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sábado, 5 de noviembre de 2016

Après midi.

Tus labios me han incinerado más de lo que hubiese imaginado; y mira que estoy acostumbrada a vivir en el infierno, pero este calor es tan diferente que sólo quiero quemarme una y otra vez.
Da igual cuánto arda. Sé que si miro tus ojos encontraré un soplo del aire fresco que se cuela entre la naturaleza de tus iris; y aunque a veces llegue a helarme de frío, siempre acabo por encontrar la corriente del siroco.
Pero qué más da arder o congelarse, si lo único que de verdad me fascina es la electricidad que me recorre a tu contacto, el rayo zigzagueante entre mis vértebras que acaba por morir en mis escápulas, al igual que murieron tus besos y resucitaron entre sonrisas sardónicas.
Y no sólo eso, se deslizaron por mi piel dejando un rastro inequívoco de tu aliento hasta que coronaron con mordiscos el crimen perfecto.
No podría negar ahora el fluir de la pasión en estas aguas peligrosas, las mismas que se abren a ti para que domines el vaivén de las olas.
No podría cortar tu respiración el tiempo suficiente  para ver -divertida- cómo te retuerces y ahogas incapaz de replicar, al menos mientras rehuyas portar una cuerda alrededor del cuello.
No podría lanzarte al vacío que siento por dentro sin antes terminar contigo de una vez por todas, porque aún me debes otro claro de luna y algo más; y no acostumbro a dejar las cosas a medias, sin terminar.

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