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jueves, 26 de enero de 2017

Bohemia.

El ruido del reloj tensa tus músculos y te revuelves en la parte fría de la que tu cuerpo no se había apropiado. Abres los ojos en la penumbra y buscas la luz filtrándose por la ventana, delatora del tiempo que avanza en línea recta. Los cierras de nuevo con una mueca de cansancio, queriendo hacer infinito ese momento. Te cubro mejor los hombros para resguardarte de la calidez azul de tu habitación y me encojo entre tus brazos, buscando el suave contacto de tu piel. Un pequeño escalofrío te sacude y gimes casi imperceptible. Me cierro más contigo brindándote todo el calor que puedo, las sábanas crujen al movimiento y una ola gravitatoria cae sobre la cama. Con parsimonia, reabres los ojos a la húmeda oscuridad y proyectas luz en múltiples direcciones, visualizando las cuatro paredes que encierran toda una amalgama de emociones. Frotas tus pies entre sí y te estiras para que los huesos se quejen, soltando un quedo bufido a la mañana e incorporándote con tu pecho como un imán de las alturas, dejando que cabeza, brazos y piernas le sigan por inercia. Giras la vista hacia el otro lado y bostezas silenciosamente, apartándola tras unos segundos donde se te seca el alma. Tus manos se mueven y descubren la tibia desnudez que se sienta en el borde del colchón, espalda luciendo vértebras y hombros recortados a contraluz, piel erizada atrapa sueños, telarañas de venas y arterias que se enredan como relámpagos. Estiras de nuevo el sol sostenido sobre unas largas piernas y te arrastras hacia una esquina con la mirada fija y vidriosa. Cruzas tus piernas ancladas al suelo, mueves las caderas en un lento vaivén y te busco con deseo ferviente. La electricidad corriendo por los cables es la banda sonora que acompaña el vals onírico de mis costillas y tu cuello justo antes de salir a encontrarte. Mientras avanzo, el ritmo se corta y pierdes el color de forma estática, retrayéndote hacia ti de forma mortecina. Antes de que pueda llegar, el impulso te expande y un ruido quebradizo explota en torno a tu cuerpo. Para cuando llego, no me ves en pos de sostenerte para que tus rodillas no caigan en el suelo reflejo de tu oscuridad. Las lágrimas ruedan cual corona invisible desprendiéndose y tiemblas puro nervio y dolor, convertido tu cuerpo en precioso arte escarlata. Lo que veo me postra ante las costuras abiertas de tus cicatrices y me abandona al deseo de besarte entre nicotina una vez más. Pienso entonces que hoy te vi invencible antes de tratar de liberarte.

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