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domingo, 29 de marzo de 2015

Vértice del horizonte.

Si te paras a pensarlo,
La ruleta cobró vida,
Todo comenzó hace tiempo:
Luego, el dolor se comprimió.
Antes de darme cuenta,    
Aprendí que es lo falla
Ya habíamos encallado.            
Sin haber felicidad.
Yo me desvivía por ti,  
Subrayabas mis pupilas,
Tú mirabas hacia mí          
Volando contrario al sur;
Y veías a esa chica            
Con la brújula tan rota
Dada siempre a sonreír.      
Sin tener a dónde ir.
Nos llovía julio encima,        
Componías melodías,
Con sotavento de septiembre  
Alguna hablaba de más...
En medio de la calle                
Letras que arrastraba el viento
Sentenciaste a pulmón.          
Se colaron en mi habitación.
No necesito la química,        
Entre el humo y el tequila,
Para hablar de tú y yo.          
Con los ojos enrojecidos;
El contacto de tus labios,      
Sobrevive ese recuerdo:
Genera electricidad.            
Escalofríos del adiós.

Mezclabas los colores,          
Mezclabas fantasías,
Estrenabas paletilla.                
Alentabas a seguir.
¿Cómo quedaron aquellos retratos  
¿Qué fue de aquellos abrazos
Llenos de sombra y ternura          
En medio de la estación
Bajo luz de luna llena?                
Dispuestos a confesar?

Comprendías lo que era,                
Comprendías lo que era,
Lo que nunca quise ser,              
Lo que nunca quise ser,
A dónde llevan mis pasos,        
A dónde llevan mis pasos,
Cuándo podré volver.                
Cuándo podré volver.
Aún nos siguen quedando,          
Aún nos siguen quedando,
Esas tardes de café,                      
Esas tardes de café,
Que van cortas de silencio              
Que van cortas de silencio
Y bien largas de hermetismo.      
Y bien largas de hermetismo.

Volverán a ti las memorias                
Esas tardes de café,
Bañadas del alba que estrenamos        
Con excesos de análisis
Mediados de líquido inflamable.          
Y falta de corazón.


jueves, 19 de marzo de 2015

Telarañas de cristal.

Pero tú no sabes cuánto te quiero, niña, porque no lo demostraré jamás.
Que vas a ganarme con esa sonrisa tan grande y luminosa que tienes, siempre.
Eclipsas la luz del universo con esa alineación dental tan mimosa, tan perfecta.
Que vas a derrotarme con esos ojos tan limpios y profundos que se sinceran en silencio, ¡cómo no!
Absorbes los colores que se combinan en tus pupilas de prisma; luego, los proyectas a la verdad.
Que vas a arrebatarme la atención de aquellos que nos rodean e ingenuamente no te darás cuenta.
Concentras las masas en el esmoquin que viste la sociedad, desgastado y sucio de corrupción.
Que vas a saltarte todas las barreras y conseguirás salir ilesa una vez más.
Desprendes amabilidad y cariño por igual, desatando sentimientos protectores en quien te rodea.
Querría verte a menudo paseando por las lindes de esta fría habitación y descubrirte animada.
También querría darte a conocer el mundo como nunca antes y sentir libertad haciéndonos cosquillas.
Querría despertarme por las mañanas y tener la certeza de que duermes en mi almohada.
También querría que te dejases arrastrar a los confines de la tierra y volver del punto de no retorno.
Querría enfrentarte un rato todos los días y dejarme ganar por tu infinita ternura.
También querría apresarte entre mis muros y no soltarte jamás en lo que me queda de vida.
Querría enamorarte cada vez que piensas en mí y volverme inevitable de tus pasos.
También querría esconderme entre tus costillas y besarte los párpados sin rastro de alevosía.
Querría distraerte de la información que procesas cíclicamente y traer la paz escarlata.
También querría olvidar por un segundo el dolor y hacer estallar líricamente el secreto del mundo.
Querría que mirases la sangre brotar y no parpadeases con los ojos inundados.
También querría cerrar al fin los ojos y ya no abrirlos jamás.

sábado, 7 de marzo de 2015

Lazos de sangre.

<<Cariño, te he visto llorando, riendo, enloquecida,
dormida, sonriente, orgullosa, despierta, dulce.
Eres siempre la misma chica preciosa.>>

Cómo te extraño, querida. La casa quejumbrosa y vacía acecha a que duerma, para así poder apresarme entre sus muros. Si durmiese tan sólo unos instantes, ahora que me observa, estaría perdida. Y yo quiero encontrarnos.
Te siento lejos, te siento fría, te siento dormida, te siento marchita.
No vas a volver, y eso me causa gran dolor. Ojalá pudiese compartir de nuevo esa cama con cojines y almohada, esas mañanas llenas de algarabía que contagiaba tu sonrisa, esos besos de sol que nos doraban el cuerpo, esos danzantes bailes en la pista.
Quisiera regresar a ti, a tu lado, pero ya no puedo, he vuelto a llegar tarde. Sólo consigo verte a través del entramado de recuerdos que se aglutina en mi cabeza. Puedo sonreír de pura felicidad, pero no por mucho tiempo; las lágrimas mantienen por costumbre presentar batalla contra mis pupilas.
Es tan difícil vivir contigo... Daría un trocito de mi cielo por que todo fuese como ayer, como entonces. Nada de qué preocuparse, que aquí estamos de paso, almas postradas para nos, arrastrando proyecciones por tierra.
Me pierdo, te vas, me subo, te adentras, me daño, te enfrentas. Me tú, te yo, las dos.
No vuelvas, no retrocedas, no aterrices. No marches, no sigas, no despegues.
Quiéreme, ódiame, polo infernal, norte del sur, rosa de lima, cuerda locura.
Cada vez más locas, más rotas, más mezcladas. Cada vez más reales, más letales, más hermanas.

Imborrable.

Llovía invierno, ahogándose otoño en los charcos.
Corríamos sobre los baldosines como si alguien nos persiguiese, ególatras sin paraguas y abiertos al amor. Corríamos tan rápido que imaginaba que, de un momento a otro, echaríamos a volar y conseguiríamos ver la mar desde la altura que mantenían las nubes.
Todo aquel que se atreviese a seguir nuestra trayectoria lo tendría fácil. Sólo debería seguir, como Pulgarcito las migas de pan, la estela de risas húmedas que se desteñían sobre el aire que cortábamos. ¡Cómo reíamos!... Tan jóvenes, tan despreocupados, tan desmedidos, tan sinceros... Tanto, que intentábamos silenciar la alegría y, lejos de disminuir los decibelios de tan alocados altavoces, amplificábamos en tres el sonido contagioso de la felicidad.
Allá íbamos, teniendo por bandera Libertad, en una carga contra el aburrimiento del mundo. Allá nos dirigíamos, como tormentas eléctricas de vendaval huracanado.
¡Qué pronto era y qué tarde nos parecía! Consumíamos el tiempo como cualquiera, pero lo que teníamos nunca era suficiente, al igual que todo lo que fue y no volverá. Nos era todo tan ínfimo...
Avanzábamos imparables, a contracorriente, cogiendo trenes sin cesar, incluso cuando nos sentábamos en las escaleras a esperarnos. Tomábamos toda la energía posible, de forma libre e inmutable, para luego reflejarla en aquello que nos causaba placer y admiración. Éramos detonantes que estallaban en cualquier lugar, a cualquier hora, por cualquier cosa; conscientes que de un momento a otro, ya no habría más tú, o yo, o universo.
No sabíamos, no obstante, lidiar entre nosotros de forma diferente a atropellarse y engullirse, queriendo salirnos siempre con la nuestra, demostrando superioridad y control con la victoria. Nos acercaba y alejaba ese hecho a distancias verdaderamente peligrosas, sobre todo al permitir que los más puros instintos primarios fuesen nuestro epicentro.
A veces tenía la sensación de que nos daba de más. Querernos, digo.

domingo, 1 de marzo de 2015

Último verso.

Jamás decía lo que le pasaba por la cabeza cuando le preguntaba.
Solía poner esa sonrisa torcida hacia un extremo de la cara y ladeaba la cabeza, como si se burlase de aquellas ansias de saber.
Luego, se le descomprimía el gesto y miraba hacia otro lado, evitando cualquier contacto visual. Cerraba los ojos, fruncía los labios, y después respiraba profundamente. Tras ese ritual para serenarse de, ¡quién sabe qué minucia que le pareciese ofensiva!, devolvía la vista al frente, acusadora y llena de odio.
Si acaso volvía a comentar algo respecto al tema, era con una reprobación que haría a uno hundirse en el sitio; aunque lo más normal era que cambiase de conversación, como si se le activara un chip para irse por las ramas que no le disgustaban.
Se enfrascaba durante horas y horas en un monólogo que abarcaba gran variedad de saberes. Y a veces, como llegaba a aburrirse consigo, podía llegar, incluso, a interaccionar con otras personas a través de estúpidas conversaciones insustanciales y quedos monosílabos.
Lo más probable, no obstante, es que diese sorbos o bocados a aquella sustancia ingerible que tuviese delante, o a la misma nada, llenando de silencio algunos varios metros cuadrados durante un período de tiempo que llegaba a hacerse interminable, y que provocaba querer arrojarse al inmenso vacío que uno llegaba a sentir por dentro.
Cuando la situación llegaba al punto en el que no sabía que más hacer para evitar conversar sin sentido, daba por finalizado el encuentro. Se levantaba súbitamente y se despedía con fingido afecto, apresurándose en alejarse del lugar lo antes posible.
Tampoco intentaba demostrar que en su interior había sentimientos positivos, los cuales podrían ensanchar el alma y hacer invulnerable a su receptor. Se limitaba a que sus ojos le traicionaran varias veces al día, y con eso era suficiente. No quería tener que comprobar cómo otro profundo agujero nacía, de nuevo, en su pecho; caro había costado que se cerrase el anterior.
Sus miradas eran gélidas y su lengua puro fuego; y esa mezcla letal conseguía provocar quemaduras de tercer grado en la base de la memoria, arrojando por la borda cualquier indicio de replicar decentemente, o intento de hacer caso omiso de ese personal beso de la muerte.
Al caminar, subsanaba el aire durante unos breves instantes por donde había pasado, arrebatando el aliento de aquellos pobres infelices que miraban, desorbitados e impotentes, su aura de poder y magnificencia, tan lejos y a la vez tan cerca.
Era difícil llegar verdaderamente hasta su lado, pero culminar su corazón era el anhelo más grandioso que se podía tener por entonces, una vez comenzaba a rondar la idea la cabeza. Persistir en el empeño era lo menos que se podía hacer por orgullo propio.
Una vez logrado ese propósito, uno podía retirarse al paraíso a descansar en paz en un sueño eterno, sin pena por abandonar este mundo tedioso y demente. Era como llegar al clímax, a la culminación de una obra maestra. Habría sido imposible no enamorarse perdidamente cada vez que le veía... De no ser por aquella cruel circunstancia.
La amó como nunca antes se había amado a sí misma. Y después, le rompió el corazón.

Feniletilamina.

Ayer te dolía la cabeza, hoy el corazón.
Menos paracetamol y más paraceramor.
Viaja siempre conmigo, conocerás París.
Olvida lo aprendido, volvamos a empezar.
Muéstrame tus lunares, quiero asegurarme.
Y tanto me necesitas, que tanto te duele.
Empieza por los pies, acaba donde quieras.
Heriré de nuevo tus entrañas, otra vez.
Verás arder el cielo por vicios y excesos.
Cada suspiro te materializa, también forma.
Utiliza tus encantos, degrádate al consumar.
Vales todo lo que pierdes, o lo que quieres.
Apaga tus luces y enciende las ideas.
¿Quieres jugar conmigo? Prepárate a luchar.
Muerde cuanto puedas, antes de hundirte.
Dame rienda suelta, o átame con cadenas.
No prometo que vayas a ganar mientras viva.
Haz lo que veas, pero no me descubras.
Arde conmigo en silencio, incinera tus ojos.
Haz de mí tu balanza de equilibrio, trucada.
Doblega tu cuerpo, no tu noble corazón.
Deja caer la coraza de hierro, y vuela alto.