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miércoles, 22 de febrero de 2017

Polvo de estrellas.

Fueron cayendo, uno a uno, como moscas.
El frío se acopló a sus labios, el color expiró en sus mejillas.
Fueron callando, uno a uno, como absortos.
El sudor brilló por su ausencia, los ojos se anegaron de lágrimas.
Fueron pocos. O tal vez muchos. Ya no recuerdo bien.
Existía tanta agonía que el número era irrelevante
frente a la tristeza de todos estos años.
Existía tanto dolor, tanto sufrimiento... Y existe.
Felicidad es un término que algunas han llegado a olvidar o
expectorar como si fuese cancerígeno.
Falta valor para atreverse a ser felices y
enfrentar la culpa y los remordimientos.
Falsas sonrisas es lo único que pintan en la boca,
entre lágrima y lágrima y temblor y temblor,
fingiendo horriblemente que todo está bien.
Exageraciones es lo único que les sale de dentro;
fuera tan sólo son una piel marchita y
engalanada en sus mejores trajes.
Fantasía contamina sus mundos frágiles,
exterminando lo más pequeños atisbos de realidad y
fertilizando todo aquello que acabará por quebrarles.
Evaden preguntas, imploran misivas,
faltan respuestas, alargan miradas.
Fusiles disparan balas certeras en sus cabezas,
en medio del caos y la confusión, augurando
féretros ansiosos de llenar el vacío no
extrínseco de sus límites.
Flores pisadas bajo el peso de sus cuerpos,
Edelweiss salvajes que mueren de forma
fatal, asesinadas brutalmente y
echadas a perder casi inconscientes.
Fúnebres campanas tañen entre las venas diurnas
el último adiós del tiempo no detenido,
frío y mortecino al contraluz del sol
entre las nubes borrascosas del ahora.
Familiares rostros caen en monotonía de tristeza
entreabierta a una oficina de mármol blanco y gris,
frecuentando fáciles fallos fugazmente finiquitados.