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lunes, 14 de marzo de 2016

Danza de demonios.

Te levantaste esa mañana dispuesto a salvar el mundo.
-¡Voy a ser un héroe!- dijiste con gran ilusión e ímpetu.
Yo, que aún me revolvía entre las sábanas a tu lado, te miré maravillada, con trazas acuosas de amor en las pupilas.
Debiste creer ver en mi cara una mueca de burla, porque de repente te levantaste molesto, apartando las mantas de tu cuerpo que aún dejaba sentir la noche anterior, y me diste voluntariamente la espalda mientras descorrías las cortinas.
Me quedé mirando para ti con fastidio por haberme malinterpretado, con el pelo despeinado de ignorar arreglarlo voluntariamente y el pecho firme ascendiendo y descendiendo con parsimonia, mientras esperaba a que te volteases para asesinarte con la mirada. A pesar de ser yo quien te había otorgado esa costumbre, no lograba entender esos arrebatos de orgullo, violentos y sin motivo, que ponían distancia entre tus manos y mi cuerpo acusándome de ser yo quien provocaba esa reacción.
Cuando te diste la vuelta, tus ojos me examinaron por inercia y nos entró un hambre voraz, destapado por el frenético ritmo cardíaco que golpeaba nuestros huesos. No pudiendo remar contra el instinto, te acercaste al borde de la cama y dejaste caer un suspiro profundo y oscuro, como si un animal se hubiese apoderado de tu espíritu, haciendo que mis mejillas se encendiesen y el resto de mi cuerpo perdiese su color. Inmóvil yo y tú arrastrándote hacia mí sobre el colchón, acabamos por unirnos en el preciso momento donde tus dedos contactaron con mi mandíbula.
-Y tú vas a ser mi heroína- susurraste desde el fondo de tu garganta, -como siempre lo has sido.-
Mentiría si dijese que no entendí tus palabras, porque yo, que estaba ahogada hasta el cuello en un mar de sustancias, sonreí sardónica como lobo feroz dispuesta a que suplicases; y tú, que estabas hasta la polla de aguantarte las ganas, me hiciste descender a la almohada de cabeza por mi insolencia.
Me quedé con ganas de decirte que tú siempre eras el héroe, salvándonos de la oscuridad que siempre nos rodea, pero acabé por entender que, en esos momentos, sobraban las palabras.

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