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miércoles, 6 de agosto de 2014

Carrusel.

Cuando le veía, siempre tenía en los ojos relucientes diamantes, las mejillas encendidas y en la boca una sonrisa llena de afecto. Las manos abiertas, francas, esperando asir en un abrazo a su amante; y el pelo revuelto por el frío sofocante que le recorría la espina dorsal. La piel rebosante de júbilo, por poder frotarse contra su jersey de lana en los meses de invierno; y los huesos con sabor a sal, al sumergirse en el mar de sus pupilas, cuando subía la temperatura. El cuerpo marchito después de deshacerse de la ropa con ansia y copular; y el alma vacía en vez de plena, con un hueco lleno de ausencia de algo que no sabían conseguir.
Se detenía el tiempo, cayendo sobre ellos como un torrente de granos de arena, inundando el aire de revoloteos de insectos y aroma de hojarasca reseca. El viento aullaba en sus oídos cuando en medio de la tempestad, salían a navegar, sin temor a la tormenta. La tierra se afirmaba bajo sus pies cuando paseaban entre la densa alameda; luego, resquebrajándose tras las huellas que dejaban en el barro. El fuego interior se avivaba entre telas, e incendiaba las piras donde se sostenían el uno al otro. El cielo se tornaba, cubierto de esponjosas nubes, infinito; incitándoles a soñar, en acariciarlo con la punta de los dedos desde donde estaban.A veces, se querían; a ratos, se odiaban; a susurros, se decían te quiero; a voces, se insultaban; a latidos fuertes, se examinaban intentando comprender; a miradas gélidas, se tiraban los trastos a la cabeza. Pero no era suficiente, nunca era suficiente. Nunca antes lo había sido, nunca más lo sería. La conexión iba muriendo lentamente; se partía en cada fallo, cada imprecisión, cada detalle, cada aproximación. Vivían en un esfuerzo relativo, en un intento engañoso, en un mañana que no llegaba. Se jugaban escapar de aquel pufo, al todo o nada, y varias veces se jugaron la vida.Fueron tensando la cuerda poco a poco: unas veces más, unas veces menos; unas soltaban, otras hacían nudo; otras recogían, otras cortaban. Fueron tensándola hasta que quedaron casi unidos, mientras hacían equilibrio en la cuerda floja a 300 pies del suelo. Justo al ver donde se encontraban, dejando sus miedos y diferencias atrás, se aferraron las manos llenos de terror mientras que su único puente de esperanza y salvación, débil como estaba, se rompió precipitándoles inevitablemente directos a su futuro.Sus cuentos no hablaban de historias hechas de causalidad, y la suya había sido así: un imprevisto, un de repente que les había cogido por sorpresa y arrastrado como un huracán, un ahora o nunca que se terminó cruelmente, dejando escombros en el interior de devastados corazones y soledad en la habitación cerrada donde bailaban, esa que ahora les provoca claustrofobia. Uno de ellos quedó peor parado que el otro, como sucede en todos los casos; fue la desdichada víctima del engaño cruel en el que habían querido creer, hasta que el otro se dijo que eso no era real, que ya no más, y le abandonó a su suerte en el borde del abismo: dolorido, extenuado, acabado, descosido, gris, indeleble, roto, agonizante, desesperado, insalvable.Y entonces, la víctima, quiso crecer y aprendió. Aprendió que los errores son irreparables, que no existe un botón de rebobinar, que nunca se debe confiar del todo en alguien a quien apenas conoces, que no puedes esperar que te den todo por hacerlo tú. Aprendió y creció, siempre irrecuperable, siempre mortificado. Nada o nadie le salvaba; ni lo conseguiría mientras se siguiese culpando del cariz que habían tomado las situaciones. No conseguían hacerle ver que no había tenido la culpa, que era sólo una pieza del juego. Se odiaba a sí mismo, y aún más a esa reacción química en el cerebro, con bullicio de feniletilamina, que nunca se dignó a aparecer realmente.Desearía no haberle conocido, no haberle sonreído y comenzar a hablarle, no haberle dejado traspasar sus barreras, no haberle dado esperanzas de algo que nunca creyó que pudiera pasarle en su vida. Y sin embargo lo hizo, cuando apareció de repente a su lado, como un vendaval de energía satisfactoria. Dejó que lo hiciera como si fuese un ser pequeño e inocente que no ve maldad alguna. Y traspasó los límites de su ser. Se rió en su cara, delante de todos, y no hizo nada por evitarlo.Pero su opuesto sabía que no le guardaba rencor alguno, porque no puede hacerlo. Porque está a rebosar de bondad; es demasiado amable para odiarle. Porque aunque se aneguen sus ojos de lágrimas, jamás le culparía de ello. Porque nunca le importó la distancia. Porque le había elegido en su momento, y sabía que con sólo eso le haría olvidar la peor parte. Porque en el fondo sabe que aún le quiere.

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