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sábado, 25 de octubre de 2014

Psicosis destilada.

En noches ciegas que descubren maravillas, suelo caminar por calles heladas que se tiñen de luz de farolas y sombras proyectadas. Predominan las significativas derrotas, las tristezas sobre las alegrías y el dolor sobre la sonrisa, o debajo. Siempre acompañada de esa punzada agonizante que invade el pecho, en forma física y espiritual, sin poder localizar el foco del dolor; son ya tantas cosas acumuladas...
Como alma sin su cuerpo, siento el diafragma estallar cuando ahogo mis penas en alcohol, en un intento de encharcar los pulmones, mientras me escondo tras mis propios muros (barreras, barreras y más barreras): sonrisas que quiten hierro al asunto, tristes pupilas que procuro alejar, movimientos enérgicos que inspiren fuerza, pasos firmes que indiquen seguridad, lengua vivaracha que transmita desvergüenza.
Y si alguien cruza la frontera, no importa mientras no pueda extorsionarme para que hable. Todos los detalles se han quedado vacíos, hasta los más clásicos y románticos. Ya ninguna flor es capaz de arrancarme una verdadera sonrisa. Me recuerdan que estoy tan muerta como ellas... Así, pudriéndome con el aire y el arsénico que invade mis vénulas, consumiéndome como la vela que nadie se atrevió a apagar, deteriorándome en un futuro incierto de realismo.

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