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viernes, 25 de julio de 2014

Meteoritos colisionando.

Y ahora, cada vez que me veo reflejada en los espejos, en los charcos, o en las ventanas, me paro a pensar.
Pienso en el pasado irrecuperable, en todo lo que he dejado atrás. Familia, amigos, conocidos, personas, y no sólo eso, también sueños marchitos, sueños volubles, sueños transformados.
Pienso en el futuro incierto de mañana, lo que está por llegar, en el cual no sé que haré, sólo espero alcanzar con éxito a los objetivos propuestos e impuestos, la gloria.
Pienso en el ahora joven dentro de los millones de galaxias, en el presente descoyuntado donde respiro mientras pueda, iniciador de grandes saltos, saltos que quedarán grabados en la memoria.
Pienso, dentro de unos días, el cambio que significará teñirse de un color artificial; pasar de un bonito castaño, dicen, con el que estoy preciosa, dicen, a un azul, dicen, que no me va a gustar, dicen.
Para mí es algo más que un color, un simple color inusual.
Hay personas que piensan en ese color como síntoma de un déficit de atención, de querer ser el centro de atención; otras como síntoma de un desorden mental, de sacar a la luz la locura interior; otras como revolución en esta era, romper las ataduras de la sociedad; otras como innovación a la moda, un canon novedoso a seguir; otras como un impulso sin sentido, la sensación de libertad de elección.
Yo veo en ese color un trozo del océano que puede ser tranquilo y furioso, océano que alberga sueños y esperanzas, amores arrebatados y sonrisas ahogadas, océano de misterios y maravillas. Veo en ese color el cielo que nos cubre, alcanzado en pensamientos, arrasado en memorias, iluminado por los astros, despreciado por los ingratos. Veo en ese color un soplo de aire fresco interior, el inicio de una nueva etapa, la determinación de la naturaleza del ser, la búsqueda y descubrimiento de la verdad.
Quiero determinar que hasta aquí ha llegado la vieja yo, un ser que se aferra a la esperanza, que busca ser aceptada, que da más de lo que recibe, que acata órdenes, que deja que la arrastre la corriente. Hasta aquí ha llegado estar para los demás cuando quieran, pero estar sola cuando les necesitas tú a ellos; ya no me voy a partir los nudillos por quien no daría ni la cara.
Es la hora del cambio que necesitaba, o que quería al menos, en el que voy a despertar al verdadero yo. Que todo lo que salga de mí, va a ser la más pura realidad. Y si grito, grito; y si sonrío, sonrío; y si me vuelvo loca, me vuelvo loca; y si lloro, lloro; y si gimo, gimo; y si me enfado, me enfado; y si enmudezco, enmudezco; y si río, río; y si me absorto, me absorto.
No quiero tener que esperar más por nada, ni por nadie. Quiero coger trenes sin parar, desconociendo a dónde me van a llevar, y no quedarme con la duda de a dónde habría llegado. Si me descarrilo, me descarrilé; no moriré con ello, cogeré otro tren. No perderé el tiempo en ideas absurdas; lo que se ve, es lo que hay, no soñaré despierta sueños que no llevan a ninguna parte. Tampoco haré cosas que no quiera hacer realmente, ni negaré mi personalidad, mis pensamientos; ante esa visión de mí misma, los que no quieran quedarse, no están obligados a permanecer. Además, buscaré la solución a mis problemas, como llevo haciendo hasta ahora; salvo que esta vez, hallaré la forma más efectiva y procederé con ella, aunque tenga que destrozar lo que se halle en medio. Esta vez, seré paciente, aceptaré mis errores; dejaré de saltar a las carótidas de los pobres inocentes que, realmente, no han hecho algo tan grave en mi presencia.
Ahora, ha comenzado el viento del cambio, el cual va a soplar a favor de avivar las llamas que emana el ave fénix dispuesto a renacer. Y el fénix renacerá de sus cenizas; el fuego arderá.

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