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martes, 2 de febrero de 2016

Inherencia.

Me desencajé los huesos y abrí el corazón a las nubes borrascosas del ocaso.
Me quemé los dedos y busqué la primavera en las hojas que deja el invierno tras de sí.
Me calenté las manos suspirando sobre ellas y vislumbré recuerdos de un pasado marchito.
Me lamí los labios y encontré un corte vertical que quemaba al tocarlo, como algunas viejas heridas.
Me miré en el espejo y me descubrí despeinada, somnolienta, viva y muerta, fría.
Me golpeé contra sentimientos ininteligibles y me hallé esperpéntica buscando darles cabida.
Me desabroché los botones de la camisa y me anudé la faringe para no hablar de más.
Me senté sobre la mesa y calculé los minutos que quedaban para alcanzar la cúspide del aburrimiento.
Me asomé desnuda a la ventana y liberé lo que quedaba encerrado de mí como mujer.
Me sorprendí al pensar que hoy era lunes y descarté alunizar al ver que ya era martes.
Me dibujé a lápiz sobre una vieja libreta y coloreé el papel con tonos azules pastel.
Me olvidé de que aún quedaban cosas por decir y me escapé hacia mí misma en búsqueda de paz.
Me dispuse a desarrollar otro día más y me hice poesía sin prestar atención.
Me taladré que el arte no tiene por qué ser bello y me acordé de que sólo debe hacernos sentir algo.