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jueves, 29 de diciembre de 2016

Teatro.

Yo confiaba ciegamente
en la fiebre de tus besos.
Mentiste serenamente
y el telón cayó por eso.

No sabes aún lo que dueles
cuando sin cuidado te pienso
y te verso entre gemidos
que no se corresponden con
tus manos.
Porque este invierno
se me va a hacer largo
aunque regale besos fugaces
entre sábanas frías
con tendencia a crepitar.
No llegaré muy lejos
sin verle la cara al amor
y reírme con desprecio
por olvidarse de tu nombre
pero recordar tu jodida sonrisa.
Mi tristeza me impide
tocarte la espalda a cuentagotas
y pensar que has crecido
beso y medio
desde ayer a esta mañana.
Y mi tendencia a cruzarme
con el mismo descaro
delante de tus ojos
que me acusan de
terrorista emocional
pierde el horizonte.
Sé con certeza
que no vas a irrumpir
en mitad del sueño
vuelto pesadilla
y salvarme de la oscuridad
que cubre mi cuerpo.
Quizá con un par de copas
logre olvidar la razón
por la que siempre busco
tus brazos
mendigando un poco de l*cura
o el intento de subsanar dolor.
En unas horas estaré de vuelta
al silencio de tus pies
bailando en la cocina
roto por la música
que suena en mi cabeza.
Pensaré entonces absorta
que ojalá estuvieses
para arrancarme el corazón
del puto pecho
y no tanto para romperlo.
Lo llamo cariño pero
luego me inyecto veneno
que trata de destruir
el deseo de atrapar
tu maldita dulzura.
Y no es por pedirme más, es
por no saber qué coño quieres
y desnudarme sin interés.
Por dejarme ser el cielo
que ha de guardarte las espaldas
estando yo tan empapada
bajo el puto aguacero.
No tengo miedo a quererte
entre mis piernas
y tampoco de hacerlo sin más.
Tengo miedo a seguir queriéndote
de esta forma.
A no poder alejarte lo suficiente
y que debilites esa voz
que me construye un escudo
contra ti.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Psique.

Ven, vamos a volar. A ninguna parte realmente, sólo en nuestras cabezas. Viviremos esa realidad imaginaria donde somos libres de decidir.
Tú serás el artista y yo seré la musa que te rompió el corazón, te buscarás entre otras piernas que no son las mías y yo seguiré en el empeño de hacerte inevitable de mis pasos.
Ya tengo preparada una lista de drogas para llevarte al paraíso, sólo tienes que escoger la que más rabia te dé. A mí no me ofrezcas, que no necesito; he sabido mantener el corazón de bandera blanca de mi infancia, al menos mientras quiera.
Pero olvídate de cortarme las alas, esta vez voy a estar por encima de ti y no me dejaré caer entre tus brazos como una tabla para náufragos.
Sé que molesta no seguirme el ritmo como quisieras, no entender que un día diga sí y luego que no. Podría decirte que lo siento, pero no siento nada en absoluto.
Me importa más bien poco que vayas a oscuras por las vías de mi mente, sólo te voy a pedir que te dejes llevar por el instinto una vez más. No pretendas que te siga como un perro fiel, y menos cuando no me das de comer, ni me llamas con cariño ni me dices al oído: Esta noche, quédate.
Ahora sólo importa el roce de tu piel y tus manos rasgando mi garganta, tratando de sacar algún sonido que te diga que no estoy muerta. Debería servirte sólo con el movimiento de mi pecho, pero dejando de agitarme como antes, igual ya se te hace difícil descubrir mis puntos de inflexión.
No pienses que no te quiero nada, porque no es verdad, pero tampoco te creas que evitaría salvarte de todos mis demonios, ahora que les das la vida y conseguimos llevarnos tan bien.
Acércate a mis ojos y deja que griten todo lo que he osado callarme, deja que mi espalda destile fantasía cuando la ropa ya nos molesta y ruedas por mi cintura como una canica sin ley gravitatoria.
Juega conmigo a la ruleta rusa. Te aviso que en el séptimo turno voy a atarte las manos y vas a apostar al rojo. Ya deberías saber que nunca sale cuando se juega contra mí, pero si te empeñas, no seré yo quien no sonría con malicia y te sentencie a muerte dulce.

martes, 20 de diciembre de 2016

En calma.

Echarte de menos es la costumbre silenciosa de sentarme en el sofá y repetirme que no vas a volver de forma obsesiva, de forma compulsiva.
Echarte de menos es echar la vista hacia atrás y contemplar el tiempo en el que una vez fuimos felices, y menos felices, pero no tanto como ahora.
Echarte de menos es que pasen los días y sigas aquí, conmigo, besándome los ojos, aún cuando se dice que la distancia es el olvido.
Echarte de menos es la dificultad cuando me persigue la creencia de que debería superarlo, que debería dejarte ir de una vez y no aferrarme a lo único que me queda de ti.
Echarte de menos es el recuerdo de sentarme contigo a ver las perseidas, de entrenarme con tu sombra hasta romperme por dentro y seguir entre lágrimas sólo porque tú me lo pides.
Echarte de menos es caerse y levantarse, aullarle al mar por arrebatarme el amor pero sentirlo maravilla por haberme desentrañado todos sus secretos.
Echarte de menos es comerme una manzana sin ganas de comer, y menos cuando no puedo mirarte con fastidio porque te vas a llevar casi la mitad de un mordisco.
Echarte de menos es dormirme abrazada a la nada mordiéndome los labios, de espaldas al mundo que intenta hacerme creer que saben hacerlo tan bien como tú.
Echarte de menos es el humo que escapa de mi garganta y me convierte en una aprendiz de dragón, bestia parda que no se contiene a lanzarse sobre sus víctimas sin cuidado.
Echarte de menos es bailar desnuda delante de los espejos que no me reflejan, como un vampiro que teme la luz solar que trata de colarse por mi ventana.
Echarte de menos es aguantar la respiración un par de veces al día y contener en la medida de lo posible las lágrimas que nacen copias de tus ojos.
Echarte de menos es tomarme un cortado frío con gotas de alcohol, recorrer el futuro muerto en soledad y no atreverme a describirlo verdaderamente con palabras.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Celeste.

A veces, quiero soltarme el nudo de la garganta que me tiene intermitente entre el silencio y el murmullo, y así decirte todas las cosas que se me pasan por la cabeza.
Decirte que se refleja la Luna cuando la eclipsa el Sol, la idea de amor-odio por verse superada y esa tristeza de no ser suficiente para poder enfrentarle con magnificencia.
Decirte que está naciendo la primavera otra vez y vuelve la luz, después de que el invierno se quedase dormido más tiempo del que conllevan los ciclos estacionales.
Decirte que el mar se rinde ante el cielo, siempre deseando besarle con furia, y es por eso que se alza en grandes muros de agua agitada, a ver si consigue llegar de una vez.
Decirte que la poesía está muy rota pero encuentra sentido cuando se mezcla contigo, cuando pretende adherirse a través de la tinta en tu piel y colarse por los huecos entre tus vértebras y costillas.
Decirte que mis manos se hicieron para conocer las tuyas, para juntar las líneas y cerrar los dedos descubriéndome así que el azar se vuelve destino cuando pretende ser infinito.
Decirte que tú nunca morirás, que ya no puedes morir porque tienes asignada una lápida para llorar tus recuerdos y te da derecho a volver como fantasma, aunque no solicite tu presencia.
Decirte que maravilla es cómo me haces sentir y no esas ruinas que se reparten por el mundo, y también las sonrisas desprogramadas y las ganas locas de ser la sombra de tu sombra.
Decirte que soy tan humana que tropiezo dos veces con la misma piedra -incluso a propósito-, que puedo romperme al contacto de las balas como un cristal de Bohemia y no sé decirte que no.
Decirte que odio pensar todo esto porque me suena a cosas ya dichas, el mismo discurso que se repite una vez tras otra cada vez que alguien se desnuda sin necesidad de quitarse la ropa.
Y por eso, precisamente, nunca suelto el nudo que frena mis pensamientos y hablo de más, temerosa de que huyas pensando que estas viejas líneas están vacías, que sólo hay materia y no forma.
Ante sospecha, hay que callar.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Incendio.

Decepción.
Decepción  de saber que tú, que tanto me condenas, que tanto te atreves a pronunciar mi nombre con asco y horror, no eres capaz de ver el fallo dentro de ti, aquello que te convierte en alguien con ninguna capacidad de juicio moral hacia mí.
Decepción al ver que no puedo emular a una persona que tanto admiro, puesto que ella se encuentra por debajo de mí y hacerlo supondría rebajarme a un nivel al cual yo no estoy dispuesta a descender.
Decepción por encontrarme todo este tiempo perdida en busca de lo imposible y saberme ahora cansada en vano, con plena consciencia de ser juez y parte inocente en una guerra que nunca debió ser también mía.
Decepción que me muerde el corazón y me electrocuta fríamente, abandonada a procesar sin rastro de emoción alguna exceptuándola, inmersa en un estado mental que escucha el toc en cada movimiento.
Decepción desgarradora que me empuja a desautorizarte y sacarte violentamente del escudo tras el que te escondes, locura degenerada en forma de instinto protector que borra todo rastro del amor etéreo que creía cubrirnos.
Decepción resignada a avanzar sin ti en este mundo inhóspito que no facilita la partida, aún cuando la adrenalina me encharca las venas y el llanto no presencial se desata torrencialmente.
Decepción dispuesta a desatarse en la forma más externa, a rebelarse contra el sistema corrupto que trata de gobernar la naturaleza indómita regente de mis actos, aunque estos se produzcan cautelosos.
Decepción atraída por los demonios que tienden a envenenar mi mente cuando flaqueo y no soy capaz de mantener la guardia alzada, encontrando un oportuno hueco donde quedarse engarzada.
Decepción tras entender que yo no era el problema - nunca lo he sido ni lo seré-, sólo fui fruto de tu prevaricación que me hizo odiarme aún más -cuando ya tenía razones- en esta libertad nívea e inherente de los millennials.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Ave de paso.

Si bien me alegro de coger trenes sin cesar, también echo de menos detenerme un rato en eso que llaman hogar. Ya sabéis, ese lugar al que una llega y se encuentra envuelta en una sensación de calidez propia del cariño, aunque esté a veinte bajo cero.
Que siempre es lo mismo: Haz la maleta que toca viajar. Aún no está muy claro dónde, pero ya se verá conforme se avance. No te preocupes, que tú siempre encuentras donde pasar la noche; será por camas, ¿no? Venga, no tardes mucho y a vivir experiencias, que la vida son dos días y quedarte aquí encerrada te corta las alas.
Y ahí voy yo: a cambiar de piel y de sonrisa, a pronunciar otras palabras y a aceptar la aventura. Aunque tal vez en ese momento no me apetezca y sólo quiera decir: Cinco minutos más.
No sé, dejarse de tanto viaje a otros lugares y empezar a enraizarme donde me encuentre bien. Si no, al final acabo siendo de ninguna parte y dejo de encontrarme.
¿Pero qué decir cuando confían en que viajes lejos y no hagas de la partida un drama? Cuando, con una palmada en el hombro y una sonrisa pintada, te desean lo mejor; y aunque alguien en verdad desee que ojalá te mueras por el camino, calla. ¿Qué hacer?¿Gritar y decir que eso no es lo que quieres?¿Encadenarte a una pared a la voz de "yo de aquí no me muevo"?¿Acaso pretender demostrar una sarta de emociones y sentimientos que a todo el mundo le importa menos que nada? Pues no, porque a eso le llaman egoísmo, y ya que te ofrecen una oportunidad sin igual, les tienes que poner buena cara y conformarte con lo que -a veces- no quieres.
Entonces, habiéndote resignado y ya cuando te has subido a un par de trenes por trasbordo, echas de menos eso que llamas hogar. Ya sabes, un lugar donde te encuentras y lo sientes tu patria y bandera, aunque a veces quieras restarle importancia; allí donde comienzas a entender qué es eso que llamamos amor.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Nada.

Todos aquellos días de charlar hasta que sonaba el despertador, las noches en que te decía que te echaba de menos y tú sonreías y decías: "Pronto, lo prometo." Todos aquellos desprecios fingidos y las risas escapistas que se abrían paso por la garganta, todos aquellos silencios de largas miradas con amor contenido temiendo hablar ya demasiado alto. Todos esos besos que aún quedan por darse y no sabemos ni contar, y cómo no, la maldita costumbre de hacer café para dos aunque ya no pases mucho por mi cama. Todos los gritos descompuestos por la rabia y el dolor, todas las derrotas bien llevadas a las que siempre encontramos su victoria, todas esas veces en que te avisé de que terminarías por vivir en el infierno para verme asomada al balcón cada atardecer. Ni qué decir de todas esas balas que disparé certera a tu pecho cerrando los ojos, las cicatrices que se abrían al acariciarme y aún se abren. Todos esos recuerdos anclados allí en el centro y las mentiras que se creyeron mejores que la realidad. Todos esos paseos para deslizar tus piernas hasta las mías y los suspiros maldecidos entre dientes, los temblores desmedidos y el cielo como trozos de un espejo reventado. Toda la luz que energía transformaba y su antítesis oscuridad tratando de devorarme el corazón. Toda respuesta huidiza de confesar nuestros temores, todo mordisco emitido con más saña por si se descubría así la desesperación. Toda partida que quedaba por disputarse y la sucesión de muros levantados como un entramado de engranajes que sólo nos alejaban. Todos los cigarros del antes, del después y entre medias, entre tus brazos aferrándome como una isla de naufragios y mis ganas de decirte que dueles en los labios.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Ego.

¿Qué más da lo que yo quiera?
Como seres humanos, tenemos costumbre de actuar en propio beneficio.
Y ni tú ni yo somos menos.
Da igual si yo estoy genuinamente triste, alegre o dormida.
No harías nada que no beneficiase tus intereses.
Que sí, que puedes sentir emociones por mí, pero no las mostrarías si la situación no es apropiada -y para ambos son cantidades relevantes-.
Sólo a veces, cuando el momento acompaña y te sientes más libre -porque pesan menos los recuerdos- te atreves a ser algo más que silencios y miradas que tratan de devorarme el alma en este espacio infinito. Entonces sonríes con los ojos y yo me muero un poquito de amor; así, como si me pillases por sorpresa, como quien no quiere la cosa, fingiendo que nunca antes había conocido esa forma de comunicarse.
Quitando esas veces, te remites a dar un paseo por el polo y, lejos de verte cerca aún rozándome sin querer, me abstengo de viajar a cualquier otra parte. Sin adrenalina, ni dopamina, ni serotonina, prefiero encerrarme entre muros que me mantengan en el limbo: sin ir ni venir, sin subir ni bajar, sin quedarme callada ni levantar la voz.
Cobarde me dirás entonces. ¿Cobarde yo? Cobarde tú. Y perdona mis formas, o no lo hagas, pero es tan cierto como... Tú. Al menos yo asomo de vez en cuando la cabecita fuera del caparazón y miro el parte meteorológico: si hace buen día, voy caminando poco a poco cuidando resbalar; si hace malo, me sitio guardando todos los músculos y espero a que pase la tormenta. Pero tú... ¿Qué haces tú?
Piensas que volar tan cerca de un sol sólo te puede quemar y te mueves en la oscuridad, olvidando parte de aquello por lo que alguna vez encontraste tu origen y sin sentido -no por falta de glutamato-.
¿Pero qué importa eso ya?
Como seres deshumanizados, sería ridículo lograr alcanzar aquello a lo que no llegamos - del todo- a comprender.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Cero.

<<Dedicado a todos los ángeles.
Especialmente, a dos.>>

Qué bien se te dio siempre quitarme la ropa, despacio, mientras te abrigabas el corazón.
Y hacerme sufrir con dulzura, vistiéndome los ojos de negro entre rosas y navajas.
Casi parecía que me amabas más de lo mínimo que te amas a ti mismo.
Qué bien se te daba sacarme de paseo y lucirme como si fuese un premio.
Y hacerme de menos con más, limitándome a la jaula para pájaros triste(s).
Casi conseguías que me fallase la voz al cantar repetidamente tus palabras.
Qué bien se te dio siempre guardar celosamente lo nacido para ser libre.
Y hacerme sangrar limpiamente como si ello fuese símbolo de pureza.
Casi llegabas a cubrirme el cuerpo con tu sombra suspendida por un hilo.
Qué bien se te daba hacerme temblar las piernas y hasta las pestañas.
Y hacerme creer que eso merecía la pena soportarlo por ti.
Casi provocabas que gimiese y olvidara que no te gustan los escándalos.
Qué bien se te dio relegarme y regalarme a las aguas que casi me ahogan.
Y hacerme tragar todo tipo de cosas por no cabrearte más de lo normal.
Casi extirpabas la luz al final de las pupilas que más de una vez sentí morir.
Qué bien se te daba sonreírme con firmeza y despertar todos mis demonios.
Y hacerme bailar en las palmas de tus manos mientras las mías cerraban nerviosas.
Casi desestabilizabas la estructura arbórea extendida por el mundo imposible.
Pero qué mal, joder, se te dio cortarme las alas.
Y qué mal, joder, se te dio envenenarme los órganos.
Casi, joder, casi lograste (in)utilizarme.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Binario.

Ahora estás bien y luego estás mal.
Trozo de hielo que se derrite en los labios y se vuelve veleta sin querer, ojos refulgentes que tratan de supurar eudaimonía en todo su esplendor.
Ahora surcas el cielo y luego exploras el océano.
Reina de las frías y salvajes corrientes en contra y a favor, no dejando nunca que se sequen tus escamas hasta salir como un cohete hacia el firmamento.
Ahora eres cálida y luego eres fría.
Brisa ártica que se cuela por las rendijas de las puertas y hace tiritar cortinas, hielo que se escarcha y derrite al contacto del hogar.
Ahora eres primavera y luego eres invierno.
Nieve y viento que adornan las calles solitarias, recorriendo las fachadas hasta chocar contra un cegador brillo solar.
Ahora eres un ángel y luego eres una ninfa.
Dueña de naturalezas y cadáveres que llegaron a morir a tus manos, a tu pelo flotante como una nube hasta que despliegas tus inmensas alas de luz.
Ahora eres generosa y luego eres egoísta.
Humana acaparadora de preciadas posesiones como quien se aferra a la vida esperando salvar la muerte, dejando ir lo que al final torna ínfimo.
Ahora mendigas amor y luego sólo cigarros.
Pequeña luz a la espera de que alguien te permita convertirte en foco de humo en espiral, sólo durante breves instantes hasta tratar de inyectarte dosis de feniletilamina.
Ahora brillas al sol y luego aúllas a la luna.
Lobo feroz que camina solitario entre las sombras hasta acabar rasgando el aire satisfecho, temiendo arder en cuanto la flamante luz se refleje en sus pupilas
Ahora caminas tranquila y luego bailas con demonios.
Bailarina del tango de la muerte al compás de tus acompañantes en el hall de la llama, acabando por moverte plena sobre unas piernas infinitas.
Ahora eres gato y luego te vuelves tigre.
Rugido desgarrador de entrañas de acero que acecha a sus presas hasta que se vuelven locas de atar cuando ronroneas entre sus límites subyacentes.
Ahora te compartes y luego eres sólo tuya.
Posesión irremplazable que evita ser tocada por otra piel que no sea la tuya aún cuando decides dar algo más que quebradizos silencios y largas miradas.
Ahora estás atada y luego eres libre.
Huida salvaje entre la naturaleza indómita del mundo que has creado hacia un espejo que te encadena a un paraíso terrenal.
Ahora vives la vida y luego la consumes.
Batido de segundos inconsciente de la muerte inminente que puede sucederse antes de abrir los ojos y despertar del lúgubre sueño que te rodea.
Ahora cierras los ojos y luego el corazón.
Marchito árbol de la vida que desliza sus hojas hacia el suelo falto de savia blanca y, lleno de tristeza, esconde el cristal transparente delator incrustado en los ojos.
Ahora suspiras y luego jadeas.
Involuntario actoreflejo arrastrado por el placer de saberte más viva que nunca, aunque hayan intentado acabar contigo, trazando un sendero de volátiles emociones.
Ahora eres cosmos y luego eres caos.
Destrucción pura que se desata violentamente en la oscuridad hasta acabar por encontrar el chispazo que provoca la explosión más viva y radiante.
Ahora ríes a Nich y luego lloras a Érebo.
Respuesta repentina que nace en el principio de los tiempos de tu cuerpo y estalla irreverente en el firmamento que besa con gracia tu espalda. 
Ahora te encuentras y luego te pierdes.
Niña perdida que desconoce saber quién es y qué le quita el sueño, mordiendo los recuerdos hasta acabar por encontrar el origen entre toda la sangre derramada.
Ahora eres tú, y luego, eres yo.

Après midi.

Tus labios me han incinerado más de lo que hubiese imaginado; y mira que estoy acostumbrada a vivir en el infierno, pero este calor es tan diferente que sólo quiero quemarme una y otra vez.
Da igual cuánto arda. Sé que si miro tus ojos encontraré un soplo del aire fresco que se cuela entre la naturaleza de tus iris; y aunque a veces llegue a helarme de frío, siempre acabo por encontrar la corriente del siroco.
Pero qué más da arder o congelarse, si lo único que de verdad me fascina es la electricidad que me recorre a tu contacto, el rayo zigzagueante entre mis vértebras que acaba por morir en mis escápulas, al igual que murieron tus besos y resucitaron entre sonrisas sardónicas.
Y no sólo eso, se deslizaron por mi piel dejando un rastro inequívoco de tu aliento hasta que coronaron con mordiscos el crimen perfecto.
No podría negar ahora el fluir de la pasión en estas aguas peligrosas, las mismas que se abren a ti para que domines el vaivén de las olas.
No podría cortar tu respiración el tiempo suficiente  para ver -divertida- cómo te retuerces y ahogas incapaz de replicar, al menos mientras rehuyas portar una cuerda alrededor del cuello.
No podría lanzarte al vacío que siento por dentro sin antes terminar contigo de una vez por todas, porque aún me debes otro claro de luna y algo más; y no acostumbro a dejar las cosas a medias, sin terminar.

jueves, 20 de octubre de 2016

Memento.

Tus ojos, tan divididos entre todos, eran como la naturaleza escarchada en la mañana que habíamos dejado atrás. Tu sonrisa... Ah, esa sonrisa por la que tantas veces he muerto, no se dejaba asomar a lo alto de tus comisuras. Tus manos, las mismas que desentrañaron cada uno de mis suspiros, se mantenían en cruz contra los costados de tu cuerpo. Tu voz, la que acarició mis oídos como lo hace Wagner, estaba rota pero hambrienta de ser escuchada. Tu cuerpo, que ahora me descubre que el frío del invierno es el lado vacío del otro lado de la cama, evitaba rozarse lo más mínimo contra esta piel.
Y tu risa, y tu pelo, y tus labios, y tu cuello, y tus piernas, y todo ese conjunto de materia y forma que tanto me excita, ahora están siguiendo una brújula que no marca mi posición, y puede ser que nunca la siguieran. Tú, con tus manías y rarezas, con el mar ahogándote las pupilas, con la cabeza hecha psicodelia, con el amor en las nubes... Tú, sólo contigo, me llevaste al infierno y me hiciste arder.
Que ojalá fuese de pasión, pero llegas a ser tan glacial que quemas mi piel con tu lengua de navaja y luego esquivas curarme las heridas. Tienes tanto orgullo enterrado entre la carne y el alma que preferiste verme agonizar a saborear la derrota. Me dejaste sangrando entre muros que me oprimían el pecho y permitiste dejarme caer en el fondo del abismo, aunque un deseo de salvación te cruzase la mente como un rayo verde. Preferiste verme por los suelos, arrastrándome hacia el cielo que amenaza con aplastarme, antes que darme tu mano y llevarme a las alturas. Y ahí me dejaste, con las alas cortadas para volar y el corazón demasiado cansado de latir, con la súplica en el rostro frente a tu cruel burla de desgracias. Pero no te puedo culpar porque, después de todo -que no es poco-, yo hice exactamente lo mismo contigo.

viernes, 7 de octubre de 2016

Sencillo.

Me da igual que pierdas los papeles o que siempre mantengas la calma, que seas más de salir "de tranquis" o hasta que salga el puto sol. Me da igual que seas más de ciencias que de letras, o que te pierdan las artes y las formas, que a todo le busques su porqué o que pases de preguntarte las cosas más de dos veces. Me da igual que consumas lo que te salga por los *** o que trates de ser una persona ejemplar. Me da igual que uses maquillaje o que seas natural, que respetes el medio ambiente o no creas en el cambio climático.
Me da igual si te gusta el café sólo o acompañado, o si no te gusta, ni tampoco la cerveza. Me da igual lo que tomes o lo que dejes de tomar. Me da igual tu apetito sexual y si abrazas la religión o la rechazas, si eres más de ir por libre o te gusta tener ayuda siempre que la necesites. Me da igual lo que te pongas para salir a la calle o para quedarte en casa, y también que te hagas performances en el cuerpo. Me da igual que le des la espalda a la vida, que intentes quitarte de en medio o sigas ahí perseverante.
Me da igual todo tu jodido mundo interior y las cosas que crees que tienes, buenas o malas, y también que te creas invencible, irrompible. Me da igual que tu risa sea de esas a las que les falta aire o casi no salga de tu garganta, que cuides tu salud o vayas por ahí buscando problemas. Me da igual si le gritas al mundo que está podrido y que debería suicidarse, o si te encierras en una burbuja de color rosa. Me da igual si vas rompiendo corazones o le temes al amor, si pasas de escuchar a tus demonios y sales por la puerta de casa a comerte la vida.
Me da igual si eres difícil de entender o no sabes explicarte todo lo bien que quisieras, y también si eres más de tierra que de agua. Me da igual que no le hagas hueco a la tristeza o hayas dejado de ver la luz del día, si las tormentas se reflejan en tus ojos o vas a contracorriente. Me da igual tu puto dinero, y también la autoestima por las nubes o en los suelos. Me da igual que enloquezcas hasta el punto de perder el control o que nunca arriesgues lo suficiente.
Me da igual todo eso porque eres un puto ser humano. Tienes sentimientos y mereces ser tratado desde el respeto, al igual que yo y el resto.

martes, 4 de octubre de 2016

Penitencia.

Y si es mejor quererte sin permiso,
con rabia y al contado,
yo te querré como jamás te quiso
quien más te haya marcado.

El camino era demasiado largo.
O quizá lo era mi tristeza.
Es difícil asegurarlo cuando la respuesta fue la huida.
Tal vez las paredes empezaban a asfixiarme,
o los cristales comenzaban a rajarse,
o mi voz se quebraba a media palabra.
Se volvía difícil besarte con los ojos y
saborearte largo tiempo la ilusión, todo
porque, al final de tus pupilas, se reflejaban
dos soles opacos que desistían de luchar
contra la desolación y el abismo.
Intentar ganar a tu risa se hizo
meta imposible puesto que, a veces,
olvidaba cómo estiran los vértices
mientras expulsas un soplo de aire
-que hace vibrar todas las cuerdas-
y el tiempo parece detenerse un instante.
No pudiendo recordar tan desprogramado detalle,
¿qué me retenía a tu lado sin llegar a enfermar?
Hay costumbres ciertamente contagiosas, y yo,
tan acostumbrada a contagiarte y envenenarte,
entendí que lo que fuera la cura sería entonces letal.
Por ello y algo más, puedo jurar
la sucesión de nobles intenciones
-calamidades catastróficas, pero nobles-
planeadas con astucia y ejecutadas con destreza.
Que sé de la crueldad, el frío y la insensibilidad
a la luz de los acontecimientos,
siendo imposible perdonar en la totalidad,
pero si tan sólo hubieses conocido algo
de lo que quedó oculto en las sombras...
De haber guardado las formas, tú nunca
hubieses alzado el vuelo desde el fondo...
Y no era lícito ahogarte por mí.
Llámame mejor egoísta, con rabia, con l*cura,
-mientras me ajusto la máscara-
y piensa, con dolor escondido,
que el amor de asturcón no se puede domar.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Abatimiento.

Duelen los días que pasan en ausencia de quienes aún amamos. Duelen los retales de memoria que quedan anclados y no han de repetirse. Duelen los amores fallidos y las amargas derrotas que se nos cuelan hasta el alma. Duelen las cicatrices que tan profundo se clavaron en la piel. Duelen los tiempos desiderativos del "ya no" y del "demasiado tarde". Duelen las palabras amargas del rechazo disfrazadas de excusas poco convincentes. Duelen los ojos que nos miran con decepción y recelo -ocultando otros impulsos-. Duelen las hileras de dientes de tiburón transformadas en medias sonrisas. Duelen las manos que se mueven cerca y ni de lejos están por rozarnos. Duelen los siete pecados capitales, o el mismo repetido siete -o más- veces. Duelen las falsas trincheras dispuestas a lo largo y ancho de un territorio hostil. Duelen los clavos que hay que arrancar para cambiar por otros más seguros. Duelen también los que enterramos sin darnos apenas cuenta. Duelen las mentiras no dichas y las verdades por partes que se nos enredan en la lengua. Duelen los poemas a trozos que aún guardamos en hojas a sucio. Duelen las canciones olvidadas que una vez tuvieron significado. Duelen los pequeños detalles que pudieran ser los mas grandes. Duelen las risas marchitas que sibilan entre los labios -grapados a las altas comisuras-. Duelen las victorias de las partidas que, en el fondo, nunca quisimos ganar. Duelen los saltos al vacío y las sombras fantasmagóricas que nos persiguen en la noche.
Sí, eso gritamos: dolor.
Pero siempre en silencio.
O bien fingimos que aún duelen.
O bien fingimos que no, que ya no.

martes, 30 de agosto de 2016

Luna.

Amenazan los demonios
con cernirse sobre tu cuerpo
solitario
esta noche
que aún tiene mucho que decir
pero sigues insistiendo
en abrir tus alas de plata
trampantojo de ilusiones
contra el abismo que se recorta
en tus límites imposibles
y al mirar tus cuencas vacías
me resisto a dejarte ir
otra vez
porque sé que mañana
serás más libertad
también más frío
y no podré contemplarte
con la misma pasión
que me hace imaginarte
menos indomable
y en la lejanía
el amor cerró hace mucho
la puerta
y dejó abierta
la ventana
para verte bailar al desnudo
entre metal y terciopelo
aprieto los dientes
con la misma saña
que me clavas tú los tuyos
y cierro las entrañas
de pensar en perderte
de terror por dolerme
decidiendo avanzar a ciegas
por las curvas peligrosas
de tu mortecina figura
hasta recostarme en los brazos
que coronan una espalda
esculpida en hueso y carne
desquiciante abrazo letal
que me mata el instinto
de salir corriendo
presa de mis deseos
y te descubre el amanecer
que se hiere
con el rojo de unos labios
brillando entre el azul
para verte dormir
sin luz visible
pero otra vez
vuelves a brillar
siempre vuelves
cuando al sol lo traga la mar.

jueves, 25 de agosto de 2016

Serendipia.

Quiéreme. Quiéreme aunque sea el final.
Porque todo puede ser y ya nada volverá a ser lo mismo: tu sonrisa descongela mis huesos y este mar se desborda por las pupilas; tus manos despliegan un mapa del abismo al que evito mirar, una amalgama de emociones que distan mucho entre sí y a la vez son una: el querer ser yo, y no más.
Y es que siento que puedo volar sin alas y respirar sin branquias, lo que me hace sentir coraje de león, cerebro de espantapájaros y corazón de hojalata. Puede decirse que vuelvo a Öz, sin tornado ni Totó, por un camino de baldosas amarillas que ya empezaba a cubrirse por el musgo. ¿Y por qué habría de querer volver a casa otra vez? Puesto que la lluvia, el frío y el viento gobiernan con una sola mano, sería suicida retornar al inhóspito clima al que me he acostumbrado.
Será entonces mejor dejarse las llaves encima de la mesa, aunque este alma de fuego sólo la visiten y vean pocas personas... Aunque este corazón de cristal tema hacerse pedazos una vez más, está dispuesto a latir de nuevo de forma diferente. Y sí, está dispuesto a desangrarse y dinamitar todos sus muros, barreras y trampas, todas las máscaras de seda que -con delicadeza y precisión- se ajustan a mi piel.
Qué locura, qué arrebato, qué pasión -y qué loca, qué impulsiva, qué apasionada-.
Qué palabras tan poco enigmáticas -y qué mujer tan al desnudo-, qué poco espacio queda para escribir en esta hoja a sucio -y que destructivo querer buscar otra hoja en blanco-.
Ven a buscarme en lo más alto o en lo más profundo, yo no sé dónde voy a estar... Sólo sé que será el paraíso hecho infierno, sólo sé que me dolerá todo el cuerpo.
Quiéreme. Quiéreme si yo no sé hacerlo.

sábado, 20 de agosto de 2016

Natürlich.

No sé muy bien cómo llegaste a aquellas aguas que tan en calma parecían estar.
Recuerdo que era una noche de brisa que demandaba ser escuchada, que no retrocedía ante los monstruos de la oscuridad. Sí, era poderosa y magnética, se escuchaba el eco de voces muertas y se respiraban los últimos halos de esperanza.
Sí, tú ibas vagando entre los cuerpos y las cosas tangibles, poniendo un poco aquí y otro poco allá de tu jovial esencia, susurrando palabras que bien podrían llegar a corazones de bromuro. Dejabas que el tiempo se escurriese entre los dedos, más aún que la cadena de un reloj de bolsillo, esperando que la mañana hiriese el cielo en todo su esplendor. Recorriste los mismos caminos ya conocidos, bostezando ante el automatismo de poder seguir con los ojos cerrados en el bosque que te rodeaba sin que lograse confundirte y perderte.
¿Cómo fue entonces que encontraste un nuevo sendero desconocido, estrecho y sinuoso, apenas iluminado?¿Qué te hizo arrojarte sobre él descuidando todas las precauciones que tenías por costumbre tomar?¿Fue la gloriosa aventura de enfrentarte a lo desconocido, dejando de lado el miedo que atenazaba tu frágil corazón?
Era una noche de brisa oscura y el camino olía a frutas, cereales y miel. Te detenías a inspirar aquello que cosquilleaba en tus sentidos: la madera de los árboles, la luz de las estrellas, el sonido del agua fluir... El momento te embriagaba y no conseguías pensar más allá del instinto, que paso tras paso, te llevó a las orillas de aquellas aguas que tan en calma parecían estar.
Y digo parecían, porque dentro de ellas las corrientes eran frías y fieras, y la oscuridad era tal que la boca de una fiera hubiese sido más amable de acogerte. Pero tú no lo viste, no cuando llegaste: el reflejo del claro de luna titilando sobre ellas hizo que te arrodillases ante un reflejo de tus propios sueños y buscases el contacto contra tu piel. Y antes aún de que pudieses verlo, emergió una cabeza sostenida por un cuello grácil y enhiesto, prístino a la luz del amanecer que empezaba a romper contra el firmamento. Cabeza perteneciente a un ser de cruel naturaleza, ¡ah!, ¿desconocías lo que es una ninfa? Son bellas como las hadas, aparecen y desaparecen de forma misteriosa, dejando extasiados a aquellos que pueden contemplarlas. Como tú, que detuviste tus dedos -y todo tu cuerpo- a escasos centímetros de las aguas, sintiendo la fría temperatura de estas en contraste con tus treinta y seis grados destemplados.
Qué ser humano tan curioso le debiste parecer si terminó por sonreír haciendo que le brillasen los ojos y se aproximó a tu lado calmosamente, como queriendo no asustarte. ¡Pobre idiota, cuán poco sabías de las ninfas! Ojalá que en ese entonces hubieses sabido más, porque entonces no te hubieses quedado esperándola. Pero, ¡oh, no!, tuviste que quedarte inmóvil tras recoger tu brazo y tratar de no molestarla.
Allí te quedaste, mientras ella se sostenía estática y gotas veloces se deslizaban por su cuerpo fuera del agua, haciendo el tiempo dilatarse en el espacio, momento digno de quedarse grabado en la memoria. Entonces ella te miró con los ojos limpios y profundos, asomando la primavera por el borde de sus pupilas y te ofreció su mano. Tú la miraste como un niño indeciso que duda si aferrar la mano desconocida o no y el espectro de su sonrisa hizo que entrases en confrontación interna.
*Ven conmigo* dijo ella dulcemente, pero de una forma tan solemne que algo, en tu fuero interno, te decía que era peligroso.
*No sé nadar muy bien* confesaste tú, mirando alternativamente sus ojos, su mano y el agua.
*No vamos a nadar* replicó la ninfa. *Vamos a sumergirnos donde convivo con otros seres.*
*No tengo seguridad de querer hacer eso, ¿qué hay ahí abajo que aquí no?* preguntaste temblando como una hoja. Había algo en ella que te incitaba a arrojarte de cabeza y a volver sobre tus pasos por la senda.
*Sueños, esperanzas, anhelos. Maravillas que no están destinadas a todos. Pero también hay demonios y oscuridad. Hay un mundo entero bajo estas aguas que es muy diferente a tu mundo: conocerlo te hará un nuevo ser.* respondió la ninfa, siendo sincera en sus espinosas palabras.
*¿Un nuevo ser?¿Cómo podría ser un nuevo ser?¿Existe alguna clase de embrujo o resurrección?* seguiste preguntando con curiosidad, aún intermitente en la orilla.
*No, no hay realmente nada de eso. Para ser un nuevo ser, sólo basta con destruir todo lo que se fue anteriormente* volvió a responderte ella, envenenado tu cabeza. *Sí, podrías renacer como algo nuevo* susurró con los ojos cerrados y respirando de forma casi imperceptible.
*Renacer... ¿Podría ser eso? Me gustaría ser alguien nuevo, dejar atrás todas las medallas que me han colgado. Nunca las pedí, nunca las quise; yo sólo quería ser yo, simplemente, y no me han dejado...* dijiste con tristeza, recordando todo aquello que quisiste ser y jamás te permitieron, todo aquello que amaste y odiaste e hiciste.
*Entonces ven conmigo. Toma mi mano y déjate llevar. Te prometo que no volverás a sentir eso. Olvidarás todo y reducirás tu esencia al mínimo esfuerzo.* dijo la dama de las aguas con una sonrisa cansada mientras bailaba con gracia en el elemento que la dominaba.
*¿Cuánto tiempo estaremos sumergidos? Porque...*
*El tiempo que haga falta para que vuelvas a nacer. Será un suspiro, todo será más rápido de lo que crees* alegó ella con firmeza. *Ven, es sencillo, ya verás. Es sencillo dejarse llevar por la corriente...* fluyó serena su voz entre las venas del amanecer, con algo que no podrías describir pero que determinó que estirases tu brazo hasta rozar con tus yemas sus delicados dedos.
¿Qué sentirías en ese contacto?¿Quizá llegaste a sentir calidez en la fría piel de un demonio?¿Te dio tiempo a sentir algo suyo antes de que el agua ya te rodease y tirase de ti hacia el fondo? Porque, en cuanto la tocaste, virasteis hacia las profundidades y te olvidaste de respirar durante unos instantes. Al menos pudiste ver qué habitaba en la oscuridad: unos ojos tan profundos que eran absolutamente negros, unas manos tan delicadas que eran como navajas cortando el agua, unos labios tan sensuales que eran el escondite de unos dientes afilados como agujas, un ser tan devastador que era el puente hacia tu más profundo letargo. Y sí, fue entonces cuando viste lo escandalosas que eran las corrientes y que no es posible sobrevivir sin salir a la superficie, pero ya no pudiste volver nunca más atrás.
Fuiste destruido y te convertiste en algo nuevo, sí.
Encontraste la paz y te quedaste para siempre en ese mundo.
Como un cadáver.

sábado, 13 de agosto de 2016

Resorte.

Terminó la costumbre de hacerte café a media tarde, de llevarte los zapatos por la mañana y de despertarme cuando te metías más tarde que yo en la cama. Terminó la costumbre de ponerse bufandas los domingos, de gastar los veranos en la playa y de seguir cuando lo pedías. Terminó la costumbre de acercarme sigilosa y sobresaltarte, de escuchar el eco de tus pasos por el pasillo y de llegar tarde a todas horas. Terminó la costumbre de esperarte en el portal, de sentirme pequeña entre tus brazos y de ver caer las perseidas. Terminó la costumbre de encontrarte la luz al final de las pupilas, de recordarte lo que quedaba por hacer y de quedarme callada si no había nada que decir. Terminó la costumbre de perseguirte por el campo, de sondear las olas del mar y de restarle importancia a las derrotas. Terminó la costumbre de enfrentarte con diplomacia, de pensar con cabeza cada movimiento y de perdonar cada palabra fuera de tono.
Y terminé por amar las máscaras y las mares embravecidas, la cerveza en grandes cantidades y el humo de vez en cuando, el reír a carcajadas y el detenerse a saludar, la música en cada esquina y los juegos de cartas, el viajar a todas partes y el vestirse como se quiera, la veloz adrenalina en el cuerpo y los besos porque sí.
Y terminamos por no volver a vernos.
Ahora sólo quedan recuerdos y poco más.
No nos queda un futuro más allá.
Ya no queda nada.
Nada.

lunes, 8 de agosto de 2016

Al silencio.

,Yo no quiero saber por qué lo hiciste
.yo no quiero contigo ni sin ti
,Lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes
.es que mueras por mí

Pequeña y dulce chispa,
Tenías tanta prisa por crecer...
Toda esa tristeza tuya escondida
Con los ojos no se consigue ver.
Querías ver el mundo entero,
Tenerlo bajo tus diminutos pies,
Pero, ¡ay!, pequeña chispa,
Ciertas cosas no pueden ser.
Viajaste paralela a otro planeta,
Bañaste tus besos con sal,
Y entre cielos de intensos colores
Todo acaba por salir mal.
Qué dura se volvió la vida efímera
Cuando llegó el triste final,
Qué duros tus ojos de prisma
Cuando, dolida, atravesaste el cristal.
Metamorfoseaste en hi*dra venenosa,
De entera oscuridad corrompida.
Abandonabas todo mientras ibas
Preci*sa hacia la nictofóbica salida.
Tras aquella prematura sobrecarga
La luz nívea quedó extinguida,
Y ahora sólo queda tiempo de curar
Tus lastimosas heridas con saliva.

lunes, 1 de agosto de 2016

Fin del mundo.

Volver a tan amado lugar,
¡oh!, donde habita el corazón.
Alejarse y comprender al fin
qué desgarrador llega a ser
estar lejos del ser amado,
entendiendo que no hay belleza
igualable a la suya: nadie
tan fiera ni tan vieja
ni tan inquebrantable.
Alejarse y llorar por eso
que llamo patria, hogar,
religión, rendición,
buscando -en vano-
el mar recortando
contra verdes valles y
montañas y esperanzas.
Pero uno siempre vuelve
donde deja el corazón,
porque los primeros amores
echan sus raíces dentro
y no mueren jamás.
No, no podría olvidar
al amor de mis amores
tan fácil como otros
olvidan sus orígenes y
nacen -otra vez- distintos.
No podría olvidar la felicidad
de sentir la lluvia sobre la piel
y el aire puro y la tierra húmeda
bajo los pies en medio de la nada,
la sensación de libertad,
el misticismo entre carbayos,
el salitre adherido a la ropa y
la salvaje naturaleza hechizante.
Vuelvo a ti imantada, amada
del norte tras el muro,
esperando que me acojas
en tus brazos nudosos y sabios
bajo el tenue sol que se esconde
mientras nacen arcoiris y la vida
florece a nuestro alrededor,
supurando mitología en cada recodo
y empapando mis ojos de la niñez
que aún mantienen los poetas
al verte viva como nunca, aunque
algo abandonada desde 80 años
y algo más, pero siempre
inmortal al paso del tiempo.
Así que, tras larga y sufrida
espera al sol naciente,
vuelvo al poniente de mi alma
y de mis sueños indómitos,
a bañarme contigo en ríos
impetuosos y bailar
con las gaitas que insuflan
el deseo de escanciar
para devolverte
todo lo que nos das.
Que tú eres mi alfa y mi omega
y brindo por ti allá donde voy,
llevada por el orgullo de ser
-aunque viva entre
frío y oscuridad-,
y abandonarme a tus encantos.
Me postro ante ti y permito
que raptes mi corazón
-una vez más y no la última-,
amada mía, amada tierra,
amada Asturias.

domingo, 31 de julio de 2016

Destierro.

Es que -óyeme, cariño- todo lo que ves ahora, si es que te dignas a mirar aquí, no es más que entramado de piel y hueso.
Y es que no sabes ver a través del túnel de las pupilas y encontrar al final la luz. Porque aquí aún hay luz; aún hay una extensa sinfonía de colores que vibran con cada nuevo y diferente latido.
Podrás ver que mis infiernos son escarpados y lóbregos -bendita oscuridad-, pero nunca en ellos te perdiste y acabé por matarte, jamás exististe y luego despertaste. Así que, en verdad, no te acercas ni un poquito a rajarme el esternón y separar -como una ventana de doble cristal- las costillas marfileñas que me abrigan el corazón; y es por eso que no sabes cuándo soy agua y fuego, y cuándo la antítesis que desorganiza tus ideas.
No, cariño, tú no lo ves, no puedes verlo si yo no te dejo ver.
Pero te diré que necesito anclarme lo más alejado posible del límite establecido por la cuerda, que bailar entre mundos es inestabilidad inherente a mi persona, y que son ya demasiados mundos a donde quiero volar.
Y si de verdad quieres hacer algo por mí, atrévete a sostenerme entre tus brazos como una crisálida porque, antes que depositar el leve revoloteo de tus labios sobre mi niñez, necesito de ti tu energía vital para sitiar mi forma.
Entiendo que te aterre, porque ni siquiera mi entendimiento logra dilucidar entre las oscuras lagunas que me absorben. O quizá sí lo entienda pero lo único que quisiera entender claramente es que, si tú no ves porque yo no te dejo, no te atreverás a llegar por ti mismo al entendimiento metastásico.
No, cariño, tú no lo harías, no podrías hacerlo si yo no te compenso antes.

viernes, 22 de julio de 2016

Amores de barra.

¿Nunca te han dicho que tienes unos ojos preciosos? Porque creo que la luz que entra por la persiana de mi habitación haría maravillas en ellos.
No necesitas más que venir aquí y comprobarlo. Es algo sencillo, no tiene ningún coste hasta el momento.
Sé que tienes camas de sobra donde quedarte a pasar la noche -y personas- pero te ofrezco la mía; y aunque no te pueda asegurar que sea la más cómoda, puedo hacer que te parezca el paraíso.
Ya tengo un hueco adaptado a las medidas de tu cuerpo -no es difícil con esa cinturita- y café para que te sumerjas en una espiral de sensaciones y pensamientos. Si quieres, puedes absorberlo en la fría luz de la cocina para que te quedes en 20 bajo cero, pero te prefiero en la cálida oscuridad de mi habitación desatando tus demonios.
Podemos hacerlo fácil: vienes y te desparramas en cualquier ángulo sobre la cama mientras hago música a tus oídos, y ya veremos a dónde me llevan mis manos después. Contigo podría ser a cualquier parte -confieso que me entusiasma eso de viajar sin salir de casa-, visitaríamos todo lugar insospechado que se cruzase en nuestra trayectoria.
Pero si quieres hacerlo difícil, puedo ir a ti y secuestrarte. No me será complicado porque llegar hasta ti es sencillo -en verdad- y te dejarás llevar. Pero luego preguntarán por ti y nadie hallará respuesta, porque yo no pienso decirles que estás conmigo, bajo mis sombras y en mis dominios; y tú jamás te detendrías a pensar qué estás haciendo(nos) exactamente, ¿verdad?

lunes, 11 de julio de 2016

Esperpento.

Así te ves ahora: una mueca triste en una escala de grises que administra el tiempo que queda. ¿Y quién, o qué, es esa silueta en el espejo? Ya no es la que fue antaño. Juraría que solía estar llena de vida, sonriendo de pura felicidad, no ocultándose detrás de una sonrisa pintada. Pero los tiempos felices terminaron hace mucho, ¿verdad? Antes casi de que puedas recordarlo, antes de horrorizarte por las magnitudes de la brecha emocional.
Bien sabemos que palpitas al claro de luna, en sepulcral silencio, tratando de drenar toda la tinta que se aglomera entre tu piel y tu alma. Qué fría y pálida te ves en ese entonces, ¿o dirás que no pareces muerta en vida? Es como si el mármol se hiciese acopio de tu cuerpo, y aunque pronunciadas costillas se puedan sentir cálidas, están heladas. ¿Quién podría decirte cálida, en verdad?¿Te han acariciado más profundo de la dermis? Mantienes la temperatura metafísica bajo cero, cuidando al detalle que todo esté bajo control. No querrías enfrentarte otra vez a lo desconocido para que venga a desorganizarte los esquemas de amor propio -aún inconclusos-.
De todas formas, eso que dicen corazón no es más que los últimos latidos de una ilusión marchita, cenizas ardientes al igual que la última calada que mata y corta el aire. Se ralentiza cuantos más amores y desamores, vaciando tu cuerpo de cualquier estado de ánimo que no sea indiferente, y ya deberías saber que no te estoy hablando de un único cada vez, señorita. Prometo que querría salvarte de la oscuridad que te absorbe e imanta, aunque nunca termine por poseerte, pero eres tan difícil, cariño... ¿Quién iba a enfrentarse contra viento y marea?¿Quién querría arrastrarte a la vida si tú le llevas antes a la muerte?

viernes, 17 de junio de 2016

Indómita.

¿Alguna vez has estado delante de una mar embravecida, con grandes olas arremetiendo contra la costa?¿Has sentido su poder, su furia, su belleza?
¿Has estado delante de esa mar, en el limbo entre el agua y la tierra, deliberando avanzar o retroceder, mojarse o permanecer seco?
Porque si alguna vez has entrado en esa mar, altivo y temerario, habrás podido comprobar que si uno no quiere ahogarse tiene que ahondar en lo profundo. Si uno se queda en la superficie y se deja llevar por la corriente, acaba con los pulmones encharcados.
Para sobrevivir a esas mares bravías, uno debe ver la sombra del agua dispuesta a cernirse sobre el cuerpo y zambullirse lo más abajo que pueda, buscando la tierra sólida sobre la que se sostiene. Y cuando salga a superficie, debe tomar aire de nuevo y volver a sumergirse, porque las mares embravecidas tienen constancia de arrasar con sus olas lo que haya por medio: golpeándolo, partiéndolo, diluyéndolo...
Es por eso que debe entenderse la dinámica de la mar: si uno quiere disfrutar de la belleza salvaje que posee, debe mantenerse a salvo yendo a lo más hondo, tomando aire de vez en cuando para volver a la carga.
Que si uno quiere permanecer en tierra seca porque no quiere enfrentar el peligro, no tenga después la poca vergüenza de decir que es culpa de la mar por ser así de brava, que si fuese más dócil de seguro entraría. Si uno quiere conocer la mar en todo su esplendor, no puede esperar a bañarse sólo en aguas tranquilas, debe enfrentarse a todo su poder y dominar la técnica que le permita vivir con ella; debe recordar siempre que existe alternancia de mareas y depende de la Luna la intensidad de estas. Así, cuanto más cerca esté el satélite, más sobrecogedores serán los mares, más hastías las aguas.
Claro que el influjo de dos polos que se atraen magnéticamente es seductor, eclipsante, ¿y quién no se ha sentido atraído por la idea de bañarse en ese reflejo plateado, ese claro de luna líquida deseando que nunca sea Mercurio? Deseando poder hacer eterno el momento, disfrutando íntimamente del culmen de paz alcanzado, aunque sea por tan sólo unos breves segundos.
Para unirse en armonía y tranquilidad no debe tenerse miedo a la mar como si de un enemigo se tratase, ni tampoco ser temerario sin importar qué pueda pasar; pero sí debe entenderse que el respeto y la comprensión es lo que lleva a rodearse del azul.

domingo, 29 de mayo de 2016

Casanova.

Te mueves como un depredador, esperando casar alguna presa inocente. Y crees que yo, por mi dulzura, respiro esa inocencia que buscas.
Es tu sorpresa mayúscula cuando ves que te equivocas, que hay un ser indómito dentro de mí. Y deberías saber de sobra que cada uno tiene dentro de sí un animal aún que se deja llevar por sus instintos.
Como tú, que te dejas llevar por los tuyos y te dejas arrastrar a lo profundo de estas aguas turbulentas, sacando el animal dentro de ti en algo tan sencillo como abrir la boca y suspirar fuerte, y quizá también en un gemido gutural que nace en tus cálidas entrañas.
Piensas que en mi juventud, esta mujer no sabe aún mucho de la vida -tal vez sea cierto-, y te invade un miedo atroz a hacer algo para lo que no estás preparado. Pero lo estás si yo lo estoy -ya ves qué puede hacer esta niña de ti-, así que te lanzas al vacío dispuesto a zambullirte en la claridad del azul.
Así, en tus sábanas, te encuentras contigo mismo pensando en espirales de humo y piernas infinitas, llevado por la exponencial a postrarte ante la fantasía que cobra vida ante tus ojos. Y te mueves tranquilo al principio, un ligero vaivén provocador que se acelera y desacelera a ratos, hasta no poder detenerte en el eclipse del amanecer, siendo gato y tigre a la altura de mis caderas -o lo que crees que es eso que visualizas-, recorriendo cada centímetro de la extensión de mis huesos y deteniéndote en las zonas más delicadas para que Eros descubra otro nuevo sacrificio.
Y vuelves a pensar, esta vez sintiendo que te falta aire, que la vida se te va en un suspiro; y en ese último suspiro evocas mi cuerpo como un esculpido de mármol, separando mis labios prolongadamente y desafiando tu esencia, brillando como un sol negro o un par de ellos, haciéndote flotar y caer en un tiempo donde el positivismo invade tu mente.
Más. Sólo más. Necesitas más. Más. Más. Más.

jueves, 19 de mayo de 2016

Génesis.

Escúchame bien, maldito tirano e insensible.
Yo no soy tu sierva, tu esclava, tu descendiente. No salí de tu repugnante costilla y no te necesito a ti para ser lo que soy: ¡Mujer! En plenas facultades, además; con tu misma capacidad de conocimiento.
No intentes sobreponerte a mí, no trates de pisarme porque, de ser así, conocerás mi ira. Empieza a cambiar tu trato hacia mí y respétame como a una igual, porque juro por Dios que, de no hacerlo, no conocerás más que el saberte humillado ante la innegable realidad de que no te necesito para vivir en este mundo.
He nacido del mismo polvo que te concibió, y aunque al principio tuviese aún los ojos empañados, ya puedo ver con claridad tu retorcida naturaleza y el hecho de que aún no estás totalmente preparado para aceptarme como soy.
Podrás engañar a las futuras generaciones que poblarán el planeta, diciéndoles que fui para ti sumisa y dependiente, que fui la culpa de todos tus males, que yo no era sin ti. Pero al final se podrá entrever que, después de toda palabra dicha de tu boca y tus ganas de sentirte por encima de mí, tú sólo eres conmigo.
Así que, si en verdad existe algo dentro de ti que supere a tu orgullo y te haga verme de tu misma condición, bájate ahora mismo del escalón al que te has subido para verme desde arriba y ponte a la altura que te corresponde, porque así sólo estás demostrando lo inseguro, intransigente e inferior que puedes llegar a ser.
¿Qué creías que podías hacer conmigo? Yo no te hago caso por tu -ninguna- condición superior y te aseguro que, ahora que has intentado utilizarme como si de un objeto me tratase... Créeme, no me vas a volver a ver. No me voy a quedar aquí para ver mi libertad y el orgullo de ser lo que soy reducidas a la merced de tus deseos, porque soy mucho más que eso; y ahora sabemos que yo, que realmente he sabido valorarte, he sido más justa que tú.
Este es mi último adiós, y esta es mi última sentencia: Yo, Lilith, hija de Dios y tu hermana, amiga y confidente, partiré lejos de ti, Adán, hacia donde pueda llevar una feliz vida mientras no sepas valorarme y respetarme, que es lo que de verdad conlleva amarme con todo tu ser.

Pandæmonium.

...Hoy estabas triste>>
;Porque la luz de tus ojos era tenue y sin brillo
,porque tu mirada, otrora valiente y sonora
...se tornó huidiza y distante
<<.Y el silencio de tus palabras tronaba en el espacio inerte

No quieres llorar, lo sé;
no quieres hacerlo,
pero las lágrimas amenazan con deslizarse con furia por tus mejillas.
¿Cómo puedes detenerlas cuando todo te hace daño?
Hasta el simple golpeo de una flor crea en ti una brecha de dimensiones inimaginables.
Quieres mantenerte estable, sentirte firme, verte reír.
¿Pero cómo hacerlo? Si sólo tiemblas por dentro de puro terror, de pura tristeza.
*¿Se puede temblar de tristeza?* Se puede temblar de tantas cosas, corazón...
Y tal vez Bécquer, Bukowski o muchos otros podrían ayudarte; o tan sólo sumirte más en un pozo de desesperación. Quién sabe.
Han respondido a tus preguntas cuando nadie antes quiso -ni siquiera hablarte de ellos-.
Duerme, mäuselein, mañana serás de nuevo gato y la luz que entrará por tus pupilas no se verá igual que ahora. Ahora duele, hace que te brillen los ojos, se queda impermeable al agua.
Duerme y calla, venga, date prisa.
Tus demonios empiezan a despertarse. ¿No los oyes?
Claman sangre, claman cosquillas, claman silencio, claman tristeza. Y calman.
Al desatar la tempestad, sí. Pero ella sólo te deja marcada, rota y, aunque libre, nunca de nuevo feliz.
Y si te pones a pensar, volverás a los domingos que te abren la puerta y te invitan a pasar. Entonces, resignada a tu suerte, te adentrarás y dejarás correr las horas sobre el sillón con una taza medio vacía en las manos, un cenicero rebosante en la mesa, los pies recogidos y los órganos descuartizados.
¡Para! Deja de hacer que días entre semana se vuelvan domingos y que tu piel vibre de oscuro y férreo impulso, joder...
Revive.

jueves, 5 de mayo de 2016

Corazón.

Ayer me dio tiempo a enamorarme. No de ti, ni de mí, ni siquiera de nosotros. Me enamoré del momento. Caí en la cuenta de ello justo al pensar que no podría haber ido mejor de haber sido planeado. Aunque olvidé mantenerme alerta a universales imprevistos que suelen aparecer.
Hice un viaje astral entre las constelaciones de lunares de tu cuerpo, dejando que la gravedad fuese inmanente de mis manos y tu pecho, y comprendí que el planeta rojo no podría regalarme mejor paisaje que la naturaleza de tus iris.
Debería darte las gracias por quemar el hielo adherido a tu piel al entrar en contacto conmigo, por hacer de mí Mercurio maleable. Y sin embargo, no puedo no recordar ello como una estrella fugaz: bella, intensa, desgarradora.
Más que todo esto, debería pedirte perdón por aterrizar a 2s/años luz, porque yo tengo la costumbre de llevar vida de cosmonauta, con eso de no detenerme mucho tiempo en un lugar fijo, y quizá acelerar la partida con crack te dejó momentáneamente fuera del espacio sideral. Sin embargo, no puedo no odiar que Orión se acople a mis labios y extienda su incansable parpadeo por todo mi cuerpo.
Y aún más que todo lo anterior, debería haber congelado todo con nitrógeno líquido, porque así la luz lunar no hubiera entrado por la ventana a besarme los párpados y, entonces, yo no me hubiese quedado eclipsada al contemplar la explosión de la Vía Láctea. Y de ese modo, habría evitado que un desmedido frío polar nos sacudiese las órbitas, que un asteroide en estado líquido estallase en delicados cristales, que las ondas gravitacionales me arrastrasen al punto de no retorno y que tus pulmones se viesen mezclados con tolueno en espiral.

martes, 29 de marzo de 2016

Piel de tigre.

Caminas, caminas y no te detienes hasta llegar a ese sitio frente al mar donde te gusta sentarte, dejando las piernas colgando sobre el abismo, respirando el salitre que llevas dentro de tus pulmones y ya se ha adherido a tu piel.
Entonces cierras los ojos y te dejas llevar, y cuando vuelves a abrirlos, te sientes más nerviosa y más chispeante, más feliz por vivir. Y sin pensarlo demasiado, saltas al vacío, quizá porque en verdad llevabas un rato deseando hacerlo.
Mientras suceden tres segundos en que tu cuerpo responde a la gravedad, para ti eres como aire: libre, fluctuante. Y cuando aterrizas, flexionas las rodillas y agachas la cabeza, reduciendo el impacto. Así es como comienza el juego para ti.
Levantas la cabeza rápido, mirando al frente, y echas a correr hacia los túneles macizos mientras el ruido del mar golpea sus paredes y envuelve tus oídos, campando a tus anchas por ese espacio entre tierra y agua. Sin parar de correr, unas veces te agachas, otras esquivas, otras giras y otras trepas para volver a bajar. Y en tu viaje en espiral te cruzas con muchos gatos, que se equiparan a tu agilidad y velocidad, considerándolos rivales dignos para dedicarte a perseguirlos por diversión.
De ese modo, el tiempo y tú os hacéis uno en esos recovecos: corréis, os agotáis, ganáis experiencia y sabiduría. No dejáis de continuar, no os detenéis, siempre adelante, nunca hacia atrás.
Hasta que llegas al final del túnel y sales a la luz del día, donde se detiene el cronómetro y ves que has mejorado tus marcas. Aún puedes seguir considerándote medio gato, aún sabes que les va a ser difícil atraparte, aún tus ojos siguen viendo mejor en la oscuridad. No querrías abandonar esa parte de ti que tanto te gusta, que te hace sentirte algo diferente al resto; aunque te haga de lo más esperpéntica y excéntrica.
Tras tantos minutos bajo bloques, vuelves al punto inicial y te sientas con satisfacción, dejando que una ola de serotonina te bañe el sistema nervioso y dejando que las olas marinas te bañen los ojos desde su cercana distancia.
Y vuelves al ahora, más tranquilo y apagado, más triste por verte muerta. Y sin pensarlo demasiado, te levantas del suelo, quizá porque en verdad llevabas un rato lamentando hacerlo.

martes, 22 de marzo de 2016

Adagio.

Qué luz oscura, qué poder inevitable
emana de tus ojos cuando me miras fría,
sedienta de ser acogida en un abrazo,
buscando saberte religión, redención.

Qué bello placer, qué electricidad te tiñe
al encontrarte, de nuevo, inspiración de
mis besos más escandalosos e incendiarios,
desatando pasión marchita y desenfrenada.

Qué soledad te apresa en esta habitación
-y ella, a sí misma, en tu derruida mente-,
mirando a la gran crisálida azul que,
lejos de verse muerta, atrapa sueños.

Qué desastres y destrozos originas
cortando el aire con tu risa desinhibida
-especialista en largas noches suicidas-,
viajando a nuestros paraísos artificiales.

Qué nihilista te comportas al bailar,
desenvolviéndote en el campo de tiro,
jugando a incinerar infiernos desolados,
ocultando el mapa del abismo que te recorre.

lunes, 14 de marzo de 2016

Danza de demonios.

Te levantaste esa mañana dispuesto a salvar el mundo.
-¡Voy a ser un héroe!- dijiste con gran ilusión e ímpetu.
Yo, que aún me revolvía entre las sábanas a tu lado, te miré maravillada, con trazas acuosas de amor en las pupilas.
Debiste creer ver en mi cara una mueca de burla, porque de repente te levantaste molesto, apartando las mantas de tu cuerpo que aún dejaba sentir la noche anterior, y me diste voluntariamente la espalda mientras descorrías las cortinas.
Me quedé mirando para ti con fastidio por haberme malinterpretado, con el pelo despeinado de ignorar arreglarlo voluntariamente y el pecho firme ascendiendo y descendiendo con parsimonia, mientras esperaba a que te volteases para asesinarte con la mirada. A pesar de ser yo quien te había otorgado esa costumbre, no lograba entender esos arrebatos de orgullo, violentos y sin motivo, que ponían distancia entre tus manos y mi cuerpo acusándome de ser yo quien provocaba esa reacción.
Cuando te diste la vuelta, tus ojos me examinaron por inercia y nos entró un hambre voraz, destapado por el frenético ritmo cardíaco que golpeaba nuestros huesos. No pudiendo remar contra el instinto, te acercaste al borde de la cama y dejaste caer un suspiro profundo y oscuro, como si un animal se hubiese apoderado de tu espíritu, haciendo que mis mejillas se encendiesen y el resto de mi cuerpo perdiese su color. Inmóvil yo y tú arrastrándote hacia mí sobre el colchón, acabamos por unirnos en el preciso momento donde tus dedos contactaron con mi mandíbula.
-Y tú vas a ser mi heroína- susurraste desde el fondo de tu garganta, -como siempre lo has sido.-
Mentiría si dijese que no entendí tus palabras, porque yo, que estaba ahogada hasta el cuello en un mar de sustancias, sonreí sardónica como lobo feroz dispuesta a que suplicases; y tú, que estabas hasta la polla de aguantarte las ganas, me hiciste descender a la almohada de cabeza por mi insolencia.
Me quedé con ganas de decirte que tú siempre eras el héroe, salvándonos de la oscuridad que siempre nos rodea, pero acabé por entender que, en esos momentos, sobraban las palabras.

martes, 2 de febrero de 2016

Inherencia.

Me desencajé los huesos y abrí el corazón a las nubes borrascosas del ocaso.
Me quemé los dedos y busqué la primavera en las hojas que deja el invierno tras de sí.
Me calenté las manos suspirando sobre ellas y vislumbré recuerdos de un pasado marchito.
Me lamí los labios y encontré un corte vertical que quemaba al tocarlo, como algunas viejas heridas.
Me miré en el espejo y me descubrí despeinada, somnolienta, viva y muerta, fría.
Me golpeé contra sentimientos ininteligibles y me hallé esperpéntica buscando darles cabida.
Me desabroché los botones de la camisa y me anudé la faringe para no hablar de más.
Me senté sobre la mesa y calculé los minutos que quedaban para alcanzar la cúspide del aburrimiento.
Me asomé desnuda a la ventana y liberé lo que quedaba encerrado de mí como mujer.
Me sorprendí al pensar que hoy era lunes y descarté alunizar al ver que ya era martes.
Me dibujé a lápiz sobre una vieja libreta y coloreé el papel con tonos azules pastel.
Me olvidé de que aún quedaban cosas por decir y me escapé hacia mí misma en búsqueda de paz.
Me dispuse a desarrollar otro día más y me hice poesía sin prestar atención.
Me taladré que el arte no tiene por qué ser bello y me acordé de que sólo debe hacernos sentir algo.

lunes, 25 de enero de 2016

Cohete.

Qué te voy a contar de esa muchacha que incendia ciudades. Arrasa tierras, mares, cielos; lo que se le encuentre.
Podría incinerarte y no te darías cuenta del momento en que va a prender la llama. Estarías tan absorto descifrando sus ojos de espiral que, cuando te vieses reflejado en ellos, sólo verías fuego crepitante.
Que te voy a contar de esa muchacha que suma inviernos. Las primaveras le traen deshielo a los labios y hacen de su cabeza psicodelia.
Podría no contar contigo y aún así soplarte tártaro directo a tus pulmones. Estarías tan paralizado por el hielo que, cuando sintieses el calor punzante, se habría vuelto humo y dejaría que la llevase el aire.
Que te voy a contar de esa muchacha que besa estrellas. La noche la despierta por las mañanas mientras el sol se cubre tímido, como eclipsado.
Podría besarte los párpados y devolverte la luz que alguna vez te fue arrebatada. Estarías tan pausado que, cuando vieses con total claridad el mundo que te rodea, comenzarías a razonar a velocidades vertiginosas.
Que te voy a contar de esa muchacha que baila colores. La sinfonía azul y verde no se compara a la rojinegra.
Podría leerte la escala de naranja atardecer y convertirte en un bello prisma. Estarías tan puro y cristalino que, aún queriendo encerrarlo dentro, se te escaparía el más grande secreto.
Que te voy a contar de esa muchacha que escribe emociones. La tinta corre por sus venas, llenándola, agitándola, murmurándola.
Podría darte a probar una de sus palabras concebidas de metástasis, por gratificar la tentación de codearse con las musas. Estarías tan desconcertado con esa mente impropia que, suave y lentamente, el dulce veneno te exprimiría hasta secar las hojas que forman tu piel.