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jueves, 24 de diciembre de 2015

Contracorriente.

Lo que más duele, dolió o va a doler no es la curiosa y cruel circunstancia de que 7 sean los pecados capitales, que 7 sea parte de mi número favorito y que 7 sean los amantes que he atravesado con mis labios en tu nombre, o al revés.
Lo que más duele es que te envuelva en una sacudida eléctrica sin dejar de sonreír, con esa maldita sonrisa feroz que tanto quieres morder y abrirle las costuras; que ese relámpago te envíe a tu próximo camino, a la boca de lo desconocido. Después de haber conseguido avanzar y salir de la zona de confort... "Algo verdaderamente increíble, he de decir: nunca lo creí capaz." Tras finalmente conseguir formar un todo, y cuando digo todo me refiero a la importancia que tuvo, tiene y tendrá esta historia, llegó el rayo que precede a la tormenta, dejando de respetar treguas y fronteras.
Lo que más dolió fue tener que guardar nuestras vidas enteras en las maletas, aunque nunca hubiesen estado realmente en un solo lugar, pues tenemos por costumbre anochar en varias personas. Sí, tener que hacer una elección que era sólo mía, tener que decir adiós por -puede que- última vez. Quizá sea así como debe ser, llevar cada alterada vida por su justo camino, y aunque fuese dicho muchas veces "cambiaría mi forma de ser por ti, para que todo fuese mejor", no importa ya; bien sabes que se intentó todo, pero no fue suficiente.
Lo que más va a doler es lo único que se me ocurre decir, que después de todo, seguiremos en el camino. Decir que todo terminó pero seguimos amándonos igual, queriendo no hacernos daño. Decir que pecamos y enviarnos al infierno, decir ingenuos masoquistas si volvemos a cerrar los ojos. Decir que fuimos la persona favorita del planeta, decir que fuimos la peor por saber jugar las cartas. Decir que sólo visitábamos los fines de semana y cuando pasamos a entregarnos en cuerpo, mente y alma, acabamos por perdernos. Decir que nada es eterno y encerrar el mar en las pupilas, el fuego en la sangre, el viento en la garganta y la tierra en los labios. Decir que siempre nos llevaremos guardados dentro, por intentar curar nuestros rotos corazones y vidas.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Letargo.

El cuello, y no la cerviz, está hundido hasta casi tocar su pecho. Que si pudiera, lo clavaría para no ver la catástrofe que se extiende ante, tras y alrededor de sí. Un velo de sombra cubre su visión y no se entrevé el sol en ese día nublado, donde se arremolinan sirocos susurrantes entre las ánimas.
Mira a su alrededor, al último escuadrón, tendido sobre los suelos en una visión agónica y desgarradora. Tantos cuerpos teñidos de escarlata, que nunca dudaron en volver a la batalla, formando un entramado de piel y huesos que empiezan a fundirse, un mar de aleaciones que ya duerme plácidamente hasta el fin de los tiempos.
Coge su escudo, viejo y desgastado a lo largo de las batallas, y tira de él con las últimas fuerzas que le quedan. Se levanta con rabia, temblando violentamente ante el esfuerzo, sintiendo el cuerpo más pesado que nunca. Jamás lo había sentido tan pesado como hasta entonces, y probablemente jamás lo vuelva a sentir. Es una última corazonada.
Se apoya sobre él, descargando todo su peso sobre ese soporte que es como una extensión de su brazo. Su cuerpo se resiente, amenazador con dejarse caer y no volver a levantarse; pero no puede permitirlo, debe esperar a que lleguen y guiar el último escuadrón. Aferra de su espalda el magnífico arco de caoba negra que tiene en posesión, con el que tantas flechas había disparado con certeza al pecho del enemigo y, con solemnidad, lo parte en su rodilla para que nadie pueda volver a usarlo.
La sangre mana de sus venas y arterias, yéndose la vida cruel y déspota que le había tenido contra la pared todos estos años. Si se va, se irá de pie. Sin deshonra ni rendición, sólo sostenido por una dama tan bella como la luna que quita todo miedo. Lentamente va desangrándose, perdiendo la noción del espacio y el tiempo hasta que sus últimas fuerzas le fallan, momento en que una canción acude a su memoria y pensamiento, cuya letra y melodía jamás podría olvidar.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Ignominia.

Apareces en mi radar y activas mis alertas meteorológicas, haciendo de mí cenizas húmedas de sal. Cómo querría que vengas otra vez y pruebes el veneno de la esencia comodín, cuidando no engancharte con los vértices que provocarían tu caída a las sombras... Pero maldita sea tu reticencia a los metales que impide a tus ojos verme de nuevo inocente en la infinitud del ser. Aunque nunca fuese.
De tus ojos a los míos hay cuatro pasos y dos besos, de tus manos a las mías existe un hilo conductor que no se ve, de tus labios a los míos hay excusas y suspiros. Cruel tortura que me espera por verte pasar como una estrella fugaz, que quien dijo que cumplían deseos al cerrar uno los ojos fue sierpe evocando la manzana. ¿Quién dio la manzana envenenada a quién? Siempre culpan a Eva...
¿Atreverán tus piernas a volver a pasearse por este entramado de recuerdos con la elegancia que es dotada de las artes vueltas a la luz? Te visualizo gimiendo todo el dolor que clavé en tu alma, tratando de morderme el corazón. ¡Cuánto encanto te nutría en aquellos alocados instantes! Tanto que volvería a afilar las dagas. Sólo por ti, y nadie más. Déjame inmersa mientras atrás queda tu estela.
Soplan sirocos ardientes entre mis párpados y acaban por colarse entre mis costillas, que se abren como persianas al alba. Inundando todo azul, un rayo vespertino provoca una sacudida eléctrica en la raíz del árbol que extiende sus ramas por mi cuerpo. Qué descarga tan violenta en esta laguna insondable, y qué placentera al producirse la conexión que me da vida.

jueves, 22 de octubre de 2015

Jinetes de mar.

Ahora que el sol me roza la piel, como harían tus dedos,
que el viento me desordena el pelo, nordeste como tu aliento,
que el rumor de la calle es lejano a mis oídos, porque aún mantengo la música de tus palabras.
Ahora que la tinta es azul, como mi mente fluctuante y venas,
que el calor humea en mi garganta, zumo de humo afrutado,
que mis ojos visualizan lo intangible, porque te sientas en el penúltimo escalón.
Ahora que los árboles respiran, como mi voz duerme su letargo,
que tu sonrisa vive, radiante aún en mis recuerdos,
que no existe luz sin oscuridad, porque el negro es sólo falta de luminiscencia.
Ahora que yo soy yo, como fui no hace mucho otra,
que tú eres tú, lejano a esta orilla del mundo,
que nosotros fuimos uno, porque cierta vez estuvimos unidos en vida, alma y esencia.
Ahora que mi corazón late la sangre, como la mar la luna,
que bailo con la muerte a los talones, mi más leal compañera,
que aúllo al inmenso vacío que siento por dentro, porque voy como gato sin dueño por aceras y tejados.
Ahora que cierro mis sentidos, como tus labios cayeron en discordia,
que tanto me pesan los huesos, titanio y tungsteno aleados en naftalina,
que las sombras se ciernen a mi alrededor, porque la brújula no marca el norte, sino...
                                     *último soplo*    *frío*

domingo, 30 de agosto de 2015

Nox eternam.

Que me partan las manos -y que los que no sepan digan que soy una bestia- si he conocido una sonrisa más maravillosa que la tuya. La de fruncir los labios y estirar las comisuras como si se fuese a desgarrar el tejido de un momento para otro, y la de enseñar esos dientes de marfil y perla tallados exactamente a la medida de tu boca -y de mi amor-.
Cuántas veces habré querido sentirla con acuciada urgencia en los momentos más aleatorios y escogidos... Sentir la firmeza de tus labios tirantes y del sentimiento que la dominaba, porque no saben ellos que también a través de los ojos se siente -al analizar-. Y sobre todo, sentir cuando se transformaba en un beso e impactaba con un chasquido -por la compresión al vacío- sobre mí, envolviéndome en un eco que se vería reflejado en la eternidad -de mi memoria-.
Cuántas veces habré implorado tenerla de vuelta a mi lado, contagiándome de felicidad y algarabía, haciéndome estallar en una estrepitosa, repentina y risueña carcajada, sin saber yo por qué con exactitud. Cuántas veces habré yo... Cuántas veces...
Ahora sólo me queda decirte que todo parece más viejo sin ti, y más triste. Que las noches son más largas y encima vivo 2 noches al día; o que me expliquen el motivo de que, a las doce del mediodía, sea para mí luz crepuscular. Será que se ha ido la luz, será; aunque tu recuerdo sea el faro para un debate entre navegar y zozobrar... Y que al final de las pupilas de la gente sigue habiendo algo que impide que se les ilumine el alma, que hace que me miren como un espectro, y a veces quiero gritarles que no soy un retrato, que se equivocan, porque yo jamás podría ser -en su bello ser- un reflejo de ti. Así que, de su costumbre en su defecto, o efecto colateral, las mías van siempre inundadas de agua de mar por dentro, donde nadie puede ver -el dolor-.
Aún a día de hoy tengo que escuchar a esos expertos analistas que todos tenemos en nuestra vida y te dicen qué piensas o qué sientes, con total exactitud en su versión de los hechos. Cualquier cosa que piense por mí misma sobre mí queda anulada para ellos, puesto que son la máxima clarividencia y poseen la verdad absoluta -nótese mi, ya para ti conocida, ironía-. Así que acostumbro a reírme ante sus juicios y activar un melodía en mi cabeza para que resuene cuando hablen, sin saber.
De un modo u otro, no me queda otra que resignarme hasta el final; y mientras sigo estando separada de ti por densas aguas negras, no dejo de recordar -ardorosamente- el nombre de tan conocida laguna.

jueves, 6 de agosto de 2015

Por el aire.

Siento que he perdido, aunque lleve conmigo todas las de ganar. Porque avanzar sin tener constancia es como seguir en el mismo sitio; y ya se sabe que hay sitios que nos anclan a recuerdos, tiempos, personas...
Este invierno es el más largo de todos, aún no ha vuelto la primavera dentro de mí; ni siquiera ha vuelto en tus ojos. Mirarse en ellos es buscar la mentira en la verdad, es besar el filo cortante de la cuerda, es bailar al son de una balada triste. De trompeta.
No quieres que te muerdan mis demonios sin llegar al punto de hacerte el amor. Porque para eso prefieres follarme hasta el amanecer, que te mire con mis ojos de gata y te muerda las entrañas, que me arañes la espalda y que el mar nos entre por la ventana a ahogarnos las inseguridades.
Pero, oh, no, querido, esa no es vida para ti, trotamundos de metal bajo el firmamento. Así que te perderás con alguien que yo no seré por juramento, que así es más fácil de olvidar recuerdos, tiempos, personas... Durante once, veinte, noventa; no puedes pedir más que te saque del infierno y te impregne el alma de besos sabor a sal, si no recuerdas que como yo te he amado, nadie lo hará, que los besos en la frente siempre son guardados para alguien con ojos de espiral.
Pero me vas a ver otra vez brillante y se te van a ir las ganas de perderte conmigo, de imaginar que sólo estaremos vivos esta noche. Porque verás, de nuevo, la trampa que es mi corazón, y no querrás jugártela con domingos por la tarde, café en el desayuno y paseos a orillas del Sena.
Entonces hablaremos de las nuevas mujeres que has intentado amar, de tus sueños aún por cumplir, de las ideas que rondan tu cabeza, de la forma en que debe uno impugnarse, de prosa y poesíaymonotoníadelluviaysonlasgaviotasyvuestromirarardienteynuestrasdosalmas.
Y me hablarás sin miedo con cautela, porque soy niña y más aún mujer; y me hablarás con paciencia a la carrera, para que no pierda fácil los estribos; y me hablarás acechando mis ojos, cuidando que no vayan a morderte mis demonios; y me hablarás tras una sonrisa, que buscas siempre mi perdón. Y si así consigues que te escuche y no piense más que en tu voz, entenderás al fin queesamorfuerzayuncieloenuninfierno.

miércoles, 17 de junio de 2015

Este del Edén.

Si me preguntas qué quiero, gritaré a ti. En mi cabeza. Con rabia, con dolor, con locura. Y diré, en voz alta, tras un sepulcral silencio, que me encuentro bien.
Porque no hay nada como la dulce agonía de que me mires sin ver y te engañes de la cruel realidad que soy, después de la muerte que aconteció en tu pecho. Porque me ves con los ojos llenos de amor, las pupilas dilatadas en la naturaleza de tus iris, y me apetece que mueras algo más de la cuenta.
Me haces sentir tan pequeña, tan infinita, tan inocente, tan sabia, tan horrible, tan sirena, tan atómica, tan marchita... Me haces ir en dirección oeste, en busca del Edén; y si no es el Edén, será el Nirvana; y si no el Valhala, y si no el Olympo, pero no quiero detenerme hasta encontrar un paraíso terrenal mientras vivas.
Voy a evitar el breve hueco que le ceden los días a las noches, arañando las tardes en busca de segundos donde poder cerrar los ojos y besarte con ganas. Hasta quedarme sin aliento, hasta romperte los capilares, hasta secarme las ideas y hasta vaciarte las entrañas. Para dejarme fuera de mí... No te imaginas cuánto quiero que me hagas perder la noción del espacio-tiempo.
Aunque no haya querido admitirlo y haya puesto barreras constantemente, llámalas también disculpas, serás parte de mí toda mi vida: todo lo que fue, todo lo que es, todo lo que será. ¿Cómo no recordarte esquivando conversar conmigo tiempo atrás?¿Cómo olvidar la primera media sonrisa dedicada?¿Cómo eliminar un trozo de alma sin que la brecha me destruya?
Más de una vez el orgullo se quejó a gritos, pero nunca suelo escuchar cuando algo tan provocador me insta a perseguirlo, así que sigo lo que me parece buscar el corazón. Cuando realmente se quiere algo, uno no se detiene ante nada ni nadie hasta conseguirlo. Y da igual la de veces que no haya sabido encajar los golpes o las llamadas, encontraré un atajo que me lleve más rápido al infierno.
Sé que te quiero, cada vez más y más; con las cosas claras, como un perro fiel, en pos del fin del mundo. Pero aunque me consuma lentamente, no me oirás hablar alguna vez del amor a medida en lo tocante a mi persona. Podré hablar de grandes amores, los cuales son alocados, detonantes, salvajes, libres... Piden probarlos. ¿Y quién soy yo para no hacerlo si ya he pecado 7 veces?
Nunca antes supe comedirme, que son demonios mis deseos... Cuando haya explorado cada centímetro de tu materia y mis sentidos de alerta se mantengan en stand by, buscaré morderte el alma sin despegar los labios, porque podría creer que mi mundo sería más fácil si no vuelves, pero entonces ya no sería mi mundo si no estás en él.

viernes, 24 de abril de 2015

Oniria.

Empiezo a pensar que lo nuestro es sufrir; sobre todo cuando las puertas estrepitan con fuerza en sus marcos y el cuerpo se nos desliza a tiras por el desagüe.
Los corazones se nos desgastan en el latir indiferente, y nos batimos en duelo de forma mental, echándonos las cosas en cara como clorhídrico, arrojando la furia a quemarropa, siempre con los ojos acusadores y la lengua viperina, dispuestos a llegar a las manos.
Y claro que llegamos. Sin continencias. El flujo de energía se sobrecarga de electricidad estática y polarizamos nuestros cuerpos, que van acortando las distancias, con el magnetismo glacial desorbitado.
Así, a diez centímetros que parecen millas, comienzo levantando la palma para efectuar un revés, que siempre es interrumpido por el rápido movimiento de tu mano aferrando mi muñeca y el impulso para hacerme girar, decidido y dictatorial, de espaldas a tu pecho. Si te descuidas un parpadeo, clavo mis uñas en tu fuego interno y te desgarro la piel en sentido gravitatorio, brotando la maleable sustancia escarlata que baña los besos.
Cuando el jade choca con el ónice y el azul de tu cuerpo pasa a violeta, voleteos de siroco se cuelan por el resquicio de los vértices e incineran, en su frío infernal, la prisión de huesos que te retiene, dejándote libre entre la ceniza y el hierro, dejándola libre de tejidos y vergüenza.
Es entonces donde somos menos cuerpo y más alma, ávida esta de acoger en sí misma otra que la complete. Que no me contendría a seguir si empiezas a arañarme las entrañas y te ofreces voluntario en las transfusiones de saliva. Si al fin y al cabo, sabemos cómo acaba todo de antemano; el hábito nos lo revela así.
El todo por el todo, plumas esparcidas por la física, carne resucitada por la fe ciega.
Tierra, fuego, agua, aire, mente, cuerpo, espíritu, sustancia, vórtice, luz, esfera, galaxia, fortuna, epicentro, caos, infinito, tú.

martes, 14 de abril de 2015

Malvavisco.

Mi amor, Escarlata, es a quien yo más admiro.
Su forma de rebelarse contra el sistema me deja enloquecida, su forma de actuar me deja sin palabras.
Al verla, el pulso se me acelera y me dan ganas de perderme sin importar saber regresar. Al tocarla, me canta el corazón de júbilo y siento que nada podrá frenarnos los pies, o cortarnos las alas.
Ríe como fuente recién amanecida, grita con su furia lo que no osa callar, denuncia injusticias con su extensa silueta.
Me gusta acariciarle los vértices y estremecerme de agonía al no poder poseerla en su amplitud, pues no es mía, sólo suya y de nadie más, libre como el pensamiento.
A veces, la pienso muerta y la rabia e impotencia rebosan mis límites, sabiendo que un ramo de violetas no coronará otra tumba que nunca ha de existir, sintiendo que la vida es menos alegre sin su vestido de varios colores.
Deseo que se funda conmigo y seamos una, todas las noches, cuando me sobran minutos al irme a dormir. Recuerdo su manera de pasearse por las calles y la sonrisa en contra de la formalidad, cuando es despeinada musa en forma salvaje y la esencia seductora que habita en su interior revienta el cielo.
Amo de Escarlata, más roja que la sangre, todo cuanto puede dar.

domingo, 12 de abril de 2015

Tendón de acero.

Manteniendo por patria y por bandera el amanecer que se cuela entre las rendijas de las persianas.
Sin poder evitar clavarnos uñas y dientes, desgarrándonos la piel a expensas del cosquilleo de dolor que invade nuestros sentidos, contenido en cada uno de los surcos nacientes.
Enredados el uno con el otro, totalmente ebrios de pecados capitales y otras drogas, libres de culpa o remordimientos.
Y, más que nunca, vacíos de tiempo que no sea otro que este momento, tan nuestro ya desde que decidimos que sobraban la ropa y las palabras.
Pertenecientes al espacio que ocupan tus manos dibujando en mi espalda, mis labios reclamando los tuyos entrecortadamente, cenizas ardientes de cuerpo.
Desorbitados ante la cantidad de poesía que se encuentra sobre la mesilla, frente las ventanas, en las esquinas, tras la puerta, bajo las mantas...
Repletos de agujeros y cicatrices que nos cierran y nos dilatan en criptas transformables, desafiando a la gravedad de la que tratamos de huir.
E imantados al desmedido frío polar, producto del amor sincero que se nos descostala sin remedio.
Se nos están cerrando las salidas, mientras todo se vuelve demente y de mente, mental.
Estamos condenados a sumergirnos en lagunas de memoria y olvidar cómo doblan nuestros vértices; a interpretarnos en braille y bailar cegados por la luz del sol y psicotrópicos nocturnos; a vivir lejos, en otro tiempo.

domingo, 29 de marzo de 2015

Vértice del horizonte.

Si te paras a pensarlo,
La ruleta cobró vida,
Todo comenzó hace tiempo:
Luego, el dolor se comprimió.
Antes de darme cuenta,    
Aprendí que es lo falla
Ya habíamos encallado.            
Sin haber felicidad.
Yo me desvivía por ti,  
Subrayabas mis pupilas,
Tú mirabas hacia mí          
Volando contrario al sur;
Y veías a esa chica            
Con la brújula tan rota
Dada siempre a sonreír.      
Sin tener a dónde ir.
Nos llovía julio encima,        
Componías melodías,
Con sotavento de septiembre  
Alguna hablaba de más...
En medio de la calle                
Letras que arrastraba el viento
Sentenciaste a pulmón.          
Se colaron en mi habitación.
No necesito la química,        
Entre el humo y el tequila,
Para hablar de tú y yo.          
Con los ojos enrojecidos;
El contacto de tus labios,      
Sobrevive ese recuerdo:
Genera electricidad.            
Escalofríos del adiós.

Mezclabas los colores,          
Mezclabas fantasías,
Estrenabas paletilla.                
Alentabas a seguir.
¿Cómo quedaron aquellos retratos  
¿Qué fue de aquellos abrazos
Llenos de sombra y ternura          
En medio de la estación
Bajo luz de luna llena?                
Dispuestos a confesar?

Comprendías lo que era,                
Comprendías lo que era,
Lo que nunca quise ser,              
Lo que nunca quise ser,
A dónde llevan mis pasos,        
A dónde llevan mis pasos,
Cuándo podré volver.                
Cuándo podré volver.
Aún nos siguen quedando,          
Aún nos siguen quedando,
Esas tardes de café,                      
Esas tardes de café,
Que van cortas de silencio              
Que van cortas de silencio
Y bien largas de hermetismo.      
Y bien largas de hermetismo.

Volverán a ti las memorias                
Esas tardes de café,
Bañadas del alba que estrenamos        
Con excesos de análisis
Mediados de líquido inflamable.          
Y falta de corazón.


jueves, 19 de marzo de 2015

Telarañas de cristal.

Pero tú no sabes cuánto te quiero, niña, porque no lo demostraré jamás.
Que vas a ganarme con esa sonrisa tan grande y luminosa que tienes, siempre.
Eclipsas la luz del universo con esa alineación dental tan mimosa, tan perfecta.
Que vas a derrotarme con esos ojos tan limpios y profundos que se sinceran en silencio, ¡cómo no!
Absorbes los colores que se combinan en tus pupilas de prisma; luego, los proyectas a la verdad.
Que vas a arrebatarme la atención de aquellos que nos rodean e ingenuamente no te darás cuenta.
Concentras las masas en el esmoquin que viste la sociedad, desgastado y sucio de corrupción.
Que vas a saltarte todas las barreras y conseguirás salir ilesa una vez más.
Desprendes amabilidad y cariño por igual, desatando sentimientos protectores en quien te rodea.
Querría verte a menudo paseando por las lindes de esta fría habitación y descubrirte animada.
También querría darte a conocer el mundo como nunca antes y sentir libertad haciéndonos cosquillas.
Querría despertarme por las mañanas y tener la certeza de que duermes en mi almohada.
También querría que te dejases arrastrar a los confines de la tierra y volver del punto de no retorno.
Querría enfrentarte un rato todos los días y dejarme ganar por tu infinita ternura.
También querría apresarte entre mis muros y no soltarte jamás en lo que me queda de vida.
Querría enamorarte cada vez que piensas en mí y volverme inevitable de tus pasos.
También querría esconderme entre tus costillas y besarte los párpados sin rastro de alevosía.
Querría distraerte de la información que procesas cíclicamente y traer la paz escarlata.
También querría olvidar por un segundo el dolor y hacer estallar líricamente el secreto del mundo.
Querría que mirases la sangre brotar y no parpadeases con los ojos inundados.
También querría cerrar al fin los ojos y ya no abrirlos jamás.

sábado, 7 de marzo de 2015

Lazos de sangre.

<<Cariño, te he visto llorando, riendo, enloquecida,
dormida, sonriente, orgullosa, despierta, dulce.
Eres siempre la misma chica preciosa.>>

Cómo te extraño, querida. La casa quejumbrosa y vacía acecha a que duerma, para así poder apresarme entre sus muros. Si durmiese tan sólo unos instantes, ahora que me observa, estaría perdida. Y yo quiero encontrarnos.
Te siento lejos, te siento fría, te siento dormida, te siento marchita.
No vas a volver, y eso me causa gran dolor. Ojalá pudiese compartir de nuevo esa cama con cojines y almohada, esas mañanas llenas de algarabía que contagiaba tu sonrisa, esos besos de sol que nos doraban el cuerpo, esos danzantes bailes en la pista.
Quisiera regresar a ti, a tu lado, pero ya no puedo, he vuelto a llegar tarde. Sólo consigo verte a través del entramado de recuerdos que se aglutina en mi cabeza. Puedo sonreír de pura felicidad, pero no por mucho tiempo; las lágrimas mantienen por costumbre presentar batalla contra mis pupilas.
Es tan difícil vivir contigo... Daría un trocito de mi cielo por que todo fuese como ayer, como entonces. Nada de qué preocuparse, que aquí estamos de paso, almas postradas para nos, arrastrando proyecciones por tierra.
Me pierdo, te vas, me subo, te adentras, me daño, te enfrentas. Me tú, te yo, las dos.
No vuelvas, no retrocedas, no aterrices. No marches, no sigas, no despegues.
Quiéreme, ódiame, polo infernal, norte del sur, rosa de lima, cuerda locura.
Cada vez más locas, más rotas, más mezcladas. Cada vez más reales, más letales, más hermanas.

Imborrable.

Llovía invierno, ahogándose otoño en los charcos.
Corríamos sobre los baldosines como si alguien nos persiguiese, ególatras sin paraguas y abiertos al amor. Corríamos tan rápido que imaginaba que, de un momento a otro, echaríamos a volar y conseguiríamos ver la mar desde la altura que mantenían las nubes.
Todo aquel que se atreviese a seguir nuestra trayectoria lo tendría fácil. Sólo debería seguir, como Pulgarcito las migas de pan, la estela de risas húmedas que se desteñían sobre el aire que cortábamos. ¡Cómo reíamos!... Tan jóvenes, tan despreocupados, tan desmedidos, tan sinceros... Tanto, que intentábamos silenciar la alegría y, lejos de disminuir los decibelios de tan alocados altavoces, amplificábamos en tres el sonido contagioso de la felicidad.
Allá íbamos, teniendo por bandera Libertad, en una carga contra el aburrimiento del mundo. Allá nos dirigíamos, como tormentas eléctricas de vendaval huracanado.
¡Qué pronto era y qué tarde nos parecía! Consumíamos el tiempo como cualquiera, pero lo que teníamos nunca era suficiente, al igual que todo lo que fue y no volverá. Nos era todo tan ínfimo...
Avanzábamos imparables, a contracorriente, cogiendo trenes sin cesar, incluso cuando nos sentábamos en las escaleras a esperarnos. Tomábamos toda la energía posible, de forma libre e inmutable, para luego reflejarla en aquello que nos causaba placer y admiración. Éramos detonantes que estallaban en cualquier lugar, a cualquier hora, por cualquier cosa; conscientes que de un momento a otro, ya no habría más tú, o yo, o universo.
No sabíamos, no obstante, lidiar entre nosotros de forma diferente a atropellarse y engullirse, queriendo salirnos siempre con la nuestra, demostrando superioridad y control con la victoria. Nos acercaba y alejaba ese hecho a distancias verdaderamente peligrosas, sobre todo al permitir que los más puros instintos primarios fuesen nuestro epicentro.
A veces tenía la sensación de que nos daba de más. Querernos, digo.

domingo, 1 de marzo de 2015

Último verso.

Jamás decía lo que le pasaba por la cabeza cuando le preguntaba.
Solía poner esa sonrisa torcida hacia un extremo de la cara y ladeaba la cabeza, como si se burlase de aquellas ansias de saber.
Luego, se le descomprimía el gesto y miraba hacia otro lado, evitando cualquier contacto visual. Cerraba los ojos, fruncía los labios, y después respiraba profundamente. Tras ese ritual para serenarse de, ¡quién sabe qué minucia que le pareciese ofensiva!, devolvía la vista al frente, acusadora y llena de odio.
Si acaso volvía a comentar algo respecto al tema, era con una reprobación que haría a uno hundirse en el sitio; aunque lo más normal era que cambiase de conversación, como si se le activara un chip para irse por las ramas que no le disgustaban.
Se enfrascaba durante horas y horas en un monólogo que abarcaba gran variedad de saberes. Y a veces, como llegaba a aburrirse consigo, podía llegar, incluso, a interaccionar con otras personas a través de estúpidas conversaciones insustanciales y quedos monosílabos.
Lo más probable, no obstante, es que diese sorbos o bocados a aquella sustancia ingerible que tuviese delante, o a la misma nada, llenando de silencio algunos varios metros cuadrados durante un período de tiempo que llegaba a hacerse interminable, y que provocaba querer arrojarse al inmenso vacío que uno llegaba a sentir por dentro.
Cuando la situación llegaba al punto en el que no sabía que más hacer para evitar conversar sin sentido, daba por finalizado el encuentro. Se levantaba súbitamente y se despedía con fingido afecto, apresurándose en alejarse del lugar lo antes posible.
Tampoco intentaba demostrar que en su interior había sentimientos positivos, los cuales podrían ensanchar el alma y hacer invulnerable a su receptor. Se limitaba a que sus ojos le traicionaran varias veces al día, y con eso era suficiente. No quería tener que comprobar cómo otro profundo agujero nacía, de nuevo, en su pecho; caro había costado que se cerrase el anterior.
Sus miradas eran gélidas y su lengua puro fuego; y esa mezcla letal conseguía provocar quemaduras de tercer grado en la base de la memoria, arrojando por la borda cualquier indicio de replicar decentemente, o intento de hacer caso omiso de ese personal beso de la muerte.
Al caminar, subsanaba el aire durante unos breves instantes por donde había pasado, arrebatando el aliento de aquellos pobres infelices que miraban, desorbitados e impotentes, su aura de poder y magnificencia, tan lejos y a la vez tan cerca.
Era difícil llegar verdaderamente hasta su lado, pero culminar su corazón era el anhelo más grandioso que se podía tener por entonces, una vez comenzaba a rondar la idea la cabeza. Persistir en el empeño era lo menos que se podía hacer por orgullo propio.
Una vez logrado ese propósito, uno podía retirarse al paraíso a descansar en paz en un sueño eterno, sin pena por abandonar este mundo tedioso y demente. Era como llegar al clímax, a la culminación de una obra maestra. Habría sido imposible no enamorarse perdidamente cada vez que le veía... De no ser por aquella cruel circunstancia.
La amó como nunca antes se había amado a sí misma. Y después, le rompió el corazón.

Feniletilamina.

Ayer te dolía la cabeza, hoy el corazón.
Menos paracetamol y más paraceramor.
Viaja siempre conmigo, conocerás París.
Olvida lo aprendido, volvamos a empezar.
Muéstrame tus lunares, quiero asegurarme.
Y tanto me necesitas, que tanto te duele.
Empieza por los pies, acaba donde quieras.
Heriré de nuevo tus entrañas, otra vez.
Verás arder el cielo por vicios y excesos.
Cada suspiro te materializa, también forma.
Utiliza tus encantos, degrádate al consumar.
Vales todo lo que pierdes, o lo que quieres.
Apaga tus luces y enciende las ideas.
¿Quieres jugar conmigo? Prepárate a luchar.
Muerde cuanto puedas, antes de hundirte.
Dame rienda suelta, o átame con cadenas.
No prometo que vayas a ganar mientras viva.
Haz lo que veas, pero no me descubras.
Arde conmigo en silencio, incinera tus ojos.
Haz de mí tu balanza de equilibrio, trucada.
Doblega tu cuerpo, no tu noble corazón.
Deja caer la coraza de hierro, y vuela alto.

viernes, 6 de febrero de 2015

Náyades.

Cada día era el principio del verano más frío de todos, donde las isobaras vibraban como cuerdas de guitarra.
Y cada amanecer siempre tardaba más de lo previsto, porque la noche se resentía a dejarte ir.

Cada beso era un verso recién escrito, supurando poesía por las comisuras de tus labios.
Y cada mirada conectaba un puente entre nuestras mentes, dando el poder de explorarnos libres.

Cada barrera frenaba a quienes no se atrevían a ir más allá, incluso a los que osaban saltar el entramado de mármol y huesos.
Y cada pluma en el tintero delataba afán por recordar, ordenadas pulcra y minuciosamente por el desgaste tan encantador que poseían.

Cada caricia levantaba un vendaval que provocaba escalofríos, ideal para que revoloteasen gráciles mariposas.
Y cada parpadeo atrapaba instantes en fotos, sinfonías, tomas o secuencias irrecuperables más allá del recuerdo.

Cada prenda de ropa se nos destejía con los segundos que se sucedían sin control, cada vez más ávidas de exhibicionismo.
Y cada flor marchita rejuvenecía en tus manos, -me pregunto qué tendrás- al destapar la ternura con sólo moverte.

Cada articulación crujía sin pudor al estirar el cuerpo a lo largo y ancho, desencadenando un bostezo de fiero gatito.
Y cada sueño de almohada se fugaba de la cárcel de dosel, desgañitándose por convertirse en algo realmente tangible.

Cada escalón de la escalera requería quedarse a charlar, decolorándose rayo a rayo de sol.
Y cada ola marina bañaba tus límites, en una batida espumosa que te dejaba la piel con sabor a sal.

Cada agujero en el pecho sugería demencia transitoria, pequeños arrebatos de falta de cordura que morían en subversivas metástasis.
Y cada brote de ilusión nacía de la vida que absorbías, preservando los ojos idólatras que mantienen los niños y rapsodas.

Cada café era una invitación a hablar en silencio, dejando que sólo fuésemos sentidos.
Y cada regalo un futuro aún por construir, lleno de sorpresas que nos llenasen la boca de risas.

Cada latido de más aceleraba el fluir de tu sangre por los capilares, tiñendo pudorosamente tus labios y mejillas de intensa pasión.
Y cada suspiro empañaba el cristal de cuerpo entero, dejando un rastro inequívoco al apoyar las yemas.

Cada libro de la estantería incitaba a sumergirse en lugares de pesadilla, que para maravilla ya estaba tu cintura.
Y cada surco de vinilo armonizaba la habitación, consiguiendo que el parqué repicase al buen ritmo del jazz.

Cada sonrisa garantizaba que sería difícil acabar contigo, bien fuera destruirte o bien fuera en la cama.
Y cada palabra fuera de tono se reproducía en susurros, pues hay algunas que únicamente se pueden confesar a ciertos decibelios.

sábado, 24 de enero de 2015

Desde Andrómeda.

¿Dónde nos perdimos sin poder volver atrás?¿Dónde nos alejamos en contrarias direcciones?
Oh, cariño, podría decir que te echo de menos. Y gritar que tú no regresas a mí.
Te gemí todo lo que quisiste, te recordé todo lo que necesitabas, y ahora soy como un juguete roto.
La forma en la que huiste sin dar explicación, como un animal salvaje, me hizo tanto daño...
Pero no diré que no tienes corazón. No sin mentir, no sin enterrarme, no sin herirte.
No existen nuevas alianzas que firmen nuestra paz, que nos den la calma que jamás tuvimos, que consigan el perdón limando las asperezas. Ya nada volverá a ser lo mismo. En su soledad, el mar de tu terraza intenta suicidarse arrojándose al vacío. Confiesa que está mustio, marchito, seco, podrido.
Desde que te revistes de fría porcelana, desde que ardes entre cenizas, desde que guardas el puñal de plata que nunca te clavé, desde que la cólera no es sólo un día en el calendario, desde que te ahogas con el aire que respiras, desde que vuelas bajo mi mente...
Ya no sé qué hacer ni intento querer. Camino en el mismo segundo, siempre un paso adelante, siempre la boca fruncida. Con menos sangre y más culpa, sin ti ni conmigo, contra el desierto de capital, según llegas a la estación.
Sólo te quiero gritar, segundo a segundo, lo que no te he dicho antes por temor a naufragar. Pero ahora que ya he naufragado, me es igual lo que ocurra. Vuélcate en mí esta vez, no en ti. Se mi timón, mi ancla, mi rosa de los vientos. Quédate, que los minutos se marchan y vienen las pesadillas.
¿Puede ser que aún me quie(b)res?

martes, 20 de enero de 2015

Bidireccional.

Perdón por ser así, como soy.
Perdón por enamorarme de tus ojos como hielo, de tu risa de cascabel de plata.
Perdón por hacerte sufrir lo que no debes, lo que debería sufrir yo.
Perdón por haber parado el mundo, a la vez que aceleré el tiempo.
Perdón por ir directa hacia la derrota y la victoria de todos estos años.

Perdón por querer colocarte en la estantería más alta de todas sin preguntar.
Perdón por no ver el daño que causo hasta que te quejas si no puedes más.
Perdón por toda la locura, esa que te hace odiarme y quererme al mismo tiempo.
Perdón por seguir mis impulsos y no pararme a pensar las cosas dos veces.
Perdón por aquello que no puedo darte, que me gustaría entregar y no es posible.
Perdón por intentar individualizarte y conseguir el efecto contrario.
Perdón por necesitarte más y más, y no tener ni la más remota idea de por qué.
Perdón por reírme de ti algunas veces, aunque lo haga sólo por fastidiar.
Perdón por ocultarte el motivo de mis lágrimas mientras caen desenfrenadas.
Perdón por mirar tus pupilas como si fuese a absorberte e incinerarme.
Perdón por recitarte poesía, a medida que nos va invadiendo el silencio.
Perdón por hablarte sobre el pasado del cual no me quiero desprender.
Perdón por encogerme sobre mí misma y ensimismarme en mi respiración.
Perdón por hacerte regalos con la probabilidad de que, futuramente, serán un fastidio.
Perdón por enterrarme entre tu ropa, sobre tu pecho, bajo mi silencio.
Perdón por subirme a los tejados y verme más alta cuando no estoy a tu altura.
Perdón por sonreír solamente a medias cuando la ironía se extiende como telarañas.
Perdón por tenerte suplicando que mantenga la calma y no estalle en mil sensaciones.
Perdón por no saber ocultarme, aunque sea sólo un poco, ni esconder la excentricidad de mis gustos.
Perdón por ser.

¿Quién eres tú?

No sé quién es esa chica, pero no es ella.
Porque la chica que yo conozco se levanta justo a tiempo para desayunar, sin horarios fijos.
Porque la chica que yo conozco se despierta con una sonrisa y abre la ventana para que vuelen todos sus secretos.
Porque la chica que yo conozco da más de lo que pide, y nunca ha exigido que sea recíproco.
Porque la chica que yo conozco expresa sus emociones tan fácil como tú parpadeas, y no necesita ninguna máscara de papel.
Porque la chica que yo conozco conquista todos los días en el espejo a su única amante imperturbable en el tiempo.
Porque la chica que yo conozco se ríe de las cosas más absurdas, y enloquece con sólo respirar dentro de este cuarto infinito.
Porque la chica que yo conozco se astilla y se quiebra en un segundo, y al segundo siguiente está reparada y entera otra vez.
Porque la chica que yo conozco se cuelga de todos por una noche y, al día siguiente, de su olor y calor sólo cenizas quedan.
Porque la chica que yo conozco no cambia la vida que resumen los domingos por la eterna juventud.
Porque la chica que yo conozco es capaz de herirte con cualquier cosa y liberar estallidos de helio con la mandíbula abierta de par en par.
Porque la chica que yo conozco detiene a las masas con sus ojos, y subsana el aire con el movimiento de sus vértebras al distenderse.
Porque la chica que yo conozco sabe decir que no de una forma que siempre hará que vuelvas a intentarlo.
Porque la chica que yo conozco nunca agota su eterna sonrisa, puesto que ni aún con las lágrimas bañando su rostro la abandona.
Porque la chica que yo conozco sabe que la única distancia que detona relaciones es la que se mide en la falta de interés.
Porque la chica que yo conozco siempre va a buscar la excusa perfecta que otorga el perdón, la que da la oportunidad para quedarse.
Porque la chica que yo conozco parlotea de mil y una formas antes que gritar con silencio todo el amor contenido.
Porque la chica que yo conozco  no sabe estarse quieta y mantiene la libertad y la honestidad por estandartes.
Porque la chica que yo conozco te abraza o se aferra a ti como si fueses la única manera de no ahogarse en este mundo.
Porque la chica que yo conozco no sabe andar en línea recta o sobre el agua, sólo correr entre maleza.
Porque la chica que yo conozco sabe que ciertas personas no son para tanto, y que ella no es para tan poco.
Porque la chica que yo conozco desafía al noroeste a ser más frío, hasta que llegue el día en que le congele el corazón.
Porque la chica que yo conozco se transforma en poesía para que la observes florecer en cada rincón de la ciudad subterránea.
Porque la chica que yo conozco usa remedios que no curan y visita cementerios que miran al azul del gran océano.
Porque la chica que yo conozco se derrama sobre tinta y alcohol, mientras transcurre por sus venas la agonía de todos estos años.
Porque la chica que yo conozco hará que la odies por todo lo que la amas, que ya nada importe y que todo empiece a importar.
Porque la chica que yo conozco jamás se enamora de la madurez, buena previsora del otoño que pudre las hojas.
Porque la chica que yo conozco huye, visible o imperceptible, para no causar más daño del que hace cada vez que abre la boca.
Porque la chica que yo conozco no sabe ver los días grises ni las noches largas, sólo otro día más donde tiene suerte de vivir.
Porque la chica que yo conozco se deshace en melodías estrepitosamente melancólicas, para que la interpretes una vez más.
No sé quién es esa chica, porque es ella y no es ella.

miércoles, 7 de enero de 2015

Recámara.

Cae la noche, y qué sentida es tu ausencia.
Me faltan tu voz, tus besos, tus ojos claros, tu facilidad para hacerme reír.
Me faltas, y no me dueles.
Ya no.
Así que todo te vaya bien, que si volvemos a vernos sea envuelto en esa aura de seguridad.
No pienso desestabilizarte una vez más. Nunca fue positivo ese hecho, así que no esperes que te sorprenda nuevamente y te deje sin palabras.
Mirarte se ha convertido en una casualidad; ya no es intencionado o por error. Eso es, hay paz en mi interior. Abrir la caja de recuerdos, o los cajones, ya no hace ningún mal.
Puede parecer contradictorio... Ya sabes, echarte de menos y echarte de más al mismo tiempo. Pero soy una persona de metástasis catastróficas, y lo sabes tú bien.
No obstante, cerca de la confusión ajena y lejos de la agitación propia, puedo recordar alegre y feroz el pasado, puedo bailar contigo bajo una melodía tejida con recuerdos.
Y encontrar paz.
El mar bravío de tormentas acusadas que es mi corazón ya sabe encontrar la calma, ese ancla perdida en lo profundo de las aguas que consigue detener toda esta locura.
Locura de cabeza, y no de cuerpo, que bien se sabe que no va más allá de mis fronteras. Nunca dejaría que te inyectases, tú o cualquier otra persona, mi tinta en las venas.
No pierdas el tiempo desentrañando mi sonrisa carente de doble fondo, ni tampoco recordando cada una de mis vértebras. Que mi risa es aliada y sin rencores; que mis manos ya no vuelan ni reclaman a tu cuerpo; que mis ojos no te engañan ni se han comedido.
Deja la sonrisa tirante, que ya no te voy a clavar otra daga en el pecho. Tan sólo deja que suceda el tiempo, ve a la deriva, fluye como la sangre. Vuelve a mí, de forma amistosa y cordial. Te necesito, lo suficiente como para seguir abrazando ese trozo de pasado; pero no creas por ello, querido, que volver a mi reino de inestabilidad va a ser tan fácil la próxima vez.
Ya podemos dejarnos de juegos tontos para enamorados. Que a lo nuestro no es el amor, precisamente, lo que lo une. Igualmente, dejemos a un lado cualquier conexión y empecemos a compartir, en forma de lo que quieras, la felicidad latente cuando nos hablamos de tú o tú, de usted a usted o de cosa a cosa.

viernes, 2 de enero de 2015

Desarakne.

Nadie lo entiende. ¿Quién podría?
Atada con cadenas de plata, se debate agónica como un licántropo, y al liberarse quiere volver a batirse. Cuanto más libre, más atada quiere estar; y cuando la atan, busca su libertad.
No, ni siquiera ella se entiende... A menudo se asusta de sí misma; es todo tan superior... Si pudiera equilibrarse, ser como el resto... ¿Quién se comporta de esa forma? Asesinos. Ellos siempre vuelven a la escena del crimen.
Ella dice amar, quiere amar con todas sus fuerzas, pero en el fondo, no sabe nada del amor. Sabe de un sentimiento que va con la pasión.
Visto así, el amor es algo innecesario. ¿Quién necesita amor, que puede hacer daño, teniendo pasión? Así se puede disfrutar la vida sin importar el qué dirán; y da igual lo que digan, porque siempre que intenta uno explicarse nunca le escuchan. Entonces, ¿para qué le serviría malgastar su tiempo buscando ese amor?
Todo es tan caótico... En el cenit de sus deliberaciones, delineadas figuras discuten entre sí, batiendo con parsimonia, furia y destreza las alas. Invisibles a ojos mortales, Hugin y Munin se entrecruzan en el entramado óseo que corona el horizonte, extendido impasible entre curvas y rectas.
¿Por qué quiere ser prisionera entonces? Tiene una lista de amantes que siguen estando cerca suyo, que volverían por ver de nuevo cambiar de color sus venas. Se encarga personalmente de que siga siendo así todos los días, cuidando cada detalle que parece una pequeñez. Si fuese por ello, su tiempo sí sabe administrarlo.
Dejad que piense tranquila, no la agobiéis, que el azabache de su cuerpo no se debe marchitar. Tiene que lucir una sonrisa, tiene que brillar más que ayer, tiene que seguir siendo como es. Tiene, tiene, tiene, ¿y luego qué? Cuando ya no tenga nada...
Nada, no; nada, no. Yo estoy aquí por y para ti; y que así nunca te falte un apoyo, un pañuelo, un café, un sábado, un pensamiento, un duelo, un cuadro, un conocimiento, un vestido, un par de oídos. Que nunca te falte yo, que nunca me faltes tú, que nunca faltemos a las promesas, que nunca falten las ganas de repetir otra vez, y que nunca faltéis tú y tus idioteces para que me sienta, como cada vez que lo pienso -siempre-, afortunada.