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viernes, 17 de junio de 2016

Indómita.

¿Alguna vez has estado delante de una mar embravecida, con grandes olas arremetiendo contra la costa?¿Has sentido su poder, su furia, su belleza?
¿Has estado delante de esa mar, en el limbo entre el agua y la tierra, deliberando avanzar o retroceder, mojarse o permanecer seco?
Porque si alguna vez has entrado en esa mar, altivo y temerario, habrás podido comprobar que si uno no quiere ahogarse tiene que ahondar en lo profundo. Si uno se queda en la superficie y se deja llevar por la corriente, acaba con los pulmones encharcados.
Para sobrevivir a esas mares bravías, uno debe ver la sombra del agua dispuesta a cernirse sobre el cuerpo y zambullirse lo más abajo que pueda, buscando la tierra sólida sobre la que se sostiene. Y cuando salga a superficie, debe tomar aire de nuevo y volver a sumergirse, porque las mares embravecidas tienen constancia de arrasar con sus olas lo que haya por medio: golpeándolo, partiéndolo, diluyéndolo...
Es por eso que debe entenderse la dinámica de la mar: si uno quiere disfrutar de la belleza salvaje que posee, debe mantenerse a salvo yendo a lo más hondo, tomando aire de vez en cuando para volver a la carga.
Que si uno quiere permanecer en tierra seca porque no quiere enfrentar el peligro, no tenga después la poca vergüenza de decir que es culpa de la mar por ser así de brava, que si fuese más dócil de seguro entraría. Si uno quiere conocer la mar en todo su esplendor, no puede esperar a bañarse sólo en aguas tranquilas, debe enfrentarse a todo su poder y dominar la técnica que le permita vivir con ella; debe recordar siempre que existe alternancia de mareas y depende de la Luna la intensidad de estas. Así, cuanto más cerca esté el satélite, más sobrecogedores serán los mares, más hastías las aguas.
Claro que el influjo de dos polos que se atraen magnéticamente es seductor, eclipsante, ¿y quién no se ha sentido atraído por la idea de bañarse en ese reflejo plateado, ese claro de luna líquida deseando que nunca sea Mercurio? Deseando poder hacer eterno el momento, disfrutando íntimamente del culmen de paz alcanzado, aunque sea por tan sólo unos breves segundos.
Para unirse en armonía y tranquilidad no debe tenerse miedo a la mar como si de un enemigo se tratase, ni tampoco ser temerario sin importar qué pueda pasar; pero sí debe entenderse que el respeto y la comprensión es lo que lleva a rodearse del azul.