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sábado, 22 de noviembre de 2014

Dueto de cuerdas.

En estos instantes, dispuestos a confesar, abrimos el pecho, cerramos la garganta y dejamos que sean los ojos quienes hablen por nosotros.
Y nos gritamos en silencio lo que somos, lo que nos mostramos confiando el uno en el otro: heridas de guerra cicatrizadas, que aún duelen si se rozan, que aún saben a derrota. Mariposas negras, muertas. Reacciones químicas, que jamás llegaron a producirse. Relicarios de cenizas de difuntos. Rosas marchitas en pleno florecer. Mares embravecidos, teñidos de sangre. Huracanes con olor a salitre y gasolina. Diferencias existenciales entre A y B. Tiempo escupido al vacío de los años. Música en espiral que asesina los oídos. Poesía rota en medio de una ciudad. Errores jamás aceptados por las circunstancias. Distancia que se agolpa en las esquinas. Cofres repletos, ocultos a los mortales. Talentosos supervivientes del inframundo. Palabras que no llegan a ninguna parte. Lágrimas que nunca inundan pupilas.
Que tú y yo somos eso.
Decadencia y languidez, entramados de piel y huesos descosidos, corazones sin freno y marcha atrás, cigarrillos apagados por la lluvia, barbitúricos que no salen del cajón, memorias de almas en pena, último grito de libertad de presos, nitroglicerina sin envasar, soles fundidos en medio del desierto, barcos que han olvidado cómo navegar, cuadros que cuelgan ahorcados, sueños que no pueden realizarse, lugares de los que no se sabe regresar.

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