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martes, 29 de marzo de 2016

Piel de tigre.

Caminas, caminas y no te detienes hasta llegar a ese sitio frente al mar donde te gusta sentarte, dejando las piernas colgando sobre el abismo, respirando el salitre que llevas dentro de tus pulmones y ya se ha adherido a tu piel.
Entonces cierras los ojos y te dejas llevar, y cuando vuelves a abrirlos, te sientes más nerviosa y más chispeante, más feliz por vivir. Y sin pensarlo demasiado, saltas al vacío, quizá porque en verdad llevabas un rato deseando hacerlo.
Mientras suceden tres segundos en que tu cuerpo responde a la gravedad, para ti eres como aire: libre, fluctuante. Y cuando aterrizas, flexionas las rodillas y agachas la cabeza, reduciendo el impacto. Así es como comienza el juego para ti.
Levantas la cabeza rápido, mirando al frente, y echas a correr hacia los túneles macizos mientras el ruido del mar golpea sus paredes y envuelve tus oídos, campando a tus anchas por ese espacio entre tierra y agua. Sin parar de correr, unas veces te agachas, otras esquivas, otras giras y otras trepas para volver a bajar. Y en tu viaje en espiral te cruzas con muchos gatos, que se equiparan a tu agilidad y velocidad, considerándolos rivales dignos para dedicarte a perseguirlos por diversión.
De ese modo, el tiempo y tú os hacéis uno en esos recovecos: corréis, os agotáis, ganáis experiencia y sabiduría. No dejáis de continuar, no os detenéis, siempre adelante, nunca hacia atrás.
Hasta que llegas al final del túnel y sales a la luz del día, donde se detiene el cronómetro y ves que has mejorado tus marcas. Aún puedes seguir considerándote medio gato, aún sabes que les va a ser difícil atraparte, aún tus ojos siguen viendo mejor en la oscuridad. No querrías abandonar esa parte de ti que tanto te gusta, que te hace sentirte algo diferente al resto; aunque te haga de lo más esperpéntica y excéntrica.
Tras tantos minutos bajo bloques, vuelves al punto inicial y te sientas con satisfacción, dejando que una ola de serotonina te bañe el sistema nervioso y dejando que las olas marinas te bañen los ojos desde su cercana distancia.
Y vuelves al ahora, más tranquilo y apagado, más triste por verte muerta. Y sin pensarlo demasiado, te levantas del suelo, quizá porque en verdad llevabas un rato lamentando hacerlo.

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