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jueves, 25 de agosto de 2016

Serendipia.

Quiéreme. Quiéreme aunque sea el final.
Porque todo puede ser y ya nada volverá a ser lo mismo: tu sonrisa descongela mis huesos y este mar se desborda por las pupilas; tus manos despliegan un mapa del abismo al que evito mirar, una amalgama de emociones que distan mucho entre sí y a la vez son una: el querer ser yo, y no más.
Y es que siento que puedo volar sin alas y respirar sin branquias, lo que me hace sentir coraje de león, cerebro de espantapájaros y corazón de hojalata. Puede decirse que vuelvo a Öz, sin tornado ni Totó, por un camino de baldosas amarillas que ya empezaba a cubrirse por el musgo. ¿Y por qué habría de querer volver a casa otra vez? Puesto que la lluvia, el frío y el viento gobiernan con una sola mano, sería suicida retornar al inhóspito clima al que me he acostumbrado.
Será entonces mejor dejarse las llaves encima de la mesa, aunque este alma de fuego sólo la visiten y vean pocas personas... Aunque este corazón de cristal tema hacerse pedazos una vez más, está dispuesto a latir de nuevo de forma diferente. Y sí, está dispuesto a desangrarse y dinamitar todos sus muros, barreras y trampas, todas las máscaras de seda que -con delicadeza y precisión- se ajustan a mi piel.
Qué locura, qué arrebato, qué pasión -y qué loca, qué impulsiva, qué apasionada-.
Qué palabras tan poco enigmáticas -y qué mujer tan al desnudo-, qué poco espacio queda para escribir en esta hoja a sucio -y que destructivo querer buscar otra hoja en blanco-.
Ven a buscarme en lo más alto o en lo más profundo, yo no sé dónde voy a estar... Sólo sé que será el paraíso hecho infierno, sólo sé que me dolerá todo el cuerpo.
Quiéreme. Quiéreme si yo no sé hacerlo.

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