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martes, 20 de diciembre de 2016

En calma.

Echarte de menos es la costumbre silenciosa de sentarme en el sofá y repetirme que no vas a volver de forma obsesiva, de forma compulsiva.
Echarte de menos es echar la vista hacia atrás y contemplar el tiempo en el que una vez fuimos felices, y menos felices, pero no tanto como ahora.
Echarte de menos es que pasen los días y sigas aquí, conmigo, besándome los ojos, aún cuando se dice que la distancia es el olvido.
Echarte de menos es la dificultad cuando me persigue la creencia de que debería superarlo, que debería dejarte ir de una vez y no aferrarme a lo único que me queda de ti.
Echarte de menos es el recuerdo de sentarme contigo a ver las perseidas, de entrenarme con tu sombra hasta romperme por dentro y seguir entre lágrimas sólo porque tú me lo pides.
Echarte de menos es caerse y levantarse, aullarle al mar por arrebatarme el amor pero sentirlo maravilla por haberme desentrañado todos sus secretos.
Echarte de menos es comerme una manzana sin ganas de comer, y menos cuando no puedo mirarte con fastidio porque te vas a llevar casi la mitad de un mordisco.
Echarte de menos es dormirme abrazada a la nada mordiéndome los labios, de espaldas al mundo que intenta hacerme creer que saben hacerlo tan bien como tú.
Echarte de menos es el humo que escapa de mi garganta y me convierte en una aprendiz de dragón, bestia parda que no se contiene a lanzarse sobre sus víctimas sin cuidado.
Echarte de menos es bailar desnuda delante de los espejos que no me reflejan, como un vampiro que teme la luz solar que trata de colarse por mi ventana.
Echarte de menos es aguantar la respiración un par de veces al día y contener en la medida de lo posible las lágrimas que nacen copias de tus ojos.
Echarte de menos es tomarme un cortado frío con gotas de alcohol, recorrer el futuro muerto en soledad y no atreverme a describirlo verdaderamente con palabras.

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