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miércoles, 7 de diciembre de 2016

Nada.

Todos aquellos días de charlar hasta que sonaba el despertador, las noches en que te decía que te echaba de menos y tú sonreías y decías: "Pronto, lo prometo." Todos aquellos desprecios fingidos y las risas escapistas que se abrían paso por la garganta, todos aquellos silencios de largas miradas con amor contenido temiendo hablar ya demasiado alto. Todos esos besos que aún quedan por darse y no sabemos ni contar, y cómo no, la maldita costumbre de hacer café para dos aunque ya no pases mucho por mi cama. Todos los gritos descompuestos por la rabia y el dolor, todas las derrotas bien llevadas a las que siempre encontramos su victoria, todas esas veces en que te avisé de que terminarías por vivir en el infierno para verme asomada al balcón cada atardecer. Ni qué decir de todas esas balas que disparé certera a tu pecho cerrando los ojos, las cicatrices que se abrían al acariciarme y aún se abren. Todos esos recuerdos anclados allí en el centro y las mentiras que se creyeron mejores que la realidad. Todos esos paseos para deslizar tus piernas hasta las mías y los suspiros maldecidos entre dientes, los temblores desmedidos y el cielo como trozos de un espejo reventado. Toda la luz que energía transformaba y su antítesis oscuridad tratando de devorarme el corazón. Toda respuesta huidiza de confesar nuestros temores, todo mordisco emitido con más saña por si se descubría así la desesperación. Toda partida que quedaba por disputarse y la sucesión de muros levantados como un entramado de engranajes que sólo nos alejaban. Todos los cigarros del antes, del después y entre medias, entre tus brazos aferrándome como una isla de naufragios y mis ganas de decirte que dueles en los labios.

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