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sábado, 17 de noviembre de 2012

Incorpóreo.

Mírala.
Míralos.
Sus ojos oscuros, implacables.
Intentan abrirse paso en el mundo.
Querrían atravesar barreras, y aún más allá; atravesar el alma.
Buscan claridad en ese mundo que se les queda pequeño y sombrío.
Examinan su propia anatomía, indecisos, sin parar.
Y ahí en el medio, dos profundos pozos negros, dos carbones encendidos, dos azabaches brillantes.
A su alrededor, ese tono café que los rodea, intentando sobrevivir entre el blanco y el negro, surcado por una especie de línea negra que rodea sus pupilas formando sendos soles.
Ahí están, grandes, tiernos, con unas largas pestañas rizadas.
Aunque todo es tan diferente cuando los vigila el sol... aclarándose, volviendo más dulce su mirar.
¿Qué buscan sin cesar?
¿La razón de su éxito?¿Tal vez la de su infamia?
Sonríen, al menos eso intentan. Quieren demostrar que tienen motivos para brillar.
Pero hay veces, que están tristes y, aunque ella sonría, se puede ver la tristeza, el dolor y la soledad.
Perdidos, parpadean con cierto compás, intentando captar hasta el más mínimo detalle.
Se ven bellos, a ella también la miran así. La ven hermosa, como si fuese el ser más perfecto de la creación.
La ven delicada, frágil, femenina, orgullosa, intentando ocultarse tras una sonrisa.
Y ella, mi pequeña y valiente valquiria; bueno, sólo piensa en el que dirán los demás.
Si algún día la veis, a esa chica de ojos oscuros e implacables, a mi musa de las artes, decidle que aún sigue en pie nuestro pacto.