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jueves, 8 de mayo de 2014

Trébol de cuatro hojas.

Voy a hablar, a dedicarle una de las mejores cosas que por entonces puedo hacer, una entrada.
Querida, y queridos, nadie, ni vosotros, ni yo, ni siquiera ella, es capaz de imaginarse lo maravillosa que puede llegar a ser.
La conocí... Me encantaría decir, para que quede bonito: 'más tarde que pronto'; pero os engañaría. La conocí 15 años atrás; yo era inocente, ella otro tanto, conectamos enseguida. La vida, digámoslo así, había decidido unirnos en un período de tiempo preciso y exacto para que nuestra recién nacida amistad se hiciese, con el tiempo, fuerte, inhundible, irrompible, verdadera, lazo de hermandad, alianza de sangres.
Ella era fuerte, arrasaba donde pasaba; yo... no tanto, digamos que nada, era un ser inestable, voluble, desequilibrado, los que me conocéis podéis afirmar que sigo siendo así. Lo que yo tenía era otra cosa.

Ella tenía la fuerza y las dotes de mando, yo tenía el coraje y las ganas de vivir. Ella tenía un ojo de cachorro y otro de león, yo los oídos como túnel de tren. Ella poseía el tacto en los modales, yo una lengua viperina que dejaba helado. Ella poseía una mueca que escondía una sonrisa, yo una sonrisa que escondía el dolor. Ella hacía amistades fácilmente, yo repelía al resto con los puños y dientes apretados. Ella quería llegar a lo más alto, compartir sus logros, yo apartarme del camino y poner la zancadilla a los que intentaban ascender. Ella cantaba como los ángeles, yo silbaba como un oxidado silbato. Ella reinaba en la tarima, yo me pegaba a la pared y esperaba a que pasasen las horas. Ella caminaba segura de su éxito, yo me la jugaba siempre al todo o nada. Ella abrazaba a quien necesitaba un abrazo, yo reía las desgracias del resto. Ella compartía sus cosas y tenía quien le dejase las suyas, yo cogía las del resto sin permiso y gruñía si querían recuperarlo. Ella se veía aceptada, yo un bicho raro. Ella brindaba con zumo y galletas, yo esperaba a que llegase el momento de hacerlo con la sangre de mis futuras víctimas. Ella era querida entre las personas, yo aullada por la soledad. Ella era una señorita cuidada de la clase alta, yo una dama de compañía de los bajos fondos. Ella jugaba las cartas al por mayor asegurando la partida, yo me tiraba faroles y por si acaso, guardaba un as en la manga. Ella impedía que nadie se sintiese menos que otros, yo pisoteaba el orgullo de los demás si me llegaba la oportunidad.

Ninguna en el fondo ha cambiado, por terquedad tal vez, o por vagancia, quién sabe, ni siquiera yo. Lo que sé es que la quiero con locura, que siempre que la necesito está ahí para mí, y nunca falta un día en que me dice "¿Vamos a tomarnos un café y charlar?". Sé que no habrá ningún momento en el que diga que no la echo de menos, y que es una de esas personas con las que voy a muerte, le pese a quien le pese, le joda a quien le joda. Sé que me falta mucho por conocer de ella, que realmente lo que os he dicho es solo un 5% de lo que ella es por entera. Sé que si me faltase o fallase, perdería la fe de nuevo; como en otras ocasiones que, con suerte, ella no ha tenido que ver; y me costaría recuperarla, esta vez más que las otras veces. Cuanto más alto, más dura es la caída, y apostar por ella ha sido una de mis mayores envites, pero con la certeza de que voy a salirme con la mía y ganar.
El tiempo pasa, cierto, y las canciones se olvidan, por desgracia. Pero los recuerdos perduran cuanto más importantes son; las palabras no se las lleva el viento si las atamos con una cuerda a nuestro meñique; la felicidad puede ser más latente cuanto más lejos la sienta, te sienta, sabiendo que allí donde esté tu tesoro, estará tu corazón; las promesas no se rompen si hablamos de nosotras, de lo que hemos vivido y lo que nos queda por vivir.
Oye, corazón, ¿te acuerdas cuando con 7 años me invitaste a tu cumpleaños? No te haces a la idea de lo muy feliz que me hiciste. Donde nadie quería posar los ojos, ¿qué fue lo que encontraste tú? Donde algunos escupían, ¿qué fue lo que hallaste tú? Donde todos evitaban pararse un rato, ¿qué fue lo que descubriste tú? Creo que empecé a descubrir lo que significaba el precio de la amistad, aunque no me diese cuenta. Que si hay alguien para toda la vida, tú eres de esas personas. Y realmente, ¿sabes? No me acuerdo que día decidimos hacer pública nuestra amistad, dejar las cosas claras, imponer unas normas. Pero me da igual, porque soy feliz teniéndote a mi lado, y creo que no ha existido una sola vez que nos hallamos enfadado, y espero que nunca la halla, aún sabiendo que sabríamos solventar cualquier temor o duda y seguir adelante, sin tener que empezar desde cero otra vez.
No me faltes nunca, por favor, y esto no es sólo una súplica, también es una daga de doble filo, en la que mantiene en el dorso una promesa que jura y perjura ser siempre fiel a ti, por y para la eternidad.

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