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viernes, 25 de noviembre de 2016

Ego.

¿Qué más da lo que yo quiera?
Como seres humanos, tenemos costumbre de actuar en propio beneficio.
Y ni tú ni yo somos menos.
Da igual si yo estoy genuinamente triste, alegre o dormida.
No harías nada que no beneficiase tus intereses.
Que sí, que puedes sentir emociones por mí, pero no las mostrarías si la situación no es apropiada -y para ambos son cantidades relevantes-.
Sólo a veces, cuando el momento acompaña y te sientes más libre -porque pesan menos los recuerdos- te atreves a ser algo más que silencios y miradas que tratan de devorarme el alma en este espacio infinito. Entonces sonríes con los ojos y yo me muero un poquito de amor; así, como si me pillases por sorpresa, como quien no quiere la cosa, fingiendo que nunca antes había conocido esa forma de comunicarse.
Quitando esas veces, te remites a dar un paseo por el polo y, lejos de verte cerca aún rozándome sin querer, me abstengo de viajar a cualquier otra parte. Sin adrenalina, ni dopamina, ni serotonina, prefiero encerrarme entre muros que me mantengan en el limbo: sin ir ni venir, sin subir ni bajar, sin quedarme callada ni levantar la voz.
Cobarde me dirás entonces. ¿Cobarde yo? Cobarde tú. Y perdona mis formas, o no lo hagas, pero es tan cierto como... Tú. Al menos yo asomo de vez en cuando la cabecita fuera del caparazón y miro el parte meteorológico: si hace buen día, voy caminando poco a poco cuidando resbalar; si hace malo, me sitio guardando todos los músculos y espero a que pase la tormenta. Pero tú... ¿Qué haces tú?
Piensas que volar tan cerca de un sol sólo te puede quemar y te mueves en la oscuridad, olvidando parte de aquello por lo que alguna vez encontraste tu origen y sin sentido -no por falta de glutamato-.
¿Pero qué importa eso ya?
Como seres deshumanizados, sería ridículo lograr alcanzar aquello a lo que no llegamos - del todo- a comprender.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Cero.

<<Dedicado a todos los ángeles.
Especialmente, a dos.>>

Qué bien se te dio siempre quitarme la ropa, despacio, mientras te abrigabas el corazón.
Y hacerme sufrir con dulzura, vistiéndome los ojos de negro entre rosas y navajas.
Casi parecía que me amabas más de lo mínimo que te amas a ti mismo.
Qué bien se te daba sacarme de paseo y lucirme como si fuese un premio.
Y hacerme de menos con más, limitándome a la jaula para pájaros triste(s).
Casi conseguías que me fallase la voz al cantar repetidamente tus palabras.
Qué bien se te dio siempre guardar celosamente lo nacido para ser libre.
Y hacerme sangrar limpiamente como si ello fuese símbolo de pureza.
Casi llegabas a cubrirme el cuerpo con tu sombra suspendida por un hilo.
Qué bien se te daba hacerme temblar las piernas y hasta las pestañas.
Y hacerme creer que eso merecía la pena soportarlo por ti.
Casi provocabas que gimiese y olvidara que no te gustan los escándalos.
Qué bien se te dio relegarme y regalarme a las aguas que casi me ahogan.
Y hacerme tragar todo tipo de cosas por no cabrearte más de lo normal.
Casi extirpabas la luz al final de las pupilas que más de una vez sentí morir.
Qué bien se te daba sonreírme con firmeza y despertar todos mis demonios.
Y hacerme bailar en las palmas de tus manos mientras las mías cerraban nerviosas.
Casi desestabilizabas la estructura arbórea extendida por el mundo imposible.
Pero qué mal, joder, se te dio cortarme las alas.
Y qué mal, joder, se te dio envenenarme los órganos.
Casi, joder, casi lograste (in)utilizarme.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Binario.

Ahora estás bien y luego estás mal.
Trozo de hielo que se derrite en los labios y se vuelve veleta sin querer, ojos refulgentes que tratan de supurar eudaimonía en todo su esplendor.
Ahora surcas el cielo y luego exploras el océano.
Reina de las frías y salvajes corrientes en contra y a favor, no dejando nunca que se sequen tus escamas hasta salir como un cohete hacia el firmamento.
Ahora eres cálida y luego eres fría.
Brisa ártica que se cuela por las rendijas de las puertas y hace tiritar cortinas, hielo que se escarcha y derrite al contacto del hogar.
Ahora eres primavera y luego eres invierno.
Nieve y viento que adornan las calles solitarias, recorriendo las fachadas hasta chocar contra un cegador brillo solar.
Ahora eres un ángel y luego eres una ninfa.
Dueña de naturalezas y cadáveres que llegaron a morir a tus manos, a tu pelo flotante como una nube hasta que despliegas tus inmensas alas de luz.
Ahora eres generosa y luego eres egoísta.
Humana acaparadora de preciadas posesiones como quien se aferra a la vida esperando salvar la muerte, dejando ir lo que al final torna ínfimo.
Ahora mendigas amor y luego sólo cigarros.
Pequeña luz a la espera de que alguien te permita convertirte en foco de humo en espiral, sólo durante breves instantes hasta tratar de inyectarte dosis de feniletilamina.
Ahora brillas al sol y luego aúllas a la luna.
Lobo feroz que camina solitario entre las sombras hasta acabar rasgando el aire satisfecho, temiendo arder en cuanto la flamante luz se refleje en sus pupilas
Ahora caminas tranquila y luego bailas con demonios.
Bailarina del tango de la muerte al compás de tus acompañantes en el hall de la llama, acabando por moverte plena sobre unas piernas infinitas.
Ahora eres gato y luego te vuelves tigre.
Rugido desgarrador de entrañas de acero que acecha a sus presas hasta que se vuelven locas de atar cuando ronroneas entre sus límites subyacentes.
Ahora te compartes y luego eres sólo tuya.
Posesión irremplazable que evita ser tocada por otra piel que no sea la tuya aún cuando decides dar algo más que quebradizos silencios y largas miradas.
Ahora estás atada y luego eres libre.
Huida salvaje entre la naturaleza indómita del mundo que has creado hacia un espejo que te encadena a un paraíso terrenal.
Ahora vives la vida y luego la consumes.
Batido de segundos inconsciente de la muerte inminente que puede sucederse antes de abrir los ojos y despertar del lúgubre sueño que te rodea.
Ahora cierras los ojos y luego el corazón.
Marchito árbol de la vida que desliza sus hojas hacia el suelo falto de savia blanca y, lleno de tristeza, esconde el cristal transparente delator incrustado en los ojos.
Ahora suspiras y luego jadeas.
Involuntario actoreflejo arrastrado por el placer de saberte más viva que nunca, aunque hayan intentado acabar contigo, trazando un sendero de volátiles emociones.
Ahora eres cosmos y luego eres caos.
Destrucción pura que se desata violentamente en la oscuridad hasta acabar por encontrar el chispazo que provoca la explosión más viva y radiante.
Ahora ríes a Nich y luego lloras a Érebo.
Respuesta repentina que nace en el principio de los tiempos de tu cuerpo y estalla irreverente en el firmamento que besa con gracia tu espalda. 
Ahora te encuentras y luego te pierdes.
Niña perdida que desconoce saber quién es y qué le quita el sueño, mordiendo los recuerdos hasta acabar por encontrar el origen entre toda la sangre derramada.
Ahora eres tú, y luego, eres yo.

Après midi.

Tus labios me han incinerado más de lo que hubiese imaginado; y mira que estoy acostumbrada a vivir en el infierno, pero este calor es tan diferente que sólo quiero quemarme una y otra vez.
Da igual cuánto arda. Sé que si miro tus ojos encontraré un soplo del aire fresco que se cuela entre la naturaleza de tus iris; y aunque a veces llegue a helarme de frío, siempre acabo por encontrar la corriente del siroco.
Pero qué más da arder o congelarse, si lo único que de verdad me fascina es la electricidad que me recorre a tu contacto, el rayo zigzagueante entre mis vértebras que acaba por morir en mis escápulas, al igual que murieron tus besos y resucitaron entre sonrisas sardónicas.
Y no sólo eso, se deslizaron por mi piel dejando un rastro inequívoco de tu aliento hasta que coronaron con mordiscos el crimen perfecto.
No podría negar ahora el fluir de la pasión en estas aguas peligrosas, las mismas que se abren a ti para que domines el vaivén de las olas.
No podría cortar tu respiración el tiempo suficiente  para ver -divertida- cómo te retuerces y ahogas incapaz de replicar, al menos mientras rehuyas portar una cuerda alrededor del cuello.
No podría lanzarte al vacío que siento por dentro sin antes terminar contigo de una vez por todas, porque aún me debes otro claro de luna y algo más; y no acostumbro a dejar las cosas a medias, sin terminar.