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jueves, 29 de diciembre de 2016

Teatro.

Yo confiaba ciegamente
en la fiebre de tus besos.
Mentiste serenamente
y el telón cayó por eso.

No sabes aún lo que dueles
cuando sin cuidado te pienso
y te verso entre gemidos
que no se corresponden con
tus manos.
Porque este invierno
se me va a hacer largo
aunque regale besos fugaces
entre sábanas frías
con tendencia a crepitar.
No llegaré muy lejos
sin verle la cara al amor
y reírme con desprecio
por olvidarse de tu nombre
pero recordar tu jodida sonrisa.
Mi tristeza me impide
tocarte la espalda a cuentagotas
y pensar que has crecido
beso y medio
desde ayer a esta mañana.
Y mi tendencia a cruzarme
con el mismo descaro
delante de tus ojos
que me acusan de
terrorista emocional
pierde el horizonte.
Sé con certeza
que no vas a irrumpir
en mitad del sueño
vuelto pesadilla
y salvarme de la oscuridad
que cubre mi cuerpo.
Quizá con un par de copas
logre olvidar la razón
por la que siempre busco
tus brazos
mendigando un poco de l*cura
o el intento de subsanar dolor.
En unas horas estaré de vuelta
al silencio de tus pies
bailando en la cocina
roto por la música
que suena en mi cabeza.
Pensaré entonces absorta
que ojalá estuvieses
para arrancarme el corazón
del puto pecho
y no tanto para romperlo.
Lo llamo cariño pero
luego me inyecto veneno
que trata de destruir
el deseo de atrapar
tu maldita dulzura.
Y no es por pedirme más, es
por no saber qué coño quieres
y desnudarme sin interés.
Por dejarme ser el cielo
que ha de guardarte las espaldas
estando yo tan empapada
bajo el puto aguacero.
No tengo miedo a quererte
entre mis piernas
y tampoco de hacerlo sin más.
Tengo miedo a seguir queriéndote
de esta forma.
A no poder alejarte lo suficiente
y que debilites esa voz
que me construye un escudo
contra ti.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Psique.

Ven, vamos a volar. A ninguna parte realmente, sólo en nuestras cabezas. Viviremos esa realidad imaginaria donde somos libres de decidir.
Tú serás el artista y yo seré la musa que te rompió el corazón, te buscarás entre otras piernas que no son las mías y yo seguiré en el empeño de hacerte inevitable de mis pasos.
Ya tengo preparada una lista de drogas para llevarte al paraíso, sólo tienes que escoger la que más rabia te dé. A mí no me ofrezcas, que no necesito; he sabido mantener el corazón de bandera blanca de mi infancia, al menos mientras quiera.
Pero olvídate de cortarme las alas, esta vez voy a estar por encima de ti y no me dejaré caer entre tus brazos como una tabla para náufragos.
Sé que molesta no seguirme el ritmo como quisieras, no entender que un día diga sí y luego que no. Podría decirte que lo siento, pero no siento nada en absoluto.
Me importa más bien poco que vayas a oscuras por las vías de mi mente, sólo te voy a pedir que te dejes llevar por el instinto una vez más. No pretendas que te siga como un perro fiel, y menos cuando no me das de comer, ni me llamas con cariño ni me dices al oído: Esta noche, quédate.
Ahora sólo importa el roce de tu piel y tus manos rasgando mi garganta, tratando de sacar algún sonido que te diga que no estoy muerta. Debería servirte sólo con el movimiento de mi pecho, pero dejando de agitarme como antes, igual ya se te hace difícil descubrir mis puntos de inflexión.
No pienses que no te quiero nada, porque no es verdad, pero tampoco te creas que evitaría salvarte de todos mis demonios, ahora que les das la vida y conseguimos llevarnos tan bien.
Acércate a mis ojos y deja que griten todo lo que he osado callarme, deja que mi espalda destile fantasía cuando la ropa ya nos molesta y ruedas por mi cintura como una canica sin ley gravitatoria.
Juega conmigo a la ruleta rusa. Te aviso que en el séptimo turno voy a atarte las manos y vas a apostar al rojo. Ya deberías saber que nunca sale cuando se juega contra mí, pero si te empeñas, no seré yo quien no sonría con malicia y te sentencie a muerte dulce.

martes, 20 de diciembre de 2016

En calma.

Echarte de menos es la costumbre silenciosa de sentarme en el sofá y repetirme que no vas a volver de forma obsesiva, de forma compulsiva.
Echarte de menos es echar la vista hacia atrás y contemplar el tiempo en el que una vez fuimos felices, y menos felices, pero no tanto como ahora.
Echarte de menos es que pasen los días y sigas aquí, conmigo, besándome los ojos, aún cuando se dice que la distancia es el olvido.
Echarte de menos es la dificultad cuando me persigue la creencia de que debería superarlo, que debería dejarte ir de una vez y no aferrarme a lo único que me queda de ti.
Echarte de menos es el recuerdo de sentarme contigo a ver las perseidas, de entrenarme con tu sombra hasta romperme por dentro y seguir entre lágrimas sólo porque tú me lo pides.
Echarte de menos es caerse y levantarse, aullarle al mar por arrebatarme el amor pero sentirlo maravilla por haberme desentrañado todos sus secretos.
Echarte de menos es comerme una manzana sin ganas de comer, y menos cuando no puedo mirarte con fastidio porque te vas a llevar casi la mitad de un mordisco.
Echarte de menos es dormirme abrazada a la nada mordiéndome los labios, de espaldas al mundo que intenta hacerme creer que saben hacerlo tan bien como tú.
Echarte de menos es el humo que escapa de mi garganta y me convierte en una aprendiz de dragón, bestia parda que no se contiene a lanzarse sobre sus víctimas sin cuidado.
Echarte de menos es bailar desnuda delante de los espejos que no me reflejan, como un vampiro que teme la luz solar que trata de colarse por mi ventana.
Echarte de menos es aguantar la respiración un par de veces al día y contener en la medida de lo posible las lágrimas que nacen copias de tus ojos.
Echarte de menos es tomarme un cortado frío con gotas de alcohol, recorrer el futuro muerto en soledad y no atreverme a describirlo verdaderamente con palabras.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Celeste.

A veces, quiero soltarme el nudo de la garganta que me tiene intermitente entre el silencio y el murmullo, y así decirte todas las cosas que se me pasan por la cabeza.
Decirte que se refleja la Luna cuando la eclipsa el Sol, la idea de amor-odio por verse superada y esa tristeza de no ser suficiente para poder enfrentarle con magnificencia.
Decirte que está naciendo la primavera otra vez y vuelve la luz, después de que el invierno se quedase dormido más tiempo del que conllevan los ciclos estacionales.
Decirte que el mar se rinde ante el cielo, siempre deseando besarle con furia, y es por eso que se alza en grandes muros de agua agitada, a ver si consigue llegar de una vez.
Decirte que la poesía está muy rota pero encuentra sentido cuando se mezcla contigo, cuando pretende adherirse a través de la tinta en tu piel y colarse por los huecos entre tus vértebras y costillas.
Decirte que mis manos se hicieron para conocer las tuyas, para juntar las líneas y cerrar los dedos descubriéndome así que el azar se vuelve destino cuando pretende ser infinito.
Decirte que tú nunca morirás, que ya no puedes morir porque tienes asignada una lápida para llorar tus recuerdos y te da derecho a volver como fantasma, aunque no solicite tu presencia.
Decirte que maravilla es cómo me haces sentir y no esas ruinas que se reparten por el mundo, y también las sonrisas desprogramadas y las ganas locas de ser la sombra de tu sombra.
Decirte que soy tan humana que tropiezo dos veces con la misma piedra -incluso a propósito-, que puedo romperme al contacto de las balas como un cristal de Bohemia y no sé decirte que no.
Decirte que odio pensar todo esto porque me suena a cosas ya dichas, el mismo discurso que se repite una vez tras otra cada vez que alguien se desnuda sin necesidad de quitarse la ropa.
Y por eso, precisamente, nunca suelto el nudo que frena mis pensamientos y hablo de más, temerosa de que huyas pensando que estas viejas líneas están vacías, que sólo hay materia y no forma.
Ante sospecha, hay que callar.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Incendio.

Decepción.
Decepción  de saber que tú, que tanto me condenas, que tanto te atreves a pronunciar mi nombre con asco y horror, no eres capaz de ver el fallo dentro de ti, aquello que te convierte en alguien con ninguna capacidad de juicio moral hacia mí.
Decepción al ver que no puedo emular a una persona que tanto admiro, puesto que ella se encuentra por debajo de mí y hacerlo supondría rebajarme a un nivel al cual yo no estoy dispuesta a descender.
Decepción por encontrarme todo este tiempo perdida en busca de lo imposible y saberme ahora cansada en vano, con plena consciencia de ser juez y parte inocente en una guerra que nunca debió ser también mía.
Decepción que me muerde el corazón y me electrocuta fríamente, abandonada a procesar sin rastro de emoción alguna exceptuándola, inmersa en un estado mental que escucha el toc en cada movimiento.
Decepción desgarradora que me empuja a desautorizarte y sacarte violentamente del escudo tras el que te escondes, locura degenerada en forma de instinto protector que borra todo rastro del amor etéreo que creía cubrirnos.
Decepción resignada a avanzar sin ti en este mundo inhóspito que no facilita la partida, aún cuando la adrenalina me encharca las venas y el llanto no presencial se desata torrencialmente.
Decepción dispuesta a desatarse en la forma más externa, a rebelarse contra el sistema corrupto que trata de gobernar la naturaleza indómita regente de mis actos, aunque estos se produzcan cautelosos.
Decepción atraída por los demonios que tienden a envenenar mi mente cuando flaqueo y no soy capaz de mantener la guardia alzada, encontrando un oportuno hueco donde quedarse engarzada.
Decepción tras entender que yo no era el problema - nunca lo he sido ni lo seré-, sólo fui fruto de tu prevaricación que me hizo odiarme aún más -cuando ya tenía razones- en esta libertad nívea e inherente de los millennials.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Ave de paso.

Si bien me alegro de coger trenes sin cesar, también echo de menos detenerme un rato en eso que llaman hogar. Ya sabéis, ese lugar al que una llega y se encuentra envuelta en una sensación de calidez propia del cariño, aunque esté a veinte bajo cero.
Que siempre es lo mismo: Haz la maleta que toca viajar. Aún no está muy claro dónde, pero ya se verá conforme se avance. No te preocupes, que tú siempre encuentras donde pasar la noche; será por camas, ¿no? Venga, no tardes mucho y a vivir experiencias, que la vida son dos días y quedarte aquí encerrada te corta las alas.
Y ahí voy yo: a cambiar de piel y de sonrisa, a pronunciar otras palabras y a aceptar la aventura. Aunque tal vez en ese momento no me apetezca y sólo quiera decir: Cinco minutos más.
No sé, dejarse de tanto viaje a otros lugares y empezar a enraizarme donde me encuentre bien. Si no, al final acabo siendo de ninguna parte y dejo de encontrarme.
¿Pero qué decir cuando confían en que viajes lejos y no hagas de la partida un drama? Cuando, con una palmada en el hombro y una sonrisa pintada, te desean lo mejor; y aunque alguien en verdad desee que ojalá te mueras por el camino, calla. ¿Qué hacer?¿Gritar y decir que eso no es lo que quieres?¿Encadenarte a una pared a la voz de "yo de aquí no me muevo"?¿Acaso pretender demostrar una sarta de emociones y sentimientos que a todo el mundo le importa menos que nada? Pues no, porque a eso le llaman egoísmo, y ya que te ofrecen una oportunidad sin igual, les tienes que poner buena cara y conformarte con lo que -a veces- no quieres.
Entonces, habiéndote resignado y ya cuando te has subido a un par de trenes por trasbordo, echas de menos eso que llamas hogar. Ya sabes, un lugar donde te encuentras y lo sientes tu patria y bandera, aunque a veces quieras restarle importancia; allí donde comienzas a entender qué es eso que llamamos amor.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Nada.

Todos aquellos días de charlar hasta que sonaba el despertador, las noches en que te decía que te echaba de menos y tú sonreías y decías: "Pronto, lo prometo." Todos aquellos desprecios fingidos y las risas escapistas que se abrían paso por la garganta, todos aquellos silencios de largas miradas con amor contenido temiendo hablar ya demasiado alto. Todos esos besos que aún quedan por darse y no sabemos ni contar, y cómo no, la maldita costumbre de hacer café para dos aunque ya no pases mucho por mi cama. Todos los gritos descompuestos por la rabia y el dolor, todas las derrotas bien llevadas a las que siempre encontramos su victoria, todas esas veces en que te avisé de que terminarías por vivir en el infierno para verme asomada al balcón cada atardecer. Ni qué decir de todas esas balas que disparé certera a tu pecho cerrando los ojos, las cicatrices que se abrían al acariciarme y aún se abren. Todos esos recuerdos anclados allí en el centro y las mentiras que se creyeron mejores que la realidad. Todos esos paseos para deslizar tus piernas hasta las mías y los suspiros maldecidos entre dientes, los temblores desmedidos y el cielo como trozos de un espejo reventado. Toda la luz que energía transformaba y su antítesis oscuridad tratando de devorarme el corazón. Toda respuesta huidiza de confesar nuestros temores, todo mordisco emitido con más saña por si se descubría así la desesperación. Toda partida que quedaba por disputarse y la sucesión de muros levantados como un entramado de engranajes que sólo nos alejaban. Todos los cigarros del antes, del después y entre medias, entre tus brazos aferrándome como una isla de naufragios y mis ganas de decirte que dueles en los labios.