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jueves, 14 de diciembre de 2017

Decadencia.

Una gota de café.
La ciudad burbujeando.
Otra noche más de insomnio.
La melancolía rueda sobre una taza.
El cenicero desborda cigarrillos.
Un fantasma se mira en el espejo.
Dejan de titilar las estrellas invisibles.
Huele a café recién hecho por la cocina.
Suena arrastre de pies entre habitaciones.
-¡Silencio!- gritan las estatuillas.
El viento mece las cortinas.
Caos de templadas mantas y cojines.
Ruidos al otro lado de las paredes.
En el otro barrio se estaría mejor.
Gotas de sangre que caen al vacío.
Apatía de emociones tras la sonrisa.
Velas y balas por un cuerpo roto.
Una sombra se proyecta en el umbral.
Llueve de nuevo sobre mojado.
Repiqueteo de uñas en la mesa.
Giros de ciento ochenta por la cama.
Alegría y tristeza en una misma nota.
Esquinas pasadas de vuelta a empezar.
Un insecto muere pusilánime entre bujías.
Sólo queda humo en el futuro.
Hambre de luz en las pupilas.
Medidas de metro y medio y poco más.
Distorsiones del sueño a claroscuro.
Personas que se mezclan como líquido.
Flores marchitas sin terminar de crecer.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Yesca.

Yo fui fuego, y océano, brisa revolviendo el pelo, tierra mojada al amanecer.
Fui toda sensaciones.
Hasta morir y brillar como recuerdo.
Fui dolor atravesado en tus labios, esperpento de un fantasma de luces suaves, lágrimas que se echaban carreras por ver cuál llegaba antes a precipitarse al vacío desde tu barbilla.
Fui el humo que escapaba lento, una escala de grises, toda encaje, lencería fina.
Fui ninfa que bailaba en una casa dormida a altas horas de madrugada, fiera indomable sobre tus piernas, escalofríos de pensar en acariciar las constelaciones de lunares de tu espalda.
Fui buenos días que sacan sonrisas y noches que roban el sueño, la pistola cargada contra la sien y el ruido entre el silencio.
Fui pájaro encerrado en jaulas, el golpe contra los muros en un arrebato de locura, arañazos sobre la piel y cortes dejando fluir la sangre hasta secarse.
Fui pupilas de alto voltaje, la misma y cada vez distinta ruleta rusa, el epicentro nocturno y las noches de desenfreno, la vida que besa a la muerte, la muerte que llama a la vida.
Fui grito sereno en mitad de la nada, lúgubre barco navegando en alta mar, heridas de guerra rompiendo sus costuras y gata valiente de piel de tigre por callejones.
Fui llamada de socorro y auxilio de los desamparados, la última persona que salía por la puerta del bar y estatua cincelada a hueso y carne entre mármol.
Fui relicario de cenizas, asturcón indomable, cruz negra, femme fatale que susurra al micrófono con voz de terciopelo, aunque estuviese desgarrada por querer dormir más tarde que la Luna.
Yo fui yo, en todo momento, aunque no me reconozca y vea distintos mi propio cuerpo y pensamientos. Fui yo, aunque me niegue, rehuse y escape en ocasiones. Fui yo, como las dos caras de la misma moneda. Fui yo, como un joker en la baraja.

martes, 14 de noviembre de 2017

M18X16

Que tus ojos tengan costumbre de sonreírme, después de todo tan breve, hacen a los míos chispear entre la tormenta que precede a mis demonios.
Que tus manos tengan costumbre de asirme, aún cuando casi no eres capaz de sostenerte por ti mismo, hacen a las mías solaparse a tu espalda imantadas.
Que tu voz tenga costumbre de traspasarme hasta el último instante de vigilia, o casi último, hace a la mía postrarse ante el silencio.
Que tu sonrisa tenga costumbre de inhibir mis pensamientos, dando igual la fuerza del discurso, hace a la mía descubrirse acto refleja y cohibida.
Que tus luces tengan costumbre de iluminar cada trocito de esta habitación, haya o no velas o lámparas, hacen a mis sombras retorcerse y chillar.
Que tu tristeza tenga costumbre de asomarse a tus límites, huyendo del cuerpo que la encierra, hace a mis sistemas de reacción enfrentarla con alegría feroz.
Que tu perdón tenga costumbre de manifestarse en cada uno de mis pequeños fallos, te molesten o no, hace a mi culpa disminuir notablemente.
Que tu conocimiento de causa tenga costumbre de demostrarse en los detalles, transposición de hechos a palabras y viceversa, hace a mi orgullo morderse de rabia.
Que tu conformismo tenga costumbre de atacar cuando puede, y un par de veces aunque no, hace al perfeccionismo inherente estallar en siseos.
Que tu instinto tenga costumbre de protegerte entre sus muros, guardando bajo llave toda emoción, hace al mío cuidarse de hablar de más.
Que tu locura tenga costumbre de transitar por las venas de la noche, brillante oscuridad, hace a mi cordura ahogarse en sí misma.
Que tu valor tenga costumbre de afianzarse, incluso en la quietud más serena, hace a mis labios suspirar imperceptibles.
Que todo tú tengas costumbre de alterarme, teóricamente imposible, hace a mi cabeza temer.

sábado, 21 de octubre de 2017

Teoría del caos.

Te encontré justo encima de mí, firme y brillante, al posar mis ojos donde antes no había reparado.
Quizá porque pensé que lo que estaba viendo era un reflejo de mí misma y no de ti, y cuál fue mi sorpresa al descubrir que algo tan maravilloso estaba encerrado desde siempre, pero no me pertenecía.
Encontrar un igual que me completase en magnitud y sueños, teniendo el mismo efecto de calma y agitación sobre el resto; y aunque pasase la vida besando sus límites, sentirme hambrienta de más, de colorear mi piel en tonos pastel e inundar mis venas en aire y energía.
Y tú, que me veías tan lejana e indómita, que llevabas tanto tiempo guardando el oscuro deseo de tocarme, guiñaste cómplice los ojos, esperando que tu gesto fuese bien recibido y devuelto, signo inequívoco de tener permiso para fundirnos en un mismo elemento.
Te encontré y me encontraste mas tarde de lo imaginable, mal momento en que decidimos orbitar a distancias prudentes por miedo a consumirnos: yo abierta a posibles formas de vida, tú desplegado ante incesantes aves de paso.
Pero fue Fortuna de nuevo Justicia, y al anochecer, entrando a mordernos el alma, la balanza se partió y los argumentos para no verse quedaron a ras de suelo, habiendo que moverse a ciegas en cauta carrera.
Y si el pistón estaba suspendido en la nada, el freno de mano y la palanca de cambios lo pisaron por inercia, accionando un engranaje que iluminaba la más completa oscuridad e inundaba cada esquina desértica.
Mas esa luz bien nos hizo devorarnos, pisando sobre mojado y desequilibrado los cuerpos, dejando de lado la limerencia para golpearnos en el epicentro de frías corrientes, quizá esperando que uno de los dos estuviese tan devastado que pudiese ser tragado por el otro.
Claro que, tan acostumbrados a la batalla, nadie quiso dar el brazo a torcer y rendirse antes de tiempo, dejando saltar las alarmas de propiocepción aun sangrando desmedidamente.
Que yo nunca quise estar por encima de ti, pero mucho menos ahora querría estar debajo, así que decidí desarrollar unas alas que no fuesen de Ícaro para poder alcanzarte.
Y si fuesen de fuego, serían antítesis en movimiento; y si fuesen de agua, la gravedad con su ley me haría caer; y si fuesen de éter, no habría nada diferente entre las luces que te alambran el cuerpo y yo misma. Y buscando y buscando, encontré un material ligero e invisible, tan luminoso que dañaba los ojos y curaba las cicatrices.
Pudiendo enraizarlas entre las escápulas, solo quedaba aprender a mover las convoca misma facilidad que tú danzas en tus dominios de suaves texturas; y aunque aprendí caída tras caída, mentiría si dijese que estoy preparada para alzar el vuelo, no siendo por falta de ganas.
Ahora que niegas mi existencia como yo a Dios, elevarme hasta delante de tus ojos no haría mas que dolerme por atravesarme y ver más allá.
¿Por qué habría de cometer sincericidio cuando tu ética no doblegará ante la desmedida locura que me arrastra hasta las puertas del infierno? Valdrá mas condensar las emociones y apoyarlas a cuenta gotas, resumir con prisas tiempo de silencio y no seguir el guión prestablecido en las eras de la soledad.
Si todas las ideas y conceptos saliesen de repente, estallarían las barreras protectoras alzadas en torno al epicentro y una retahíla de sin sentido a tus oídos se interpretaría como una partitura que confesase el secreto del mundo.
Y sabes tan bien como yo que existen límites de los que no se habla, aquellos que impiden construir un reino sin puertas cerradas imposibles de atravesar e inespecifican lo correcto, porque quizá ni siquiera aún tengamos baremo para medir luz y oscuridad.

lunes, 16 de octubre de 2017

Apocalippsis.

Aquella tierra vieja,
fiera e inquebrantable
hoy se ve cubierta por
la oscuridad.
Y no es que el sol
se oculte entre las nubes
como acostumbramos:
humo denso avanza raudo
y firme entre nuestros ríos,
bosques, humildes tesoros.
La luz de la mañana
se mezcla con hogueras
que quieren comerse
nuestro preciado paraíso.
Corremos dispuestas a
sofocar las llamas
que crean muerte y
desolación, con agua
que se ve falta de
manos y llena miles
de ojos que vierten
nuestra única esperanza.
No se escucha la
alegre naturaleza bailar,
sino aullar de dolor
por su mala suerte,
pues ella no tiene culpa
alguna de que no sepan
apreciarla ciertas ingratas.
Me encojo de angustia
e impotencia viendo,
escuchando y leyendo
a quienes no doblegan
ante el error de reducir
eficacia en estas situaciones
de horror asfixiante.
Nos estamos muriendo
con cada trozo de tierra
que muere luchando por
aferrarse a la vida;
con cada ser vivo que,
desahuciado, huye
en un intento de ver otra
verde mañana más.
Si ya somos tierra
negra de minerales,
hoy se suman humo
y hollín que sobrevuelan
los montes orgullosos,
dejando paso al calor que
destroza sus nobles figuras.
Hoy no existen banderas,
pues el norte se hermana
y solidariza con los pueblos
vecinos que sufren enfermos.
Si hoy se muere entre polvo
y ceniza mi amada tierra;
mi corazón, desangrado,
también así lo hará.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Infierno.

Sabes que, cada vez que quieras verme, apartarás la vista del suelo y mirarás hacia atrás buscando una sonrisa cómplice, de esas que no se oxidan ni aún cuando está lloviendo.
Quizá entre luces iluminando el humo que flota entre los cuerpos, quizá entre sombras que esconden lo que algunas se niegan a aceptar.
Se escucharán risas y música, voces por debajo del ruido y golpes por encima de las mesas.
Mendigaremos cigarrillos, que han de consumirse en unos labios que han olvidado el verbo amar, y ahogaremos penas en los últimos tragos.
Estaremos dobladas como el acero al calor, buscando renacer como el ave fénix hasta el próximo día, tratando de olvidar todo aquello que alguna vez nos hizo daño.
Volaremos por encima de las masas que se aglomeran como sopa caliente: con la cabeza lejos, en otro tiempo y otra dimensión; con los ojos rojos, cerrados al silencio y abiertos a la verdad.
Creeremos pisar el paraíso atrapado en un lúgubre callejón y estaremos mordiendo manzanas envenenadas, rodeadas de serpientes listas para saltar sobre el cuello.
Se despertarán nuestros demonios y saldrán a la luz de las llamas, bailando y retorciéndose de forma antinatural.
Se nos secará la boca y escupiremos con rabia todo el veneno que guardamos dentro, y seremos menos y más tú, yo, nosotras, distintas pero iguales.
Trataremos de encontrar la salida, aunque sea a tientas o a gatas, ciegas que no saben apartar el dolor de otra forma menos humillante.
Quizá nosotras también hayamos olvidado el verbo amar ligado a la propiocepción, y otros tantos términos y conceptos que dificultarían la caída.
Porque ya sabes que, mientras actuemos como pobres diablos, no estaremos listas para pasar al purgatorio.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Cortocircuito.

Dile a Cupido que no llame más, que esta vez no quiero que me encuentre porque cinco besos no compensan tanto daño.
Y si puedes, clávale una de sus flechas envenenadas justo en el corazón, hasta atravesarle el pecho y gotear sangre sobre la columna.
Dile que ha vuelto a despertarse el lobo a la llegada del invierno, con sed de sangre y famélico, los dientes afilados del que espera la presa.
Cuéntale que me han visto otra vez delirando, que he mordido el polvo y de motas de polvo y sudor me he cubierto la piel, a expensas del dolor.
Que la corriente es más fría cada vez y el fuego baila de extremo a extremo, porque aquella aprendiz de dragón ya supera al maestro y puede exhalar humo sin atragantarse.
Ven a reírte del nombre que tantas vidas se cobra a golpe de suerte y morréate con la persona que más odies, cubre tu risa con un manto de locura transitoria.
Si se cree un dios al que rezar fervorosamente, voy a empezar a poner velas para el diablo, porque la mayoría de los candados que se cierran no sólo pierden la llave.
Confieso que me da por buscar el mar dentro de un vaso de ginebra y me ahogo en la tercera ola, cuando el amanecer comienza a desfilar.
Es verdad que no sé quedarme quieta y me pierde el perfume letal, y ya no puedo gemir buscando sexo como quien dice te quiero.
Cuéntale que mis sonrisas se quiebran con ofensivas lágrimas descontroladas, aunque tienda a llevar la mejor máscara que una vez supe crear.
Hazle aullar de dolor por cada una de las veces que me tuvo a mí de rodillas esperando un milagro, con los ojos cansados de buscar estrellas fugaces.
Y que su recuerdo vuele tan lejos que olvide hasta su nombre, que marche sin pena ni gloria por desenredarse de mis costados repletos de cicatrices.
Busca su sombra y descósela, pero explícale que Wendy esta vez no ayudará a Peter, que este tiene que dejarse de cuentos y crecer de una vez.

miércoles, 30 de agosto de 2017

Rosario albar.

¿Cómo podría decir todo lo que siento por ti?
Si me faltan palabras, voy medio borracha y mis bragas se empapan al pronunciar tu nombre.
¿Cómo podría decirte todo esto sin que una estúpida mueca de burla se dibuje en tu cara?
Está todo muerto, ¿verdad? No hay nada que podamos rescatar.
Al final, por mucho paraíso que puedas darme, no es tanto como al que estás capacitado.
Pero bueno, toca asumir la culpa y decir que fui de lo peor, que ojalá no te hubieses encontrado conmigo en la vida porque...
Ya sabes, las personas como yo hemos llevado una coraza durante tanto tiempo que hemos llegado a olvidar una parte de nosotras mismas.
Y eso, cariño, duele.
Pero qué te voy a contar... Si ya sabes dominar el vaivén de las olas... Y pretendo ahogar recuerdos en lagunas de memoria.
Sabes de sobra que fuiste como un reflejo, aunque fuese yo la cristalina.
Es que... ¿Qué te voy a contar?¿Que le das vida a cada uno de los mares del océano?
Es que ya lo sabes, joder. Está ahí, en el fondo de la memoria, aunque no quieras sentirlo.
Lo sabes, joder, lo sabes.
Si quieres quedarte en tierra seca, hazlo; no temas a menos que quieras entrar otra vez en el agua, porque esa vez, entonces, no lo contarás.
Corre, escapa hacia donde nunca antes has huido porque, si te encuentro, esta vez te reduciré a polvo y ceniza. Si te rozo la piel donde no sentiste antes energía, caerás. Caerás en el abismo, pozo negro sin fondo que no necesita luz para subsistir.
Vete. Vete antes de que sea tarde, corazón, porque de las personas como yo nunca se vuelve.
Aún queda mucho por recorrer y venir conmigo supondrá dinamitar tu vida, extorsionarla hasta límites insospechados.
Vuela, surca las olas del mar. Quien pudiera a una sirena escuchar.
Sin ahogarse.

martes, 15 de agosto de 2017

Humo.

Los primeros amores, aunque duelan,
son imposibles de olvidar;
siempre enraízan en el corazón.

Iba a hacer café para dos
pero la casa es puro silencio.
Me vuelvo a la cama.
Amanece, que no es poco.
El cielo púrpura se destiñe
y mis manos palpan el vacío.
Ruedo lenta sobre el colchón,
buscando el origen de los sueños.
La luz se reflecta en los cristales.
Tic-tac del reloj sin descanso.
Abro los ojos y te veo durmiendo
justo a mi lado, fantasmagórico.
Un ángel caído del cielo
vino a dejar una estela
de recuerdos ignífugos.
Flota zumo de humo
y calma a puerta cerrada,
sobrevuelan quedos suspiros.
Mar de olas en rizo por la almohada,
retrato de acuarela en la pared,
sal en la piel y los labios.
Tus ojos no pueden verme,
pero respiro tu piel cálida
adornada con lignito.
Con Morfeo besando mis pestañas,
vuelvo a dejarte ir, tal vez,
esperando que seas de carne y hueso.
Sé que nada va a sacarte de tu letargo,
ni a mí de mis ensoñaciones mientras
aún suenen ecos sabios en los árboles.

jueves, 15 de junio de 2017

Templanza.

Sueño convertido en pesadilla, salida por el puerto que se cambia por la puerta, ristras de sonrisas vueltas rastros de lágrimas, sol de otoño que muere bajo lluvia de invierno, soledad uniforme tras unión de asemejantes.
Esquinas pasadas de vuelta que se clavan como espinas, ojos deshechos como cera por el fuego de tu boca, canciones discordantes en silencios de palabras, libros que cierran al contrario que mis piernas, brazos caducos que descienden a tocar suelo.
Instantes efímeros que se pensaron eternos, vistas al pasado con hambre de futuro, fríos corazones ardiendo cual hoguera, paraísos transformados en páramo infernal, entrañas de acero plasmadas en acuarelas.
Calma precedente a tempestad de soberbia, sangre a borbotones encerrada en autopistas, aguas agitadas frente al cielo reflejo, sonrisa de lobo con piel de cordero convaleciente, psique rendida al amor deshilachado.
Castaños que oscilan como juncos entre brisaira que se mezcla con lujuria en un espasmo, cenizas que exhalan humo afrutado, huesos que se astillan al contacto basoréxico, persianas que esconden la mañana herida.

Inmortal.

Hacía mucho que no te escribía, corazón...
Hacía mucho que no me paraba más de tres segundos a darme cuenta de que estabas ahí, después de todo, para borrarme el sentimiento de soledad de un plumazo.
Pero el otro día estaba distraída y, sin quererlo, tropezamos. Estabas tan radiante como cuando salía contigo de paseo y se me iluminaron los ojos.
No pude evitarlo.
Me hiciste recordar a aquella dulce chica de sonrisa desmedida que reía y reía sin eco de tristeza. Ya sabes, la de los domingos por la tarde dando voces y bailando como si la vida la invitase.
Fue bonito verla otra vez, a través de un espejo, con los rizos chocando unos contra otros en una cascada de suavidad infinita.
No pude evitar sonreír, con añoranza, con los trazos melancólicos que empañan la hermosura de saberse efímera y disfrutar. Había vuelto tan atrás sólo con verte... Y eso que aún no te había vuelto a acariciar tan siquiera.
Porque cuando lo hice, cuando mis manos rozaron tu piel firme, aún viajé más atrás, a un pasado que tiene su hueco en presente y futuro.
Retrocedí tan atrás que me vi entrando y saliendo del agua como una sirena, con la piel tostada y el pelo desgastado por el sol y el salitre. Con los ojos incendiarios que aún no han conocido la chispa que prende el fuego del dragón. Oh, la luz dormida, el alma intangible, brillando opaca a través de unos iris soleados. Cuánto amor contenido que no conocía maldad alguna.
Tan inocente, tan frágil... La sonrisa intensa que oculta tempestades de lágrimas, gotas furtivas que descienden veloces por mejillas decoloradas río abajo. El paso alegre de un hada que hace que vuelvan a brotar las flores y llueva tenue sobre mojado. Juventud naciente que ilumina un corazón excitado por latir en este mundo que se desvanece.
Mas volví de golpe al presente y te noté mustio y marchito, con los años pesando en las lindes de tu cuerpo, y entonces lloré. Lloré una amalgama de emociones que rompían contra tus oídos como poesía: la felicidad de verme completa, la tristeza de verme vacía, el asombro de verme viva, después de todo. Lloré haberme olvidado de tu nombre, lloré haberte encerrado entre recuerdos, lloré habernos asesinado entre la espalda y el papel.
Y al final, y sólo al final, viendo los resquicios de un pasado que murió, del presente devorando segundos y del futuro que se oculta entre la niebla, supe perdonarte, corazón.
Perdonarte y, con ello, perdonarme.
Nunca más.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Polvo de estrellas.

Fueron cayendo, uno a uno, como moscas.
El frío se acopló a sus labios, el color expiró en sus mejillas.
Fueron callando, uno a uno, como absortos.
El sudor brilló por su ausencia, los ojos se anegaron de lágrimas.
Fueron pocos. O tal vez muchos. Ya no recuerdo bien.
Existía tanta agonía que el número era irrelevante
frente a la tristeza de todos estos años.
Existía tanto dolor, tanto sufrimiento... Y existe.
Felicidad es un término que algunas han llegado a olvidar o
expectorar como si fuese cancerígeno.
Falta valor para atreverse a ser felices y
enfrentar la culpa y los remordimientos.
Falsas sonrisas es lo único que pintan en la boca,
entre lágrima y lágrima y temblor y temblor,
fingiendo horriblemente que todo está bien.
Exageraciones es lo único que les sale de dentro;
fuera tan sólo son una piel marchita y
engalanada en sus mejores trajes.
Fantasía contamina sus mundos frágiles,
exterminando lo más pequeños atisbos de realidad y
fertilizando todo aquello que acabará por quebrarles.
Evaden preguntas, imploran misivas,
faltan respuestas, alargan miradas.
Fusiles disparan balas certeras en sus cabezas,
en medio del caos y la confusión, augurando
féretros ansiosos de llenar el vacío no
extrínseco de sus límites.
Flores pisadas bajo el peso de sus cuerpos,
Edelweiss salvajes que mueren de forma
fatal, asesinadas brutalmente y
echadas a perder casi inconscientes.
Fúnebres campanas tañen entre las venas diurnas
el último adiós del tiempo no detenido,
frío y mortecino al contraluz del sol
entre las nubes borrascosas del ahora.
Familiares rostros caen en monotonía de tristeza
entreabierta a una oficina de mármol blanco y gris,
frecuentando fáciles fallos fugazmente finiquitados.

jueves, 26 de enero de 2017

Colmillos con cuerpo.

Si nos tomamos ese café que siempre dejamos pendiente, se nos acabarían las excusas para no vernos y volveríamos a entrar en la cama con el mismo frío que cubre mis manos.
No te podría mirar a los ojos sin tratar de arañarlos ni tú me podrías abrazar sin guardar un puñal entre los dedos, al menos mientras tengamos odio acumulado corriendo por las venas.
Más quisiera yo saber perdonar tus arranques pasionales e intentos de reducción. Sería todo más fácil y podría mirarte a la cara con verdadera indiferencia. Pero ya ves que sigo sin encontrar la forma de sonreír sincera ante tu estúpida mueca de burla.
Trato de escapar de tus brazos extendiéndose hacia mí como hiedra venenosa y evito que tus labios se adhieran a mi piel con la misma facilidad que antaño. Pensarte inocente fue la mejor mentira que supiste elaborar y ahora todos esos muros se están cayendo, dejando a la vista -y no a la imaginación- tu retorcida silueta contra el horizonte.
Y para verte a contraluz, antes me arranco las venas y muero libre aunque sea a tu sombra. No pudiste ni podrás cortar las alas que se abren en mi espalda, no cuando me mantengo en pie preparada para la batalla que va a abrirse paso por las gargantas. Puedes ser todo lo fiera que te atrevas, prometo responder en igual medida de cruel sinceridad.
¿Para qué vas a llamarme cuando no voy a responder? Hace tiempo que dejé de complacer tus apetencias y solté la cadena que te oprimía; me desentiendo de lo que te pase desde entonces. Si quieres verme, vas a tener que venir a buscarme detrás del espejo y arañar la superficie para que tenga en cuenta tus palabras. ¿Acaso pensabas que lo que digas de mí afectará de otra forma el modo en que me suelto el pelo?
Cuando te confíes para enfrentarte a la triste realidad, búscame donde nace la pena y afila la lengua de navaja que, pudiendo disparar dos veces por segundo, descargaré sobre tu cabeza toda la metralla.

Tatuaje y cicatriz.

Tus manos se levantaron amorosas esa mañana. Revolverme el pelo como un cachorro y abrazarme con fuerza fue casi lo primero que hicieron. Minutos más tarde estarían invitándome a desayunar en una cocina blanca e impoluta, siendo el silencio menos silencio por el sonido de la cafetera y el tic-tac del reloj.
Pensaba que pronto se abriría paso una tarde soleada, de esas donde no tienes que preocuparte por absolutamente nada y te entretienes con pasatiempos para que los minutos se sucedan más rápido.
Hay que ver lo que me gustan los desayunos con un vaso de zumo de naranja recién exprimida y un par de tostadas con mantequilla y mermelada. Más que gustarme, me vuelven loca, y aún más cuando haces equipo con otra persona para disponerlo todo. Entre que una va y la otra viene parece que la energía salta por las paredes incontenida y acaba por solaparse a los cuerpos.
Leche, café, azúcar, sonrisas cómplices y ojos relucientes de alegría, tus largos dedos removiendo con la cucharilla en la taza y mis dedos copiosos de pianista haciendo lo mismo. Mordiscos para aquí y mordiscos para allá, y chasquidos de besos que estallan al aire y vuelan de un extremo a otro intermitentes.
Qué suerte la mía despertarme así contigo, sintiéndome querida y protegida en ese espacio que llamo hogar. Qué suerte recordarte con tanto amor aún cuando terminaste por destrozarme el corazón.
Cuando recogimos los cacharros, cada uno hizo lo propio y se retiró hacia sí mismo dejando margen al otro, aunque el mío fuese como de costumbre para guardar las botas militares tiradas por cualquier esquina y hacer la cama tras dejar ventilando la habitación, eliminando cualquier prueba que delatase el sueño a tu lado. Poco más podría hacer que ir recogiendo por partes el desorden generado el día anterior, pues entendía de sobra que eran puntuales los momentos para estar contigo y no se correspondía con entonces.
Con los segundos contados, te vestiste como un autómata tratando de recordar todo lo que tenías que llevarte, mientras yo esperaba a la triste despedida que me separaba de tus brazos. Quizá entonces, de haber sabido que ibas a mentirme, hubiese preferido huir bien lejos de la verdad atónita con la que iba a cubrirse mi piel.
Avanzaste pasillo adelante mientras seguía con suavidad tu estela de pasos, contando las horas que habrían de pasar para volvernos a ver. Frente al espejo que colgaba en la entrada, me besaste la frente como si me asegurases así tu cariño sincero sin medida, y yo, tan acostumbrada a dejarme llevar por las emociones, te guardé en un abrazo que no conseguía protegerte del todo.
Con mis ojos reflejo de los tuyos, te descubrí todo lo que pude y más el amor que enlazaba mi alma a tu existencia y sonreí guardando los dientes, estirando las comisuras hasta que mis mejillas parecían dos pequeñas manzanas sonrosadas.
Me respondiste dibujando esa sonrisa que me hacía pensar que, si existiese un cielo donde resucitar, tendría lugar entre esa tierna calidez. Pronunciando un adiós desenfadado, saliste por la puerta para descubrirme con horror que era el último esta vez, que ya no ibas a volver.

Bohemia.

El ruido del reloj tensa tus músculos y te revuelves en la parte fría de la que tu cuerpo no se había apropiado. Abres los ojos en la penumbra y buscas la luz filtrándose por la ventana, delatora del tiempo que avanza en línea recta. Los cierras de nuevo con una mueca de cansancio, queriendo hacer infinito ese momento. Te cubro mejor los hombros para resguardarte de la calidez azul de tu habitación y me encojo entre tus brazos, buscando el suave contacto de tu piel. Un pequeño escalofrío te sacude y gimes casi imperceptible. Me cierro más contigo brindándote todo el calor que puedo, las sábanas crujen al movimiento y una ola gravitatoria cae sobre la cama. Con parsimonia, reabres los ojos a la húmeda oscuridad y proyectas luz en múltiples direcciones, visualizando las cuatro paredes que encierran toda una amalgama de emociones. Frotas tus pies entre sí y te estiras para que los huesos se quejen, soltando un quedo bufido a la mañana e incorporándote con tu pecho como un imán de las alturas, dejando que cabeza, brazos y piernas le sigan por inercia. Giras la vista hacia el otro lado y bostezas silenciosamente, apartándola tras unos segundos donde se te seca el alma. Tus manos se mueven y descubren la tibia desnudez que se sienta en el borde del colchón, espalda luciendo vértebras y hombros recortados a contraluz, piel erizada atrapa sueños, telarañas de venas y arterias que se enredan como relámpagos. Estiras de nuevo el sol sostenido sobre unas largas piernas y te arrastras hacia una esquina con la mirada fija y vidriosa. Cruzas tus piernas ancladas al suelo, mueves las caderas en un lento vaivén y te busco con deseo ferviente. La electricidad corriendo por los cables es la banda sonora que acompaña el vals onírico de mis costillas y tu cuello justo antes de salir a encontrarte. Mientras avanzo, el ritmo se corta y pierdes el color de forma estática, retrayéndote hacia ti de forma mortecina. Antes de que pueda llegar, el impulso te expande y un ruido quebradizo explota en torno a tu cuerpo. Para cuando llego, no me ves en pos de sostenerte para que tus rodillas no caigan en el suelo reflejo de tu oscuridad. Las lágrimas ruedan cual corona invisible desprendiéndose y tiemblas puro nervio y dolor, convertido tu cuerpo en precioso arte escarlata. Lo que veo me postra ante las costuras abiertas de tus cicatrices y me abandona al deseo de besarte entre nicotina una vez más. Pienso entonces que hoy te vi invencible antes de tratar de liberarte.

Distorsiones.

Y porque te quiero, me matas.
Me arrastras por el suelo llevándote contigo mi alegría. Me enfrentas cuerpo a cuerpo hasta que se nos quiebra el alma insostenible.
Pienso devolverte toda la rabia en forma de mordiscos, mas mi afecto refrena el instinto protector que nos volvería fieras deshumanizadas y amortiguo todos los golpes con meditación.
Me limito a bailarte el agua desde una esquina y dejar que la sangre fluya teñida de oscuridad.
Dolor tras dolor, las lágrimas huyen en secuencia y el blanco se transforma en escarlata en cuestión de segundos.
Te empiezan a pesar los ojos y mi cabeza rueda por la habitación sin ley gravitatoria, esperando al momento en que el tiempo se detenga para poder estabilizarnos.
Zarpazos al aire y tu boca se llena de asco, mi mente embravecida se intoxica por tristeza.
Te partes las manos contra hielo y arañas la superficie desangrándote invisible, aullando a la maldita indiferencia que te encadena al sillón.
Mi voz rasga el silencio seco en un murmullo amplificado por tus huesos, los besos se retraen hacia lo profundo esperando a liberarse en un futuro.
Morfeo llama a tu puerta y te acomoda la almohada, no sin dejarme presa de terror al pensar en una muerte súbita en tus manos.
Como tigre enjaulado, paseo sin descanso entre paredes que claman cama y tempestad, llevando a mis nervios a desorbitarse en un vórtice fatal que me arroja contra reflejos.
A mitad de una mañana herida, la luz que se refleja en la ventana aclara los ojos que se niegan a verte con dolor y los lleva a cerrarse cuando deberían abrirse ante el papel.
Consciente del par de horas de batalla en fase REM, corto el aire con soplo frío antes de besar la nicotina y algún químico más, induzco mi cuerpo al letargo de regeneración marchita sabiendo que, con el contador otra vez a cero, estaré dispuesta a amarte como nunca.
Ojalá que tu amor al odio no nos arrastrase hasta las puertas del infierno y lo supliese el amor incondicional que se esconde entre la espalda y la pared como un mapa del abismo.
Antes de caer, con ese último segundo de adrenalina ralentizada taladrando mis huesos, disparo la bala más letal a tu coraza de hiedra que siempre atraviesa certera, el incentivo de tornar a la serpentina que nos ata de pies a cabeza entre dos polos opuestos que se atraen irremisibles.

lunes, 23 de enero de 2017

Resurrección.

¿Cómo no te voy a querer cuando ves la luz detrás de mis ojos tristes y me regalas las palabras más bonitas que tienes?
Me sacas sonrisas sin pensarlo y me secas lágrimas, abrazas mi cuerpo con tacto de porcelana, desoyes las malas lenguas que dicen que no se pueden juntar la noche y el día.
¿Cómo no te voy a querer cuando has compartido conmigo una almohada en el infierno y me has elevado hasta el cielo que pisas?
Porque decir que pisas el suelo es decir que voy besando tu estela de pasos por la Tierra y tú, que has caído desde el mismo sol, no mereces posarte sobre mi mismo camino.
Atrévase alguien a poner en duda mi amor incondicional y tratar de dejar nuestros lazos en el rincón donde habita el olvido, porque sacaré entonces uñas y dientes defendiendo con fiereza tu nombre y no quedará piedra sobre piedra mientras aún intenten separarnos.
Voy a seguirte hasta el fin del mundo sin pensar en todo lo que pueda ganar o perder, voy a vivir quinientas vidas desafiando las leyes de la muerte, voy a darte toda la paz que te dé la razón, aunque vuelva a no ser y olvide sentir.
Que si la suerte fuese más destino y menos casualidad, gritaría a los cuatro vientos con la boca llena de afecto y reiría al son de la música de la vida. Sólo me silencio en parte para que no me tomen por loca al bendecir la maravillosa casualidad de haberte encontrado. Porque suerte es tenerte en esta vida que se cobra mi felicidad a cuenta gotas, suerte es quererte libre y que siempre vuelvas a mí.
Que el amor nos vuelve locos, o quiza sólo sea otra excusa más para quererte con locura.

miércoles, 18 de enero de 2017

Partida en dos.

Cuando quieras darte cuenta, te estarás yendo por autopistas hacia un nuevo mañana y tu recuerdo aquí será vago, como un rastro de olor que se mezcla con el viento. Viajarás lejos buscando el amor que creíste perder, susurrando cosas que sólo son inteligibles a tus oídos y acaban por amontonarse en el rincón donde habita el olvido.
Yo seguiré frente a la ventana, recorriendo las horas que suceden descontroladas cigarro tras otro, con los ojos fijos más allá del cielo que parece posible de romperse en cualquier instante. Quizá piense en escapar muy lejos donde nadie me conozca o quedarme encerrada como una agorafóbica o en salir a atrapar miradas de transeúntes distraídos. Es difícil seguirme el paso.
Seguramente pretendas huir de mí lo más lejos posible, allí donde mi voz no pueda acariciarte ni mis pasos se atrevan a seguirte. Que siempre vas a pensar de menos y no de más, pasando cosas por alto que pueden ser el detalle crucial por el que aún sigues llamándome con rabia... Pero qué le voy a hacer yo si rechazas toda ayuda aún cuando me vuelvo de hielo. Sé que haces mal en subestimarme y pensar que hasta aquí llegaré, ya que, si bien me conoces, sabes de sobra que soy más polar que la suerte y tal vez un día amanezcas con un puñal hundido en el pecho.
Ahora no voy contra ti y evito todo ataque que te desgarre los pulmones, pero ya ves... Nunca está de más tener una buena mano que enfrente el as de picas que late en mi pecho.
Voy a quedarme en el mismo sitio donde me dejaste, anclada a la oscuridad que me llena las arterias. Quizá haga un intento por salir de esta seductora espiral creyendo que sólo puedo mejorar mi condición, o quizá me quede una vez más creyendo que nada servirá realmente. Los intermitentes pensamientos son los que me han mantenido todo este tiempo cruzando límites y permitiéndome llegar hasta las líneas divisorias que separan el cuerpo del alma. Sería para mí un suicidio abandonarme o abandonarlos por completo.
No vas a quedarte y no voy a seguirte; no obstante, ¿hasta dónde llegarás cuando llevas dentro al enemigo?

miércoles, 11 de enero de 2017

Delirio colorista.

Te quiero.
Mentira, lo sé.
¿No ves qué dices? Eso mismo.
Te equivocas, o no.
Mira tú... Mírate, mírame, lo hago muy mal.
Mentira. Ahora tú te confundes.
No creas mezclas. Sólo si se quiere, no debes, ni se hace.
Oye, calla. No quiero otra vez, no es lo mismo. Eso piensas.
Es verdad, relativo a tus ojos, a la experiencia distorsionada.
Más quisieras, pero bueno, eso dicen, desconocen, como tú.
Falso como tu amor irritante, cobarde, dañino lo que toca.
Duele, agonizo incomprendida, ¿cómo te atreves?
Sale solo veneno, dices tú, normal, puro esperpento.
No sigas que tengo sentimientos, los estás destrozando y ¿qué? Insensible.
Chica, detente, no compares, por favor, no te debo nada.
Justicia ya fue dada, piedad no merecida, empatía no puede ser.

sábado, 7 de enero de 2017

Descodificación.

Una vez nos creímos justos.
Creímos saber dar lo que se necesitaba y obtener lo que nos hacía falta: apoyo, cariño, una sonrisa para cuando llega el frío.
Y de verdad que lo creímos, pues la justicia e igualdad se volvieron la ley.
Hubo un tiempo en el que reinaron pacíficamente, y juntas, llegaron a construir grandes proyectos y destruir ciertas inseguridades. Pero tan blancas y puras eran que, por no desobedecer, alguna vez provocaron choques contra muros de cristal. Choques que rajaron la fina capa de seguridad e hicieron un claro contraste en ese paraíso artificial.
Para eliminar esa brecha, con la cual no se podía convivir, se aplicó un bálsamo opaco que no permitía ver con claridad qué había al otro lado. Cuando salíamos a dar un paseo, no estaba tan clara la dirección que debía tomarse, y más de una vez llegamos a perdernos entre avenidas y callejones. Pero aún así, insistíamos en que justicia e igualdad debían regirnos, incluso por encima de nosotros mismos y nuestros umbrales de dolor absoluto.
Aunque tú buscabas la república y yo la anarquía, acabamos bajo el manto de una dictadura de apariencia inofensiva con estoque mortal. Como toda dictadura debe tocar su fin, aventamos a la nuestra a su destino, que amaneció muerta más pronto que tarde. Habiendo que decidir presionados a contrarreloj, y aunque yo me comprometía a instaurar una democracia y dejar de firmar con una A -como cuando era neña-, tú señalabas hacia mi cuello con desprecio y acusabas a la estrella que siempre llevo encima de independentista, reduciendo todos mis intentos de negociación a polvo y aire.
Y para ti, que no concebías otro estado que tus ideales como hegemonía, se abrió una puerta contraria a mis alas. Tomándola como una invitación que no podía rechazarse, la cruzaste dispuesto a demostrar la firmeza de tu discurso.
Una vez -y no más- nos creímos justos.

miércoles, 4 de enero de 2017

Frágil.

Todos estos sentimientos que intento apartar de mí me van a acabar matando.
Acabaré siendo consumida si no logro renacer. Y yo quiero seguir viviendo.
Quiero volver batalla tras batalla con una sonrisa en el rostro, siempre dispuesta a superarme y no caer en los fallos que ya se dieron alguna vez. Quiero gritarle al mundo que estoy dispuesta a avanzar sin ti porque soy lo suficientemente fuerte para hacerlo y volverme a enamorar de quien venga a robarme el corazón dejándose la dignidad a las puertas de cristal. Quiero huir de todos estos sentimientos que sólo dificultan la partida, asesinarlos sin piedad pero mantener su sombra pegada a mis alas. Quiero acabar con tu sonrisa afilada como un puñal que se inserta a doble hoja y con las lágrimas desenfrenadas que ruedan por mis mejillas. Quiero incinerar todo lugar que hayamos pisado, contaminados de recuerdos con los que me cuesta caminar día a día. Quiero devorar otros ojos con la misma pasión que desvestí los tuyos entre suspiro y suspiro. Quiero sonreírle al amor y dejar de ser el tigre que muerde dos veces para asegurarme de que no me muerde a mí. Quiero encontrarme una mañana despertando en otros brazos con la ilusión de que el tiempo se vuelve de nuevo infinito. Quiero acariciarme el cuerpo con el mismo cariño que lo hicieron tus manos y no odiarme por todo lo que soy delante del espejo. Quiero volar tan alto como para tocar el cielo y no romperme las alas de forma suicida. Quiero explorar mar y firmamento que se vuelven cada vez más cristalinos al brillo del sol de primavera. Quiero dejarme de tonterías y quitarme la ropa sin miedo a que alguien salga corriendo asustado de la oscuridad que me rodea. Quiero un incentivo que tire de mí en el borde del abismo y viaje conmigo a cualquier otra parte. Quiero apoyar mis piernas contra el cabecero de la cama y reducir el espacio que parece enorme sin otra mitad. Quiero saltar por la ventana y convertirme en el aire que respiras sin intoxicarte de tristeza. Quiero bailar por las venas de la noche con la certeza de que no caeré en medio de la nada. Quiero correr libre entre la niebla y encontrar la estrella polar al final del horizonte. Quiero que todo esto sea real y no mentirme con veneno fluyendo por mis venas. Quiero terminar con la costumbre de pensarte a todas horas, de transformar esta inutilidad en palabras que mueren y ya no te llegan.
Volveré a la vida cuando rompa este muro de hielo.