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sábado, 7 de junio de 2014

Reinventar.

En esa línea entre la vida y la muerte, un limbo donde vives sin vivir, mueres sin morir, y sólo tienes una función que te planteas seriamente si es o no útil: respirar.
Donde te dicen que los días son grises, que eso es lo que te abstrae; pero no, no son los días, eres tú. Tú estás gris, apagado, descolorido, desconocido.
Donde sonríes difusamente, sin estar alegre, como si llevases unas grapas en las comisuras de los labios. Sin embargo, nadie se da cuenta y todos piensan la suerte que tienes de ser tan feliz.
Donde los ojos se te llenan de lágrimas todos los días, se enrojecen y se hinchan, y duele mirar a tu alrededor. Por añadidura, nadie de tu día a día intenta fijar la vista en tu mirada esquiva.
Donde el cuerpo responde las señales nerviosas lentamente, y parece que tomas todos los días Valium por intravenosa, mientras solo hablamos de un poco de heroína. La mente se anexiona del cuerpo y flota.
Donde tus cabellos acaban cubriendo entre horas, y sobre todo al final del día, tu rostro demacrado sobre el suelo. Las lágrimas que recorren tu rostro enfrente al espejo mientras ves un despojo de la sociedad.
Donde la mente se fatiga al dar vueltas incansablemente a pequeñas nimiedades; nimiedades que tú, a diferencia del resto, consideras vitalicias. Y te gritan y reprenden por ello, mientras te estalla la cabeza.
Donde te dicen lo increíble que estás, lo que les gustaría compartir contigo, lo que darían por ser como tú. Con mirada perdida te cubres las muñecas, sabiendo que nadie prestaría atención a esas marcas de cortes.
Donde hablas de cualquier cosa que entiendas y te quedas quieto escuchando los problemas del resto. También quieres soltar un monólogo sobre ti, pero callas, pues nadie se dispone nunca a escuchar.
Donde bailas sin sentido una melodía que no se puede considerar realmente música, dada su escasez de notas. Aunque, a pesar de ello, no paras de hacerlo; estás intentando ocupar el tiempo vacío y monótono.
Donde vas el fin de semana al bar de moda y matas el aburrimiento, entre copa y copa te bebes la sobriedad. Sin reparos, dejas que te queme la garganta, que el veneno te mate lentamente.
Donde el aire te da en la cara y no refresca; sólo molesta, acompasado por el tráfico de coches que asesina tus oídos. Tras deambular todo el día de aquí para allá, perdido como un perro sin dueño.
Donde abrazas a quien te abrace, sin molestarte en esconder el vacío interior, haciendo creer al receptor que te está ayudando. Sobre el suelo firme que no refleja las mentiras que se dicen todos los días.
Donde dejas que te arrastren de un lado a otro y finges que te interesa el resto del mundo, cuando en tu cabeza son vagos espectros. Bajo el cielo que no les revela que cargan con un muerto viviente.
Donde huyes del trato social cuanto te sea posible; viajas a tu interior y te encierras con tus dibujos, tus historias, tu música, tu fotografía. Pero te vas y nadie se acuerda de ti, no notan tu ausencia.
Donde ríes cualquier cosa forzadamente o te limitas a proceder como el resto de las personas que te rodean, para que no descubran que eres diferente. Luchas por mantener intacta la máscara que recubre tu figura.
Donde planeas un mañana esperanzador que sabes que nunca aparecerá. Un mañana en que, como hoy, te destruyen las ganas de que alguien diga que te quiere y consiga que le creas.
Donde duermes con desconocidos, después de acostarte con ellos en una vieja cama, reduciendo tu esencia a lo más ínfimo y oscuro. De seguro que cuando despiertes no sabréis cómo os llamáis ni querréis repetir.
Donde desapareces entre las nebulosas intangibles que te rodean, ensimismado en la nada, perdido en el tic-tac de un reloj de cuerda. Te desvaneces fluctuante entre el oxígeno, nitrógeno, argón... incluso en ti mismo.
Donde esperas un milagro que consiga que vuelvas a amar, y sinceras tus sentimientos con aquel que te hace un poco de caso. Ante ti mismo prefieres obviar el hecho de que en verdad le das absolutamente igual.
Donde los besos se van, se alejan, vuelan entre las palabras ya inventadas que se profesan los amantes mientras juegan a herirse. Solitario intentas recordar el calor congelado de amaneceres acaecidos.
Donde la vida da igual, en una guerra constante de poderes enfrentados, entre esos reyes ciegos con semblante amargo aposentados en sus tronos de espino. No quieren abrir los ojos y ver la desolación.
Donde una razón para cambiar va enlazada de un par de días con sueños rotos y un corazón tiene que ser vendido para ofrecer algo mejor. El verdadero valor y belleza de la existencia humana se ha perdido.
En ese horizonte entre piel y hueso, donde se queman alas empapadas de salitre y hojas tejidas de escarcha, fundidas para forjar de su unión algo innecesario: el sentimiento de querer seguir vivo.