Translate

viernes, 6 de febrero de 2015

Náyades.

Cada día era el principio del verano más frío de todos, donde las isobaras vibraban como cuerdas de guitarra.
Y cada amanecer siempre tardaba más de lo previsto, porque la noche se resentía a dejarte ir.

Cada beso era un verso recién escrito, supurando poesía por las comisuras de tus labios.
Y cada mirada conectaba un puente entre nuestras mentes, dando el poder de explorarnos libres.

Cada barrera frenaba a quienes no se atrevían a ir más allá, incluso a los que osaban saltar el entramado de mármol y huesos.
Y cada pluma en el tintero delataba afán por recordar, ordenadas pulcra y minuciosamente por el desgaste tan encantador que poseían.

Cada caricia levantaba un vendaval que provocaba escalofríos, ideal para que revoloteasen gráciles mariposas.
Y cada parpadeo atrapaba instantes en fotos, sinfonías, tomas o secuencias irrecuperables más allá del recuerdo.

Cada prenda de ropa se nos destejía con los segundos que se sucedían sin control, cada vez más ávidas de exhibicionismo.
Y cada flor marchita rejuvenecía en tus manos, -me pregunto qué tendrás- al destapar la ternura con sólo moverte.

Cada articulación crujía sin pudor al estirar el cuerpo a lo largo y ancho, desencadenando un bostezo de fiero gatito.
Y cada sueño de almohada se fugaba de la cárcel de dosel, desgañitándose por convertirse en algo realmente tangible.

Cada escalón de la escalera requería quedarse a charlar, decolorándose rayo a rayo de sol.
Y cada ola marina bañaba tus límites, en una batida espumosa que te dejaba la piel con sabor a sal.

Cada agujero en el pecho sugería demencia transitoria, pequeños arrebatos de falta de cordura que morían en subversivas metástasis.
Y cada brote de ilusión nacía de la vida que absorbías, preservando los ojos idólatras que mantienen los niños y rapsodas.

Cada café era una invitación a hablar en silencio, dejando que sólo fuésemos sentidos.
Y cada regalo un futuro aún por construir, lleno de sorpresas que nos llenasen la boca de risas.

Cada latido de más aceleraba el fluir de tu sangre por los capilares, tiñendo pudorosamente tus labios y mejillas de intensa pasión.
Y cada suspiro empañaba el cristal de cuerpo entero, dejando un rastro inequívoco al apoyar las yemas.

Cada libro de la estantería incitaba a sumergirse en lugares de pesadilla, que para maravilla ya estaba tu cintura.
Y cada surco de vinilo armonizaba la habitación, consiguiendo que el parqué repicase al buen ritmo del jazz.

Cada sonrisa garantizaba que sería difícil acabar contigo, bien fuera destruirte o bien fuera en la cama.
Y cada palabra fuera de tono se reproducía en susurros, pues hay algunas que únicamente se pueden confesar a ciertos decibelios.