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martes, 4 de octubre de 2016

Penitencia.

Y si es mejor quererte sin permiso,
con rabia y al contado,
yo te querré como jamás te quiso
quien más te haya marcado.

El camino era demasiado largo.
O quizá lo era mi tristeza.
Es difícil asegurarlo cuando la respuesta fue la huida.
Tal vez las paredes empezaban a asfixiarme,
o los cristales comenzaban a rajarse,
o mi voz se quebraba a media palabra.
Se volvía difícil besarte con los ojos y
saborearte largo tiempo la ilusión, todo
porque, al final de tus pupilas, se reflejaban
dos soles opacos que desistían de luchar
contra la desolación y el abismo.
Intentar ganar a tu risa se hizo
meta imposible puesto que, a veces,
olvidaba cómo estiran los vértices
mientras expulsas un soplo de aire
-que hace vibrar todas las cuerdas-
y el tiempo parece detenerse un instante.
No pudiendo recordar tan desprogramado detalle,
¿qué me retenía a tu lado sin llegar a enfermar?
Hay costumbres ciertamente contagiosas, y yo,
tan acostumbrada a contagiarte y envenenarte,
entendí que lo que fuera la cura sería entonces letal.
Por ello y algo más, puedo jurar
la sucesión de nobles intenciones
-calamidades catastróficas, pero nobles-
planeadas con astucia y ejecutadas con destreza.
Que sé de la crueldad, el frío y la insensibilidad
a la luz de los acontecimientos,
siendo imposible perdonar en la totalidad,
pero si tan sólo hubieses conocido algo
de lo que quedó oculto en las sombras...
De haber guardado las formas, tú nunca
hubieses alzado el vuelo desde el fondo...
Y no era lícito ahogarte por mí.
Llámame mejor egoísta, con rabia, con l*cura,
-mientras me ajusto la máscara-
y piensa, con dolor escondido,
que el amor de asturcón no se puede domar.

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