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sábado, 13 de agosto de 2016

Resorte.

Terminó la costumbre de hacerte café a media tarde, de llevarte los zapatos por la mañana y de despertarme cuando te metías más tarde que yo en la cama. Terminó la costumbre de ponerse bufandas los domingos, de gastar los veranos en la playa y de seguir cuando lo pedías. Terminó la costumbre de acercarme sigilosa y sobresaltarte, de escuchar el eco de tus pasos por el pasillo y de llegar tarde a todas horas. Terminó la costumbre de esperarte en el portal, de sentirme pequeña entre tus brazos y de ver caer las perseidas. Terminó la costumbre de encontrarte la luz al final de las pupilas, de recordarte lo que quedaba por hacer y de quedarme callada si no había nada que decir. Terminó la costumbre de perseguirte por el campo, de sondear las olas del mar y de restarle importancia a las derrotas. Terminó la costumbre de enfrentarte con diplomacia, de pensar con cabeza cada movimiento y de perdonar cada palabra fuera de tono.
Y terminé por amar las máscaras y las mares embravecidas, la cerveza en grandes cantidades y el humo de vez en cuando, el reír a carcajadas y el detenerse a saludar, la música en cada esquina y los juegos de cartas, el viajar a todas partes y el vestirse como se quiera, la veloz adrenalina en el cuerpo y los besos porque sí.
Y terminamos por no volver a vernos.
Ahora sólo quedan recuerdos y poco más.
No nos queda un futuro más allá.
Ya no queda nada.
Nada.

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