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domingo, 29 de mayo de 2016

Casanova.

Te mueves como un depredador, esperando casar alguna presa inocente. Y crees que yo, por mi dulzura, respiro esa inocencia que buscas.
Es tu sorpresa mayúscula cuando ves que te equivocas, que hay un ser indómito dentro de mí. Y deberías saber de sobra que cada uno tiene dentro de sí un animal aún que se deja llevar por sus instintos.
Como tú, que te dejas llevar por los tuyos y te dejas arrastrar a lo profundo de estas aguas turbulentas, sacando el animal dentro de ti en algo tan sencillo como abrir la boca y suspirar fuerte, y quizá también en un gemido gutural que nace en tus cálidas entrañas.
Piensas que en mi juventud, esta mujer no sabe aún mucho de la vida -tal vez sea cierto-, y te invade un miedo atroz a hacer algo para lo que no estás preparado. Pero lo estás si yo lo estoy -ya ves qué puede hacer esta niña de ti-, así que te lanzas al vacío dispuesto a zambullirte en la claridad del azul.
Así, en tus sábanas, te encuentras contigo mismo pensando en espirales de humo y piernas infinitas, llevado por la exponencial a postrarte ante la fantasía que cobra vida ante tus ojos. Y te mueves tranquilo al principio, un ligero vaivén provocador que se acelera y desacelera a ratos, hasta no poder detenerte en el eclipse del amanecer, siendo gato y tigre a la altura de mis caderas -o lo que crees que es eso que visualizas-, recorriendo cada centímetro de la extensión de mis huesos y deteniéndote en las zonas más delicadas para que Eros descubra otro nuevo sacrificio.
Y vuelves a pensar, esta vez sintiendo que te falta aire, que la vida se te va en un suspiro; y en ese último suspiro evocas mi cuerpo como un esculpido de mármol, separando mis labios prolongadamente y desafiando tu esencia, brillando como un sol negro o un par de ellos, haciéndote flotar y caer en un tiempo donde el positivismo invade tu mente.
Más. Sólo más. Necesitas más. Más. Más. Más.

jueves, 19 de mayo de 2016

Génesis.

Escúchame bien, maldito tirano e insensible.
Yo no soy tu sierva, tu esclava, tu descendiente. No salí de tu repugnante costilla y no te necesito a ti para ser lo que soy: ¡Mujer! En plenas facultades, además; con tu misma capacidad de conocimiento.
No intentes sobreponerte a mí, no trates de pisarme porque, de ser así, conocerás mi ira. Empieza a cambiar tu trato hacia mí y respétame como a una igual, porque juro por Dios que, de no hacerlo, no conocerás más que el saberte humillado ante la innegable realidad de que no te necesito para vivir en este mundo.
He nacido del mismo polvo que te concibió, y aunque al principio tuviese aún los ojos empañados, ya puedo ver con claridad tu retorcida naturaleza y el hecho de que aún no estás totalmente preparado para aceptarme como soy.
Podrás engañar a las futuras generaciones que poblarán el planeta, diciéndoles que fui para ti sumisa y dependiente, que fui la culpa de todos tus males, que yo no era sin ti. Pero al final se podrá entrever que, después de toda palabra dicha de tu boca y tus ganas de sentirte por encima de mí, tú sólo eres conmigo.
Así que, si en verdad existe algo dentro de ti que supere a tu orgullo y te haga verme de tu misma condición, bájate ahora mismo del escalón al que te has subido para verme desde arriba y ponte a la altura que te corresponde, porque así sólo estás demostrando lo inseguro, intransigente e inferior que puedes llegar a ser.
¿Qué creías que podías hacer conmigo? Yo no te hago caso por tu -ninguna- condición superior y te aseguro que, ahora que has intentado utilizarme como si de un objeto me tratase... Créeme, no me vas a volver a ver. No me voy a quedar aquí para ver mi libertad y el orgullo de ser lo que soy reducidas a la merced de tus deseos, porque soy mucho más que eso; y ahora sabemos que yo, que realmente he sabido valorarte, he sido más justa que tú.
Este es mi último adiós, y esta es mi última sentencia: Yo, Lilith, hija de Dios y tu hermana, amiga y confidente, partiré lejos de ti, Adán, hacia donde pueda llevar una feliz vida mientras no sepas valorarme y respetarme, que es lo que de verdad conlleva amarme con todo tu ser.

Pandæmonium.

...Hoy estabas triste>>
;Porque la luz de tus ojos era tenue y sin brillo
,porque tu mirada, otrora valiente y sonora
...se tornó huidiza y distante
<<.Y el silencio de tus palabras tronaba en el espacio inerte

No quieres llorar, lo sé;
no quieres hacerlo,
pero las lágrimas amenazan con deslizarse con furia por tus mejillas.
¿Cómo puedes detenerlas cuando todo te hace daño?
Hasta el simple golpeo de una flor crea en ti una brecha de dimensiones inimaginables.
Quieres mantenerte estable, sentirte firme, verte reír.
¿Pero cómo hacerlo? Si sólo tiemblas por dentro de puro terror, de pura tristeza.
*¿Se puede temblar de tristeza?* Se puede temblar de tantas cosas, corazón...
Y tal vez Bécquer, Bukowski o muchos otros podrían ayudarte; o tan sólo sumirte más en un pozo de desesperación. Quién sabe.
Han respondido a tus preguntas cuando nadie antes quiso -ni siquiera hablarte de ellos-.
Duerme, mäuselein, mañana serás de nuevo gato y la luz que entrará por tus pupilas no se verá igual que ahora. Ahora duele, hace que te brillen los ojos, se queda impermeable al agua.
Duerme y calla, venga, date prisa.
Tus demonios empiezan a despertarse. ¿No los oyes?
Claman sangre, claman cosquillas, claman silencio, claman tristeza. Y calman.
Al desatar la tempestad, sí. Pero ella sólo te deja marcada, rota y, aunque libre, nunca de nuevo feliz.
Y si te pones a pensar, volverás a los domingos que te abren la puerta y te invitan a pasar. Entonces, resignada a tu suerte, te adentrarás y dejarás correr las horas sobre el sillón con una taza medio vacía en las manos, un cenicero rebosante en la mesa, los pies recogidos y los órganos descuartizados.
¡Para! Deja de hacer que días entre semana se vuelvan domingos y que tu piel vibre de oscuro y férreo impulso, joder...
Revive.

jueves, 5 de mayo de 2016

Corazón.

Ayer me dio tiempo a enamorarme. No de ti, ni de mí, ni siquiera de nosotros. Me enamoré del momento. Caí en la cuenta de ello justo al pensar que no podría haber ido mejor de haber sido planeado. Aunque olvidé mantenerme alerta a universales imprevistos que suelen aparecer.
Hice un viaje astral entre las constelaciones de lunares de tu cuerpo, dejando que la gravedad fuese inmanente de mis manos y tu pecho, y comprendí que el planeta rojo no podría regalarme mejor paisaje que la naturaleza de tus iris.
Debería darte las gracias por quemar el hielo adherido a tu piel al entrar en contacto conmigo, por hacer de mí Mercurio maleable. Y sin embargo, no puedo no recordar ello como una estrella fugaz: bella, intensa, desgarradora.
Más que todo esto, debería pedirte perdón por aterrizar a 2s/años luz, porque yo tengo la costumbre de llevar vida de cosmonauta, con eso de no detenerme mucho tiempo en un lugar fijo, y quizá acelerar la partida con crack te dejó momentáneamente fuera del espacio sideral. Sin embargo, no puedo no odiar que Orión se acople a mis labios y extienda su incansable parpadeo por todo mi cuerpo.
Y aún más que todo lo anterior, debería haber congelado todo con nitrógeno líquido, porque así la luz lunar no hubiera entrado por la ventana a besarme los párpados y, entonces, yo no me hubiese quedado eclipsada al contemplar la explosión de la Vía Láctea. Y de ese modo, habría evitado que un desmedido frío polar nos sacudiese las órbitas, que un asteroide en estado líquido estallase en delicados cristales, que las ondas gravitacionales me arrastrasen al punto de no retorno y que tus pulmones se viesen mezclados con tolueno en espiral.