Translate

martes, 19 de agosto de 2014

Cruz de azabache.

Es un alma perdida. Va a la deriva. Siempre fluctuando entre ánimas de vivos y de muertos, de muertos en vida y de vivos moribundos. Intentando arrancar sonrisas a todos aquellos que se han olvidado del calor que brinda curvar los labios hacia arriba. Pretendiendo animar con palabras suaves y llenas de afecto a esas personas con los ánimos por los suelos. Queriendo hacerles llegar todo el cariño que es capaz de entregar a estos espíritus desamparados en medio de la calle Soledad.
La conocí hace ya un tiempo. Diría si hace mucho o hace poco, pero el tiempo es muy relativo, pues depende del juicio de cada uno; lo que para mí puede ser bastante, para otros puede ser muy basto. Así que la conocí hace ya tiempo. Iba solo, vagando en medio de las calles, descansando en lugares donde me aceptasen. No estaba solo por falta de compañía, pues siempre tenía(y tengo) cuerpos a mi alrededor que dicen ser mis amigos. No hablo de soledad física, sino espiritual. No tenía a nadie que me comprendiese, que fuese sincero en sus palabras, y leal a sus creencias y pensamientos. Estaba solo, pensando tranquilamente en mis cosas, cuando irrumpió en mi vida como un huracán.
No sé cómo, ni cuándo, ni dónde, exactamente, me la crucé en mi trayecto. Sé que lo hice, que de repente me encontraba mirando a una joven esbelta y cuidada; bonita, como cuando uno ve un amanecer, en silencio sepulcral. No puedo explicar lo que sentí en esos instantes, pues me encontraba paralizado y extasiado, sin saber muy bien cual era la causa de ello. Instintivamente, la sonreí: me hacía feliz el hecho de que estuviese allí; y ella correspondió a mi sonrisa, con ojos alegres pero a la vez vacíos. Creo que en ese momento perdí aún más la cabeza. ¿Qué tenía que hacer alguien como yo para hablar con alguien como ella? Yo me encontraba frente suyo, sintiendo supongo que lo mismo que siente alguien cuando observa a un ángel caído. Porque yo la veía así, como un ángel caído, como si toda la dulzura y la tristeza del mundo estuviesen atrapadas en ese ser con cuerpo de fémina. Y aún no tengo claro de dónde saqué el valor para hablarle, en medio de las opciones de que hubiese respuesta o de que me ignorase. Fortuna se dijo que esta vez me concedería salirme con la mía, y en medio del suspense que se había formado en mi cabeza, mientras pensaba cómo retirarme lo más digno posible, surgió su respuesta clandestina, melosa y sugerente de querer entablar conversación. Y entonces ya no fue un huracán tormentoso, fue una agradable brisa marina con indicios de sotavento.
Mantuve una larga conversación con ella; al principio superficial, con temas casuales, bromas y gestos cariñosos; más tarde profunda, en la cual reinaba la seriedad en las palabras, como si lo que dijésemos fuera realmente importante. Pero en ningún momento dejó de sonreír, como queriendo quitar hierro a cualquier escabroso asunto, como intentando decirme que siempre estaría ahí para mí si la necesitaba, como transmitiendo la misma sensación que sentiría alguien al conseguir una ducha helada en el infierno.
Y no sé que pasó, sentí que me había flechado Cupido, un tipo borracho sin el permiso legal de armas. No quería eso, porque esa chica no me correspondía, no podía quererme; pero había sido herido y ya sólo podía curarme. Así que me impuse conquistarla, todo el tiempo que hiciese falta, hasta que ella me amase como yo la amaba. Me había cansado de sufrir, y sólo podía ver a un reencarnado Lucifer, el ángel caído, antes de llegar al infierno y coronarse como Satán. Su sonrisa alentaba, a que fuese para mí, la estrella guía del viajero sin rosa de los vientos; y tan perdido como estaba, quería una brújula especial para dejar de caminar a oscuras, de una vez por todas, por calles heladas hasta el amanecer.
Tal vez me impacienté, o cicatrizó tan rápido aquella herida, que pronto me vi libre de males y dejé que el cariño desbocado se esfumase de mi ser, que aquel divino espectro se ocultase, a medio camino entre su inicio y mi final, en las sombras que me rodean. Nunca sabré si llegué a conquistarla, si el sufrimiento que devoraba sus pupilas se debía por mi causa. Supongo que todo salió como jamás había sido planeado, porque nunca supe enamorarme de su tristeza infinita. Intenté quererla, dar lo mejor de mí. Pero no podía, estaba confundido, equivocado. Creía haber encontrado a aquella persona que, aunque no supiese su nombre ni la conociese, iba a salvarme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario