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domingo, 31 de julio de 2016

Destierro.

Es que -óyeme, cariño- todo lo que ves ahora, si es que te dignas a mirar aquí, no es más que entramado de piel y hueso.
Y es que no sabes ver a través del túnel de las pupilas y encontrar al final la luz. Porque aquí aún hay luz; aún hay una extensa sinfonía de colores que vibran con cada nuevo y diferente latido.
Podrás ver que mis infiernos son escarpados y lóbregos -bendita oscuridad-, pero nunca en ellos te perdiste y acabé por matarte, jamás exististe y luego despertaste. Así que, en verdad, no te acercas ni un poquito a rajarme el esternón y separar -como una ventana de doble cristal- las costillas marfileñas que me abrigan el corazón; y es por eso que no sabes cuándo soy agua y fuego, y cuándo la antítesis que desorganiza tus ideas.
No, cariño, tú no lo ves, no puedes verlo si yo no te dejo ver.
Pero te diré que necesito anclarme lo más alejado posible del límite establecido por la cuerda, que bailar entre mundos es inestabilidad inherente a mi persona, y que son ya demasiados mundos a donde quiero volar.
Y si de verdad quieres hacer algo por mí, atrévete a sostenerme entre tus brazos como una crisálida porque, antes que depositar el leve revoloteo de tus labios sobre mi niñez, necesito de ti tu energía vital para sitiar mi forma.
Entiendo que te aterre, porque ni siquiera mi entendimiento logra dilucidar entre las oscuras lagunas que me absorben. O quizá sí lo entienda pero lo único que quisiera entender claramente es que, si tú no ves porque yo no te dejo, no te atreverás a llegar por ti mismo al entendimiento metastásico.
No, cariño, tú no lo harías, no podrías hacerlo si yo no te compenso antes.

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