Me había condenado, por mi propia cuenta, a vivir atormentado. Dando un traspiés, me acerqué con torpeza a ella, justo en el condenado minuto en que comenzaba a llover. Quería asirla desesperadamente; me encontraba eclipsado y temía que se desdibujase con el agua. La lluvia arreciaba cada vez más a cada paso y esperaba, temeroso, que de un momento a otro aquella chiquilla comenzase a correr bajo el aguacero y se perdiese de mi vista, tal vez para siempre.
Cuán enorme fue mi sorpresa al contemplar que se daba de nuevo la vuelta para contemplar aquel horizonte de pesadilla, en lugar de ir a resguardarse del temporal bajo las cornisas de los tejados. Cuán pletórico y aterrado me hallé cuando, al detenerme a su lado y mirarla fijamente a los ojos, me observó con violenta calma detrás de sus largas y rizadas pestañas. Cuán grandiosa fue mi felicidad al escuchar salir de su boca, con una voz asombrosamente cálida y dulce: -Que se caiga el cielo, pero quédate.-

miércoles, 16 de julio de 2014

Bala de tungsteno.

Mira a quién estás intentando querer.
Soy buena chica, todos lo dicen. Pero ya no sé, siempre retorno al abismo, todas las noches vuelvo a no ser, vuelvo a caer. Termino por juntarme otra vez a causas perdidas, fundirme con fuego, unirme en esencia. Y me odio, y las odio, y quisiera escribirlas en mi lista del olvido, incinerarla, y echar las cenizas a volar. He dejado de reconocer en los espejos a la figura de antaño, tal vez se ha ido para siempre. En su lugar hay un espectro, fanático practicante de los siete pecados capitales, con una mueca en lugar se sonrisa, pupilas dilatadas por feniletilamina artificial, vicios en exceso.
Tiene que haber un pensamiento racional tras esa apariencia que te gastas de impulsivo, de espontáneo, de ingenuo. Deja de ver el mundo exterior, el físico, la cara bonita, la piel que cubre los huesos, el conjunto de voluptuosas curvaturas; y abre los ojos al corazón. Pero ábrelos bien, ábrelos en serio, ábrelos para ver todo con claridad. No puedes pretender vivir en una mentira, donde no existe maldad pura y cualquier hecho o acción está justificado. Eso no es vivir de verdad: es como si vieses las balas salir directas a tu pecho cuando aprieto el gatillo e imaginas, en esos instantes, que no tienen objetivo, que son inofensivas; imaginas que, en el fondo, hay una razón de ser o actuar justificada, aunque nunca la encontrases.
No eres tú quien, en mi renacer, como renace un ave fénix de sus cenizas, hará que ardan más rápido las llamas y así evitarme tanto sufrimiento, tanta tortura. No eres tú quien, después de tanto tiempo acostándome con cuantos quisiera, y amaneciendo al día siguiente sola, reciba el mejor de los buenos días que a alguien le podría desear, por el hecho de encontrarse a mi lado, al abrir los ojos, tras volver del letargo de Morfeo. No estás obligado a tener que soportar mis cambios de humor tan radicales, la risa loca e incontenida que, sin previo aviso, se transforma en un llanto desconsolado y desgarrador. No tienes por qué presenciar como destrozo mi vida, la agito y le doy la vuelta, la tiro al suelo y la piso, la pongo patas arriba, la recojo y la arrugo, la estiro y la reciclo. No hace falta que escuches mis lloros y lamentos, las enfermizas historias de amor fallido, los polvos de una noche cualquiera, la monotonía de lluvia tras los cristales, el fluir de líquidos inflamables por mis venas. No preciso que seas partícipe de ello, al igual que un espectador sin voz ni voto en un espectáculo, porque no eres importante. Si te vas, cierra la puerta al salir.
Si quieres, perdóname por no poder quererte, y si no quieres, da igual, haz lo que te convenga; ódiame, tal vez así sea mejor. Te lo he dicho y te lo repito, todas las veces que sea necesario. No me mereces, no te merezco, somos dos lunas.Y tal vez, puede ser, sienta no poder quererte. Quizás sea así, que lo sienta de verdad. O no.
Te niegas a ver mi verdadero interior. Siempre estás disculpándome, justificándome, intentando sacar a la luz lo bello que pueda quedar en mi interior. Aunque te odie, aunque te rechace, aunque te evite, aunque pase de ti, aunque calle antes de confesar, aunque haga de tu vida un infierno. Estás empeñado, pese a todo, en quererme. Yo estoy muerta, muerta en vida; tú no puedes cambiar ese hecho. Permíteme escapar de tus brazos, que intentan asirme en medio de un latido que no es real; permíteme irme de tu lado, que me agobia la proximidad asfixiante que profesas.
Todo es caos. No intentes pasar días sin dormir, no trates de cambiar. Conoce a lo mejor de cada casa, frecuenta a la peor calaña de la sociedad, haz lo que quieras; menos no dejarme escapar, para poder perderte conmigo y no volver.
Grítale al cielo que no me puedes odiar, pues no me voy sin dar explicación, no existe un vacío en el que desvanecerse. Déjame dibujar rayuelas con mis venas rotas, cuya sustancia arde por tu presencia, y aléjate; no me dejas pensar con claridad. ¿Qué hago yo frente a esos ojos verdes que me buscan todo el rato, que me admiran, que me suplican?¿Y que haré yo si tus finos labios intentan acercarse más de la distancia mínima de seguridad?¿Y qué habría de hacer si no puedo quererte como tú a mí, por más que me duela no poder ser empática? No quiero estar, no quiero fingir, no quiero tratar de quererte.

martes, 1 de julio de 2014

Llegar al sol.

¿Cómo quieres que me tumbe a tu lado y haga como que nada ha sucedido?
Si me acerco sigilosamente y, desde detrás de tu espalda, percibo que sonríes porque ya me has visto, mientras el mundo para mí vibra con la respiración que profesas cansadamente.
Si me coloco enfrente tuyo buscando ansiosamente cualquier contacto físico o mental, que me demuestre que no es un sueño y estás justo ahí, sentado con las piernas cruzadas.
Si te devuelvo la sonrisa y me inundo en tus ojos claros y profundos, que me enredan en el más profundo abismo de todo tu ser, que me impiden ver la luz del día.
Si tiras de mí, provocando que me caiga encima tuyo y te aplaste, y ríes mientras pegas tu rostro cerca del mío con los ojos risueños, soñadores, alegres, niños.
Si me abrazas fuertemente contra tu pecho, como si quisieses impedirme respirar, y con el rítmico sonido que generan los labios al posarse sobre mí, me besas las sienes.

Y no lo ves, me confundes: mi mente fluctúa en divagaciones incesantes y maleables, mi cuerpo se abandona a la suerte de estar a tu lado, mi ser se embota de todo el aire que pasa por mis pulmones, mi alma se alimenta de tristezas y alegrías.

¿Cómo quieres que permanezca a tu vera y olvide todo lo que ocurrió?
Si estoy a tu lado, pero estando sin estar ya que, ni yo pertenezco a tu mundo ni tú perteneces al mío, mientras nos conformamos con vernos tras el cristal.
Si te acaricio las manos y no siento la calidez de antaño, no siento la suavidad de hace tiempo, no siento tu mortal presencia, no siento que estamos vivos, no siento.
Si se palpa la tensión del ambiente, que nos aprieta forzosamente el uno contra el otro, como cadenas enrolladas alrededor de los cuerpos que se debaten buscando escapatoria.
Si contemplo admirada tu rostro aterciopelado, marcado por el dolor, sin que me permitas abandonarme en la dimensión donde me hallo y comenzar a llorar.
Si es ahora cuando me atrevo a abrir los ojos, que están ciegos de no verte, y maldigo la tardanza que he procurado en hacerlo, pensando que el llegar a tiempo no está hecho para mí.

Y no lo percibes, me desvelas; mi cabello se esparce y desordena con el nordeste que nunca sopla, mis huesos se moldean con cada presión que ejerces en ellos, mis pestañas se parten con el agua que emana de las copas vacías, mi piel se eriza cada vez que rozo lo intangible.

¿Cómo pretendes que te quiera y deje de lado el silencio del inmenso vacío?
Si con los ojos empañados, me observas sin reconocer a la persona que soy, a la persona que has moldeado, a la persona que has amado.
Si el tiempo avanza y pasa factura, te busco y nunca te encuentro, nos sobran los motivos para alejarnos,  llegamos siempre tarde cuando hemos de tomar buenas decisiones.
Si pretendes que, sin tu apoyo y protección, siga caminando apartada del dolor, sonriendo como una verdadera heroína mientras el corazón llora tu eterna huida.
Si llegaste al fondo de mi alma, sopesando que tal vez ya estuvieses ahí desde antes de que tuviese noción del tiempo, y en estos momentos te evades de la situación.
Si has roto dos cosas que nunca han de romperse, mientras trato de reír si lloro, y trato de llorar si río, porque sé que tengo motivos para hacerlo sin temor a ser descubierta.

Y no lo sientes, me muero; mi vida se consume como una vela que tilila en un rincón, mi aliento empaña los cristales de tu voz callada, mi esencia se encierra en su propio interior compadeciéndose a sí misma, mi libertad se desvanece en un desgarrador grito teñido de devastación.

sábado, 7 de junio de 2014

Reinventar.

En esa línea entre la vida y la muerte, un limbo donde vives sin vivir, mueres sin morir, y sólo tienes una función que te planteas seriamente si es o no útil: respirar.
Donde te dicen que los días son grises, que eso es lo que te abstrae; pero no, no son los días, eres tú. Tú estás gris, apagado, descolorido, desconocido.
Donde sonríes difusamente, sin estar alegre, como si llevases unas grapas en las comisuras de los labios. Sin embargo, nadie se da cuenta y todos piensan la suerte que tienes de ser tan feliz.
Donde los ojos se te llenan de lágrimas todos los días, se enrojecen y se hinchan, y duele mirar a tu alrededor. Por añadidura, nadie de tu día a día intenta fijar la vista en tu mirada esquiva.
Donde el cuerpo responde las señales nerviosas lentamente, y parece que tomas todos los días Valium por intravenosa, mientras solo hablamos de un poco de heroína. La mente se anexiona del cuerpo y flota.
Donde tus cabellos acaban cubriendo entre horas, y sobre todo al final del día, tu rostro demacrado sobre el suelo. Las lágrimas que recorren tu rostro enfrente al espejo mientras ves un despojo de la sociedad.
Donde la mente se fatiga al dar vueltas incansablemente a pequeñas nimiedades; nimiedades que tú, a diferencia del resto, consideras vitalicias. Y te gritan y reprenden por ello, mientras te estalla la cabeza.
Donde te dicen lo increíble que estás, lo que les gustaría compartir contigo, lo que darían por ser como tú. Con mirada perdida te cubres las muñecas, sabiendo que nadie prestaría atención a esas marcas de cortes.
Donde hablas de cualquier cosa que entiendas y te quedas quieto escuchando los problemas del resto. También quieres soltar un monólogo sobre ti, pero callas, pues nadie se dispone nunca a escuchar.
Donde bailas sin sentido una melodía que no se puede considerar realmente música, dada su escasez de notas. Aunque, a pesar de ello, no paras de hacerlo; estás intentando ocupar el tiempo vacío y monótono.
Donde vas el fin de semana al bar de moda y matas el aburrimiento, entre copa y copa te bebes la sobriedad. Sin reparos, dejas que te queme la garganta, que el veneno te mate lentamente.
Donde el aire te da en la cara y no refresca; sólo molesta, acompasado por el tráfico de coches que asesina tus oídos. Tras deambular todo el día de aquí para allá, perdido como un perro sin dueño.
Donde abrazas a quien te abrace, sin molestarte en esconder el vacío interior, haciendo creer al receptor que te está ayudando. Sobre el suelo firme que no refleja las mentiras que se dicen todos los días.
Donde dejas que te arrastren de un lado a otro y finges que te interesa el resto del mundo, cuando en tu cabeza son vagos espectros. Bajo el cielo que no les revela que cargan con un muerto viviente.
Donde huyes del trato social cuanto te sea posible; viajas a tu interior y te encierras con tus dibujos, tus historias, tu música, tu fotografía. Pero te vas y nadie se acuerda de ti, no notan tu ausencia.
Donde ríes cualquier cosa forzadamente o te limitas a proceder como el resto de las personas que te rodean, para que no descubran que eres diferente. Luchas por mantener intacta la máscara que recubre tu figura.
Donde planeas un mañana esperanzador que sabes que nunca aparecerá. Un mañana en que, como hoy, te destruyen las ganas de que alguien diga que te quiere y consiga que le creas.
Donde duermes con desconocidos, después de acostarte con ellos en una vieja cama, reduciendo tu esencia a lo más ínfimo y oscuro. De seguro que cuando despiertes no sabréis cómo os llamáis ni querréis repetir.
Donde desapareces entre las nebulosas intangibles que te rodean, ensimismado en la nada, perdido en el tic-tac de un reloj de cuerda. Te desvaneces fluctuante entre el oxígeno, nitrógeno, argón... incluso en ti mismo.
Donde esperas un milagro que consiga que vuelvas a amar, y sinceras tus sentimientos con aquel que te hace un poco de caso. Ante ti mismo prefieres obviar el hecho de que en verdad le das absolutamente igual.
Donde los besos se van, se alejan, vuelan entre las palabras ya inventadas que se profesan los amantes mientras juegan a herirse. Solitario intentas recordar el calor congelado de amaneceres acaecidos.
Donde la vida da igual, en una guerra constante de poderes enfrentados, entre esos reyes ciegos con semblante amargo aposentados en sus tronos de espino. No quieren abrir los ojos y ver la desolación.
Donde una razón para cambiar va enlazada de un par de días con sueños rotos y un corazón tiene que ser vendido para ofrecer algo mejor. El verdadero valor y belleza de la existencia humana se ha perdido.
En ese horizonte entre piel y hueso, donde se queman alas empapadas de salitre y hojas tejidas de escarcha, fundidas para forjar de su unión algo innecesario: el sentimiento de querer seguir vivo.

viernes, 30 de mayo de 2014

Último escalón.

Me preguntas si estoy bien, y yo sólo quiero gritar como nunca antes, romper el más duro diamante con un sólo estallido de todas las sensaciones que bullen y fluyen en mi interior, en el seno de mis pensamientos, en la tumba de mis raíces.
Quiero sacar la rabia, el dolor, la cólera, la felicidad, el amor, la bondad, la tristeza, la indiferencia. Quiero sacarlos y quemarlos en el sodio de tus pupilas, donde rodeada de una sustancia maleable de pinta escarlata y salina, me reflejo. Ahí mismo, al fondo de los cristales opacos del alma.
Clavas en mí gélidas dagas enmohecidas, recubiertas por una podredumbre que se extiende por todo el filo de la hoja y penetra en el corazón de hierro forjado. Las clavas hasta la saciedad, siempre intentando no hacerme daño y, a la vez, causar toda la destrucción que esté a tu alcance.
Siento estallidos en el pecho, paradas cardíacas que me dificultan respirar; que me hacen inspirar, en paulatinos intervalos, las que parecen ser mis últimas bocanadas de aire fresco; quedos espasmos, en un intento frustrado de que no sean el último aliento de vida, el que se da justo antes de apagarse la llama vital.
Haciendo caso omiso a las premisas, pretendo engañarme a mí misma, emponzoñando mi cabeza de reacciones químicas, anatomía y magnitudes físico-tempo-espaciales, buscando desesperada un saliente al que pueda aferrarme, como una tabla de salvación. Uno que logre explicarme, metódica y lógicamente, una excusa al comportamiento odioso que presento cuando te tengo cerca.
Aterrados, los soles negros reverberan con iridiscencia chispas de orgullo, chispas que luchan por no extinguirse, alentadas por la sed de venganza, el olor sanguinolento y la visión de una expectante victoria. Las retinas se abren desmesuradas, absorbiendo toda la luz que es capaz de filtrarse a través de los iris cristalizados por el frío que acecha. Una vez oscurecidas todo lo posible, recobran su tamaño natural para verse, de nuevo, irascibles.
Responden, tras todo el caos generalizado en esos breves instantes de apenas dos segundos, mis labios, que pasan de estar ligeramente entreabiertos a sonreír cansadamente, y profesar un sí mortal, con una sonrisa que muestra unos dientes dispuestos a arrancarte la garganta, si intentas ver más allá de ella; sonrisa durante un espacio temporal de cuatro segundos rozados por cuerpos de metal, mientras se agita la tempestad que precede a la calma en el mar bravío de mi mente, donde naufragan memoria y pensamiento y se debaten las tormentas eléctricas que asoman, si te atreves a mirar, al borde de mis ojos.
Entonces te acercas, sigiloso como una sombra, y me posas una mano sobre una de mis clavículas de estaño, mientras con el dorso de la otra mano acaricias delicadamente la mejilla donde, invisiblemente, recorre como fuego una lágrima que guarda todos los momentos que te has perdido por no estar a mi lado. Buscan contacto con los míos tus ojos, que ahora brillantes y empañados, quién sabe qué quieren decirme... Tal vez lo que tu garganta no es capaz de revelar. A la vez, sonríes vagamente sabiendo que te he mentido, quedando dolido por no haberte contado la verdad.
Te das perfectamente cuenta de que, en esos instantes, sólo quiero que me abraces y que no digas nada, porque no hace falta decir nada, porque así ya se habrá dicho todo. En cambio, no lo haces, porque si lo hicieses, dejaría de existir el tiempo, dejaríamos de ser tú y yo, dejaría de haber hielo en tus venas, y las isobaras perderían el norte. Y lo haces por ti, por mí, por lo que nos queda, porque todo se entreversa, por mis caderas con mariposas conservadas en naftalina, por tu espalda marcada como un mapa de arañazos.
Para resistir mejor los duros golpes que se van adhiriendo a tu cuerpo, y forman conjuntamente una pesada ancla, apartas las manos; aunque no quieras alejarte en ningún momento, porque te sientes complementado cuando bailas en la palma de mi mano si canto en tu cuello, porque hallas compañía en la soledad. Además, añades un paso hacia atrás, que significa más de lo que se aprecia a simple vista, pues simboliza toda la distancia que nos separa: una laguna, dos mundos, catorce besos de despedida.
Y mientras le digo adiós a los gatos que merodean tus callejones, me ves como siempre, como nunca: iluminada, preciosa, inteligente, cariñosa, grácil, adorada, divertida, deliciosa, enérgica, caprichosa, musa, presumida, liberada, hostil, puntillosa, espléndida, apesadumbrada, intensa, cálida, rescatada, inspiradora, perseguida, sabia, exquisita, alentadora, idolatrada, dominante, instruida, conmovedora, maniática, seductora, espontánea, déspota, admirada, detallista, exaltada, delicada, meticulosa, imperiosa, viva. Poesía que, perdida en sus versos adornados con arsénico, se marchita.
Deseas entonces, en ese momento, fundirte como cera, quemar como alcohol, consumirte como cigarro, volar como ave, morir como héroe, callar como mudo, observar como absorto, saber como sabio, amar como cuerdo, vivir como rey, hablar como letrado, dormir como noctámbulo, abrazar como oso, luchar como guerrero, conocer como culto, pesar como pluma, respirar como sereno, descansar como muerto, vencer como dios, reír como loco, y más aún que todo eso, deseas decirme: No te quiero, no me quieras.

martes, 20 de mayo de 2014

Forma material.

Odio tener que decirte lo que te voy a decir. A medida que leas esto pasará el tiempo y se irá acercando la hora en que nos despidamos. Eso es, nos tenemos que despedir. Y no te he saludado, mira tú.
Bueno, un momento, ¿nos tenemos que despedir? Ni siquiera he iniciado nada. Tú estás aquí por casualidad o curiosidad, y yo ya no estoy ahí donde crees verme.
En cualquier caso, lo que te quería contar, a mí misma también, es una cosa que no estoy segura de si sólo me pasa a mí porque estoy loca, o a todos y resulta que no soy la única que está mal de la cabeza.
Nunca me han gustado los finales, de ningún tipo.
Ni los felices, ni los trágicos, ni los obsoletos, ni los infames.
No me gustan. No me gusta la idea de que todo se acabe.
Cuando te cuentan un cuento, tiene un final, que limita muchos sucesos que podrían darse. Hasta "Las mil y una noches" tuvo su final.
A mí me gusta que las cosas sigan, que continúen, que no acaben con un "Fin". Los finales, por mucho que los maquillen, son tristes.
Nunca me han gustado los finales, es por eso que tampoco los principios.
Los orígenes tienen la culpa de todo, ya que, indistintamente, traen consigo un final que es imposible aplacar, hacer que nunca llegue.
Al igual que un ser humano nace y muere, porque tiene un empiece y un final designados, la vida (en sí misma, como unidad indivisible) ha empezado, y tocará a su fin.
Claro que, no sabemos cuando llegará ese momento, tampoco cómo será, y eso nos asusta. Los finales, sean como sean, nos desagradan.
Nunca me han gustado los finales, ni el "ahora", que aunque me fascina, no acaba de atraerme.
Donde existe un final, con su comienzo, existe un "durante". Ese "mientras tanto" me causa fascinación, me hace entregarme a él por entera, si he de elegir una parte donde quedarme atrapada.
Esa parte es el transcurso. Va ligada al inicio y al final, es quien da la menor impresión de que el tiempo sucede y se pasa. Es la parte que más se vive, la que yo más vivo intensamente.
Lo hago así, de esa forma, porque ya tengo un inicio y no sé cuando tocará mi fin; sólo puedo, sé y adoro, de esta forma, vivir, existir. Pero, tened en cuenta que, la forma en que ello funciona, no es diferente al resto.
Nunca me han gustado los finales, el modo en que dejan a uno o al tiempo trastornados.
Siempre se me han dado mal las despedidas, siempre destruyo la felicidad latente en dos minutos contados a tiempo de reloj. Me amarga la idea de que todo acabe así y me evado de la situación con burla o desprecio.
Me odio a mí misma por defenderme así del tiempo, del curso de los acontecimientos. No es bueno para nadie, ni para mí misma. Tanta aversión nos acaba por destruir.
A pesar de todo lo que pueda querer a una persona, siempre en una despedida que promete un mañana, acabo por tratar de herirle, para que, tal vez de los dos, sea yo quién menos lastimada salga.
Nunca me han gustado los finales, la sensación de vacío y las ansias de más que producen.
Al leer un libro, al ver una película, al jugar a un vídeo-juego, deseas fervientemente llegar al final, saber el desenlace de la historia, y a su vez nunca quieres llegar.
No, nunca quieres, porque sabes lo que te espera en la última palabra, la última escena o el último gráfico. Te espera un abismo colosal de silencio, que aumenta tus ganas de seguir y te ves frustrado al no poder.
Si fuera por mí, por ti, por todos, haríamos de cada acción que fuese interminable, llegar al final y, ¡sorpresa! Hay más, si quieres continuar, ¿a que no te lo esperabas? Yo tampoco.
Nunca me han gustado los finales, sólo las cosas que nunca han sido, porque algo que no ha empezado no puede tener final.
Quería confesártelo. Ya ves tú, a un extraño que ya no lo es tanto ahora que conoce una parte de mí(como son los labios parte de un rostro oculto bajo una máscara y, de imprevisto, se te muestra su color y forma). Conoces una parte por la que igual podrías reconocer al portador.
Simplemente quería confesártelo, aunque yo no exista en tu tiempo, ni tú en el mío.

martes, 13 de mayo de 2014

Purgatorio.

-En esta vida hay dos clases de persona: están las personas buenas, y luego existen también unos auténticos hijos de puta. Y yo sé qué tipo de persona eres tú.-
-¿Sí?¿ Y qué apostarías por mí?¿Qué crees que soy yo?- dijo ella con los ojos chispeantes, la sonrisa pícara de alguien que se cree superior al resto, que no le importa lo que le digan sobre sí misma porque ya se conoce.
-Te lo digo así, a susurros, para que sólo tú y yo nos enteremos- confesó su acompañante, acercándose a su oído, dispuesto a revelar sus pensamientos. -Estoy seguro de que eres una hija de puta. Sí, eso es, eso pienso. Pero creo que eres así para defenderte de los verdaderos hijos de puta, los que son así porque sí, que realmente saben cómo va eso de joder al resto; pienso que en el fondo eres buena persona, y las buenas personas son las que más sufren. ¿Cómo no querrías esconderte de alguien que te puede hacer vulnerable y frágil a ojos de todos? Luego vendrían todos a pisarte, de tan buena que puedes ser. Sí, yo creo que eres una hija de puta por conveniencia. Pero porque cierras el interior, no dejas que nadie lo vea realmente, que puedan arañarte el corazón. Todas las veces que ha podido parecer que alguien alcanzaba ese objetivo, no podría estar más lejos de la realidad. Eres un persona reservada, enigmática, interesante, y eso me gusta. Pero si estoy aquí es porque quiero conocer el verdadero interior, no la coraza de hierro que te pones todos los días, quiero ver a esa chica que a veces parece que sale a la luz. ¿Sale realmente?¿O es solamente una pequeña parte de toda la magnificencia de tu persona?-
-¿Por qué crees que hay otra yo? Es decir, ¿por qué crees que es una apariencia, un velo de ocultamiento?¿Cuáles son los motivos que te han llevado a esa conclusión? Y de ser así, como si de un personaje que sigue un guión predefinido yo tratase, ¿por qué estás tan interesado en mí?- rebatía ella, no dejándose confundir por palabrería que no albergaba sentimiento, manteniendo esa sonrisa de quien apuesta hacia lo más alto sin importarle perder.
-Por que me he fijado en ti desde la primera vez que te vi- admitió bajo la mirada de asombro de la chica que estaba enfrente suyo, que le estaba prestando toda su atención en esos momentos. -No podemos negar que tu bien apreciada figura ha ayudado. Pero me he fijado más interiormente. Mientras tú sonreías, yo te observaba. Mientras tú aleteabas las pestañas con parsimonia, yo te observaba. Mientras tú complacías con frases ingeniosas y graciosas, yo observaba. Mientras tú acariciabas las palabras con la lengua, yo te observaba. Mientras tú cantabas con la música, yo te observaba. Mientras ibas de un lado a otro, yo te observaba. Mientras alternabas las copas de alcohol, yo te observaba. Nadie te ha quebrado el corazón, nunca nadie ha llegado tan adentro, pero soy una persona persistente. Confío en que me des la oportunidad de conocerte bien. ¿Que te cansas antes de tiempo? Vale, no importa, estoy acostumbrado, la media oscila entre una semana y un mes. Pero mientras no te canses, ¿por qué ibas a impedirme descubrirte?- iba diciendo mientras intentaba aplacar la sed de mantenerse firme en su postura de la fémina.
-Por que no soy buena para nadie. A veces no soy buena para mí misma tan siquiera. Y sí, me cansaría de ti enseguida, y no quiero decirte todas las cosas negativas que tengo en mente de ti, no quiero herirte, no te mereces que alguien como yo te haga daño. Aunque digas que no te importa, normalmente las verdades objetivas duelen. No me busques así, no estuve, ni estoy, ni estaré. Si te necesito, si me apetece, yo te buscaré. Mañana sabré si todo esto se puede considerar o no un error, y mientras, confiemos en el futuro, cada uno en la meta que desea alcanzar, cualquiera que sea. Sin que contestes, ¿qué te hace pensar que nunca me han roto el corazón? Un corazón se puede romper de muchas formas, y aunque me consideres una señorita de acero, no soy menos o más que cualquiera. Pero no hablemos por hoy más de esto; la noche está para disfrutarla y esta ya está herida de muerte. Vayamos a buscar otro bar donde podamos perdernos entre, cada vez más, extraños y estupefacientes.-

jueves, 8 de mayo de 2014

Trébol de cuatro hojas.

Voy a hablar, a dedicarle una de las mejores cosas que por entonces puedo hacer, una entrada.
Querida, y queridos, nadie, ni vosotros, ni yo, ni siquiera ella, es capaz de imaginarse lo maravillosa que puede llegar a ser.
La conocí... Me encantaría decir, para que quede bonito: 'más tarde que pronto'; pero os engañaría. La conocí 15 años atrás; yo era inocente, ella otro tanto, conectamos enseguida. La vida, digámoslo así, había decidido unirnos en un período de tiempo preciso y exacto para que nuestra recién nacida amistad se hiciese, con el tiempo, fuerte, inhundible, irrompible, verdadera, lazo de hermandad, alianza de sangres.
Ella era fuerte, arrasaba donde pasaba; yo... no tanto, digamos que nada, era un ser inestable, voluble, desequilibrado, los que me conocéis podéis afirmar que sigo siendo así. Lo que yo tenía era otra cosa.

Ella tenía la fuerza y las dotes de mando, yo tenía el coraje y las ganas de vivir. Ella tenía un ojo de cachorro y otro de león, yo los oídos como túnel de tren. Ella poseía el tacto en los modales, yo una lengua viperina que dejaba helado. Ella poseía una mueca que escondía una sonrisa, yo una sonrisa que escondía el dolor. Ella hacía amistades fácilmente, yo repelía al resto con los puños y dientes apretados. Ella quería llegar a lo más alto, compartir sus logros, yo apartarme del camino y poner la zancadilla a los que intentaban ascender. Ella cantaba como los ángeles, yo silbaba como un oxidado silbato. Ella reinaba en la tarima, yo me pegaba a la pared y esperaba a que pasasen las horas. Ella caminaba segura de su éxito, yo me la jugaba siempre al todo o nada. Ella abrazaba a quien necesitaba un abrazo, yo reía las desgracias del resto. Ella compartía sus cosas y tenía quien le dejase las suyas, yo cogía las del resto sin permiso y gruñía si querían recuperarlo. Ella se veía aceptada, yo un bicho raro. Ella brindaba con zumo y galletas, yo esperaba a que llegase el momento de hacerlo con la sangre de mis futuras víctimas. Ella era querida entre las personas, yo aullada por la soledad. Ella era una señorita cuidada de la clase alta, yo una dama de compañía de los bajos fondos. Ella jugaba las cartas al por mayor asegurando la partida, yo me tiraba faroles y por si acaso, guardaba un as en la manga. Ella impedía que nadie se sintiese menos que otros, yo pisoteaba el orgullo de los demás si me llegaba la oportunidad.

Ninguna en el fondo ha cambiado, por terquedad tal vez, o por vagancia, quién sabe, ni siquiera yo. Lo que sé es que la quiero con locura, que siempre que la necesito está ahí para mí, y nunca falta un día en que me dice "¿Vamos a tomarnos un café y charlar?". Sé que no habrá ningún momento en el que diga que no la echo de menos, y que es una de esas personas con las que voy a muerte, le pese a quien le pese, le joda a quien le joda. Sé que me falta mucho por conocer de ella, que realmente lo que os he dicho es solo un 5% de lo que ella es por entera. Sé que si me faltase o fallase, perdería la fe de nuevo; como en otras ocasiones que, con suerte, ella no ha tenido que ver; y me costaría recuperarla, esta vez más que las otras veces. Cuanto más alto, más dura es la caída, y apostar por ella ha sido una de mis mayores envites, pero con la certeza de que voy a salirme con la mía y ganar.
El tiempo pasa, cierto, y las canciones se olvidan, por desgracia. Pero los recuerdos perduran cuanto más importantes son; las palabras no se las lleva el viento si las atamos con una cuerda a nuestro meñique; la felicidad puede ser más latente cuanto más lejos la sienta, te sienta, sabiendo que allí donde esté tu tesoro, estará tu corazón; las promesas no se rompen si hablamos de nosotras, de lo que hemos vivido y lo que nos queda por vivir.
Oye, corazón, ¿te acuerdas cuando con 7 años me invitaste a tu cumpleaños? No te haces a la idea de lo muy feliz que me hiciste. Donde nadie quería posar los ojos, ¿qué fue lo que encontraste tú? Donde algunos escupían, ¿qué fue lo que hallaste tú? Donde todos evitaban pararse un rato, ¿qué fue lo que descubriste tú? Creo que empecé a descubrir lo que significaba el precio de la amistad, aunque no me diese cuenta. Que si hay alguien para toda la vida, tú eres de esas personas. Y realmente, ¿sabes? No me acuerdo que día decidimos hacer pública nuestra amistad, dejar las cosas claras, imponer unas normas. Pero me da igual, porque soy feliz teniéndote a mi lado, y creo que no ha existido una sola vez que nos hallamos enfadado, y espero que nunca la halla, aún sabiendo que sabríamos solventar cualquier temor o duda y seguir adelante, sin tener que empezar desde cero otra vez.
No me faltes nunca, por favor, y esto no es sólo una súplica, también es una daga de doble filo, en la que mantiene en el dorso una promesa que jura y perjura ser siempre fiel a ti, por y para la eternidad.

viernes, 2 de mayo de 2014

En la piel.

Vuelve.
No lo soporto.
Te veo, te siento, y estás, en cambio, tan lejos.
No consigo olvidarte, no quiero olvidarte.
Mi habitación está empapada por tus recuerdos, cada rincón esconde alguna de tus caricias.
Es en noches como esta cuando me apetece que aparezcas por la puerta, con una sonrisa que te llena todo el rostro y que hace pensar que no hay nada de lo qué preocuparse; me apetece que te internes en mi cama, buscando mi calor, dándome un abrazo que haga se se me rompan y suelden las costillas a cada segundo. Que me mires a los ojos, me des un beso en las sienes, y consigas hacerme llorar, depurar el dolor interno, y prometerme que vas a cuidar de mí, que vas a estar siempre.
Hay veces en las que quiero hablarte, pero no sé cómo empezar, qué decir, qué hacer, qué discurrir, si voy a molestar. Y tú nunca me hablas, cosa que me disgusta terriblemente, y yo muero. Así, como idiotas, estamos sin hablarnos, esperando a que la situación sea propicia. ¿Cuándo saber si lo es o no? No es tan difícil dirigir un saludo, enviar varios recuerdos, mandar todos los besos pendientes.
Mis ojos, mis tristes ojos, mis cansados ojos, mis doloridos ojos, mis rotos ojos, mis descosidos ojos, te buscan desesperados. ¿Entre qué sombras te ocultas, te apartas de ellos?¿Por qué lo haces?¿Qué han hecho? Sólo eran sinceros, no se callaban nada de lo que querían decirte, no querían hacerlo porque te amaban con intensidad, y lo siguen haciendo, ¿o es que no lo ves cuando miras el interior de mis pupilas?
Clemencia, piedad, misericordia.
Vuelve conmigo.
O arráncame el corazón.
Estás ahí, sigues ahí, incluso a veces vuelves a mí, pero yo nunca estoy atenta cuando eso ocurre.
Sal a caminar por las calles con paso ágil, sal de mis recuerdos y materialízate ante mí. Agarra mis muñecas cuando esté débil, no dejes que sangren otra vez, limpia mi mente de negatividad. Sostén mi cuerpo inerte entre tus brazos cuando cruces la frontera, corta mis endurecidas venas de titanio. Abre las costuras de mis labios, insufla el aire de la vida a mis pulmones, dame tu protección. Dime que me sigues queriendo, aunque ya no pueda verte, aunque me hayas roto el corazón, aunque nos hayamos alejado bruscamente.
Vuelve.
O iré yo a por ti a buscarte.
Y tú verás, qué es lo que más te conviene.
No es justo. Dijiste que te ibas cuando ya te habías marchado, mandaste un beso cargado de emoción y espectros de lágrimas jamás derramadas, viraste hacia arriba mientras soltabas mi cuerpo, abandonándome frente a las puertas de Morfeo y Fortuna.
Como un perro fiel, que esperará a su dueño toda la vida, yo sigo pacientemente esperando, a que vuelvas a por mí, mientras loca, locamente te quiero, mientras viva, vivamente te adoro, mientras nueva, nuevamente te lloro.