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viernes, 30 de mayo de 2014

Último escalón.

Me preguntas si estoy bien, y yo sólo quiero gritar como nunca antes, romper el más duro diamante con un sólo estallido de todas las sensaciones que bullen y fluyen en mi interior, en el seno de mis pensamientos, en la tumba de mis raíces.
Quiero sacar la rabia, el dolor, la cólera, la felicidad, el amor, la bondad, la tristeza, la indiferencia. Quiero sacarlos y quemarlos en el sodio de tus pupilas, donde rodeada de una sustancia maleable de pinta escarlata y salina, me reflejo. Ahí mismo, al fondo de los cristales opacos del alma.
Clavas en mí gélidas dagas enmohecidas, recubiertas por una podredumbre que se extiende por todo el filo de la hoja y penetra en el corazón de hierro forjado. Las clavas hasta la saciedad, siempre intentando no hacerme daño y, a la vez, causar toda la destrucción que esté a tu alcance.
Siento estallidos en el pecho, paradas cardíacas que me dificultan respirar; que me hacen inspirar, en paulatinos intervalos, las que parecen ser mis últimas bocanadas de aire fresco; quedos espasmos, en un intento frustrado de que no sean el último aliento de vida, el que se da justo antes de apagarse la llama vital.
Haciendo caso omiso a las premisas, pretendo engañarme a mí misma, emponzoñando mi cabeza de reacciones químicas, anatomía y magnitudes físico-tempo-espaciales, buscando desesperada un saliente al que pueda aferrarme, como una tabla de salvación. Uno que logre explicarme, metódica y lógicamente, una excusa al comportamiento odioso que presento cuando te tengo cerca.
Aterrados, los soles negros reverberan con iridiscencia chispas de orgullo, chispas que luchan por no extinguirse, alentadas por la sed de venganza, el olor sanguinolento y la visión de una expectante victoria. Las retinas se abren desmesuradas, absorbiendo toda la luz que es capaz de filtrarse a través de los iris cristalizados por el frío que acecha. Una vez oscurecidas todo lo posible, recobran su tamaño natural para verse, de nuevo, irascibles.
Responden, tras todo el caos generalizado en esos breves instantes de apenas dos segundos, mis labios, que pasan de estar ligeramente entreabiertos a sonreír cansadamente, y profesar un sí mortal, con una sonrisa que muestra unos dientes dispuestos a arrancarte la garganta, si intentas ver más allá de ella; sonrisa durante un espacio temporal de cuatro segundos rozados por cuerpos de metal, mientras se agita la tempestad que precede a la calma en el mar bravío de mi mente, donde naufragan memoria y pensamiento y se debaten las tormentas eléctricas que asoman, si te atreves a mirar, al borde de mis ojos.
Entonces te acercas, sigiloso como una sombra, y me posas una mano sobre una de mis clavículas de estaño, mientras con el dorso de la otra mano acaricias delicadamente la mejilla donde, invisiblemente, recorre como fuego una lágrima que guarda todos los momentos que te has perdido por no estar a mi lado. Buscan contacto con los míos tus ojos, que ahora brillantes y empañados, quién sabe qué quieren decirme... Tal vez lo que tu garganta no es capaz de revelar. A la vez, sonríes vagamente sabiendo que te he mentido, quedando dolido por no haberte contado la verdad.
Te das perfectamente cuenta de que, en esos instantes, sólo quiero que me abraces y que no digas nada, porque no hace falta decir nada, porque así ya se habrá dicho todo. En cambio, no lo haces, porque si lo hicieses, dejaría de existir el tiempo, dejaríamos de ser tú y yo, dejaría de haber hielo en tus venas, y las isobaras perderían el norte. Y lo haces por ti, por mí, por lo que nos queda, porque todo se entreversa, por mis caderas con mariposas conservadas en naftalina, por tu espalda marcada como un mapa de arañazos.
Para resistir mejor los duros golpes que se van adhiriendo a tu cuerpo, y forman conjuntamente una pesada ancla, apartas las manos; aunque no quieras alejarte en ningún momento, porque te sientes complementado cuando bailas en la palma de mi mano si canto en tu cuello, porque hallas compañía en la soledad. Además, añades un paso hacia atrás, que significa más de lo que se aprecia a simple vista, pues simboliza toda la distancia que nos separa: una laguna, dos mundos, catorce besos de despedida.
Y mientras le digo adiós a los gatos que merodean tus callejones, me ves como siempre, como nunca: iluminada, preciosa, inteligente, cariñosa, grácil, adorada, divertida, deliciosa, enérgica, caprichosa, musa, presumida, liberada, hostil, puntillosa, espléndida, apesadumbrada, intensa, cálida, rescatada, inspiradora, perseguida, sabia, exquisita, alentadora, idolatrada, dominante, instruida, conmovedora, maniática, seductora, espontánea, déspota, admirada, detallista, exaltada, delicada, meticulosa, imperiosa, viva. Poesía que, perdida en sus versos adornados con arsénico, se marchita.
Deseas entonces, en ese momento, fundirte como cera, quemar como alcohol, consumirte como cigarro, volar como ave, morir como héroe, callar como mudo, observar como absorto, saber como sabio, amar como cuerdo, vivir como rey, hablar como letrado, dormir como noctámbulo, abrazar como oso, luchar como guerrero, conocer como culto, pesar como pluma, respirar como sereno, descansar como muerto, vencer como dios, reír como loco, y más aún que todo eso, deseas decirme: No te quiero, no me quieras.

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