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domingo, 4 de septiembre de 2016

Abatimiento.

Duelen los días que pasan en ausencia de quienes aún amamos. Duelen los retales de memoria que quedan anclados y no han de repetirse. Duelen los amores fallidos y las amargas derrotas que se nos cuelan hasta el alma. Duelen las cicatrices que tan profundo se clavaron en la piel. Duelen los tiempos desiderativos del "ya no" y del "demasiado tarde". Duelen las palabras amargas del rechazo disfrazadas de excusas poco convincentes. Duelen los ojos que nos miran con decepción y recelo -ocultando otros impulsos-. Duelen las hileras de dientes de tiburón transformadas en medias sonrisas. Duelen las manos que se mueven cerca y ni de lejos están por rozarnos. Duelen los siete pecados capitales, o el mismo repetido siete -o más- veces. Duelen las falsas trincheras dispuestas a lo largo y ancho de un territorio hostil. Duelen los clavos que hay que arrancar para cambiar por otros más seguros. Duelen también los que enterramos sin darnos apenas cuenta. Duelen las mentiras no dichas y las verdades por partes que se nos enredan en la lengua. Duelen los poemas a trozos que aún guardamos en hojas a sucio. Duelen las canciones olvidadas que una vez tuvieron significado. Duelen los pequeños detalles que pudieran ser los mas grandes. Duelen las risas marchitas que sibilan entre los labios -grapados a las altas comisuras-. Duelen las victorias de las partidas que, en el fondo, nunca quisimos ganar. Duelen los saltos al vacío y las sombras fantasmagóricas que nos persiguen en la noche.
Sí, eso gritamos: dolor.
Pero siempre en silencio.
O bien fingimos que aún duelen.
O bien fingimos que no, que ya no.