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sábado, 20 de agosto de 2016

Natürlich.

No sé muy bien cómo llegaste a aquellas aguas que tan en calma parecían estar.
Recuerdo que era una noche de brisa que demandaba ser escuchada, que no retrocedía ante los monstruos de la oscuridad. Sí, era poderosa y magnética, se escuchaba el eco de voces muertas y se respiraban los últimos halos de esperanza.
Sí, tú ibas vagando entre los cuerpos y las cosas tangibles, poniendo un poco aquí y otro poco allá de tu jovial esencia, susurrando palabras que bien podrían llegar a corazones de bromuro. Dejabas que el tiempo se escurriese entre los dedos, más aún que la cadena de un reloj de bolsillo, esperando que la mañana hiriese el cielo en todo su esplendor. Recorriste los mismos caminos ya conocidos, bostezando ante el automatismo de poder seguir con los ojos cerrados en el bosque que te rodeaba sin que lograse confundirte y perderte.
¿Cómo fue entonces que encontraste un nuevo sendero desconocido, estrecho y sinuoso, apenas iluminado?¿Qué te hizo arrojarte sobre él descuidando todas las precauciones que tenías por costumbre tomar?¿Fue la gloriosa aventura de enfrentarte a lo desconocido, dejando de lado el miedo que atenazaba tu frágil corazón?
Era una noche de brisa oscura y el camino olía a frutas, cereales y miel. Te detenías a inspirar aquello que cosquilleaba en tus sentidos: la madera de los árboles, la luz de las estrellas, el sonido del agua fluir... El momento te embriagaba y no conseguías pensar más allá del instinto, que paso tras paso, te llevó a las orillas de aquellas aguas que tan en calma parecían estar.
Y digo parecían, porque dentro de ellas las corrientes eran frías y fieras, y la oscuridad era tal que la boca de una fiera hubiese sido más amable de acogerte. Pero tú no lo viste, no cuando llegaste: el reflejo del claro de luna titilando sobre ellas hizo que te arrodillases ante un reflejo de tus propios sueños y buscases el contacto contra tu piel. Y antes aún de que pudieses verlo, emergió una cabeza sostenida por un cuello grácil y enhiesto, prístino a la luz del amanecer que empezaba a romper contra el firmamento. Cabeza perteneciente a un ser de cruel naturaleza, ¡ah!, ¿desconocías lo que es una ninfa? Son bellas como las hadas, aparecen y desaparecen de forma misteriosa, dejando extasiados a aquellos que pueden contemplarlas. Como tú, que detuviste tus dedos -y todo tu cuerpo- a escasos centímetros de las aguas, sintiendo la fría temperatura de estas en contraste con tus treinta y seis grados destemplados.
Qué ser humano tan curioso le debiste parecer si terminó por sonreír haciendo que le brillasen los ojos y se aproximó a tu lado calmosamente, como queriendo no asustarte. ¡Pobre idiota, cuán poco sabías de las ninfas! Ojalá que en ese entonces hubieses sabido más, porque entonces no te hubieses quedado esperándola. Pero, ¡oh, no!, tuviste que quedarte inmóvil tras recoger tu brazo y tratar de no molestarla.
Allí te quedaste, mientras ella se sostenía estática y gotas veloces se deslizaban por su cuerpo fuera del agua, haciendo el tiempo dilatarse en el espacio, momento digno de quedarse grabado en la memoria. Entonces ella te miró con los ojos limpios y profundos, asomando la primavera por el borde de sus pupilas y te ofreció su mano. Tú la miraste como un niño indeciso que duda si aferrar la mano desconocida o no y el espectro de su sonrisa hizo que entrases en confrontación interna.
*Ven conmigo* dijo ella dulcemente, pero de una forma tan solemne que algo, en tu fuero interno, te decía que era peligroso.
*No sé nadar muy bien* confesaste tú, mirando alternativamente sus ojos, su mano y el agua.
*No vamos a nadar* replicó la ninfa. *Vamos a sumergirnos donde convivo con otros seres.*
*No tengo seguridad de querer hacer eso, ¿qué hay ahí abajo que aquí no?* preguntaste temblando como una hoja. Había algo en ella que te incitaba a arrojarte de cabeza y a volver sobre tus pasos por la senda.
*Sueños, esperanzas, anhelos. Maravillas que no están destinadas a todos. Pero también hay demonios y oscuridad. Hay un mundo entero bajo estas aguas que es muy diferente a tu mundo: conocerlo te hará un nuevo ser.* respondió la ninfa, siendo sincera en sus espinosas palabras.
*¿Un nuevo ser?¿Cómo podría ser un nuevo ser?¿Existe alguna clase de embrujo o resurrección?* seguiste preguntando con curiosidad, aún intermitente en la orilla.
*No, no hay realmente nada de eso. Para ser un nuevo ser, sólo basta con destruir todo lo que se fue anteriormente* volvió a responderte ella, envenenado tu cabeza. *Sí, podrías renacer como algo nuevo* susurró con los ojos cerrados y respirando de forma casi imperceptible.
*Renacer... ¿Podría ser eso? Me gustaría ser alguien nuevo, dejar atrás todas las medallas que me han colgado. Nunca las pedí, nunca las quise; yo sólo quería ser yo, simplemente, y no me han dejado...* dijiste con tristeza, recordando todo aquello que quisiste ser y jamás te permitieron, todo aquello que amaste y odiaste e hiciste.
*Entonces ven conmigo. Toma mi mano y déjate llevar. Te prometo que no volverás a sentir eso. Olvidarás todo y reducirás tu esencia al mínimo esfuerzo.* dijo la dama de las aguas con una sonrisa cansada mientras bailaba con gracia en el elemento que la dominaba.
*¿Cuánto tiempo estaremos sumergidos? Porque...*
*El tiempo que haga falta para que vuelvas a nacer. Será un suspiro, todo será más rápido de lo que crees* alegó ella con firmeza. *Ven, es sencillo, ya verás. Es sencillo dejarse llevar por la corriente...* fluyó serena su voz entre las venas del amanecer, con algo que no podrías describir pero que determinó que estirases tu brazo hasta rozar con tus yemas sus delicados dedos.
¿Qué sentirías en ese contacto?¿Quizá llegaste a sentir calidez en la fría piel de un demonio?¿Te dio tiempo a sentir algo suyo antes de que el agua ya te rodease y tirase de ti hacia el fondo? Porque, en cuanto la tocaste, virasteis hacia las profundidades y te olvidaste de respirar durante unos instantes. Al menos pudiste ver qué habitaba en la oscuridad: unos ojos tan profundos que eran absolutamente negros, unas manos tan delicadas que eran como navajas cortando el agua, unos labios tan sensuales que eran el escondite de unos dientes afilados como agujas, un ser tan devastador que era el puente hacia tu más profundo letargo. Y sí, fue entonces cuando viste lo escandalosas que eran las corrientes y que no es posible sobrevivir sin salir a la superficie, pero ya no pudiste volver nunca más atrás.
Fuiste destruido y te convertiste en algo nuevo, sí.
Encontraste la paz y te quedaste para siempre en ese mundo.
Como un cadáver.

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