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jueves, 26 de enero de 2017

Distorsiones.

Y porque te quiero, me matas.
Me arrastras por el suelo llevándote contigo mi alegría. Me enfrentas cuerpo a cuerpo hasta que se nos quiebra el alma insostenible.
Pienso devolverte toda la rabia en forma de mordiscos, mas mi afecto refrena el instinto protector que nos volvería fieras deshumanizadas y amortiguo todos los golpes con meditación.
Me limito a bailarte el agua desde una esquina y dejar que la sangre fluya teñida de oscuridad.
Dolor tras dolor, las lágrimas huyen en secuencia y el blanco se transforma en escarlata en cuestión de segundos.
Te empiezan a pesar los ojos y mi cabeza rueda por la habitación sin ley gravitatoria, esperando al momento en que el tiempo se detenga para poder estabilizarnos.
Zarpazos al aire y tu boca se llena de asco, mi mente embravecida se intoxica por tristeza.
Te partes las manos contra hielo y arañas la superficie desangrándote invisible, aullando a la maldita indiferencia que te encadena al sillón.
Mi voz rasga el silencio seco en un murmullo amplificado por tus huesos, los besos se retraen hacia lo profundo esperando a liberarse en un futuro.
Morfeo llama a tu puerta y te acomoda la almohada, no sin dejarme presa de terror al pensar en una muerte súbita en tus manos.
Como tigre enjaulado, paseo sin descanso entre paredes que claman cama y tempestad, llevando a mis nervios a desorbitarse en un vórtice fatal que me arroja contra reflejos.
A mitad de una mañana herida, la luz que se refleja en la ventana aclara los ojos que se niegan a verte con dolor y los lleva a cerrarse cuando deberían abrirse ante el papel.
Consciente del par de horas de batalla en fase REM, corto el aire con soplo frío antes de besar la nicotina y algún químico más, induzco mi cuerpo al letargo de regeneración marchita sabiendo que, con el contador otra vez a cero, estaré dispuesta a amarte como nunca.
Ojalá que tu amor al odio no nos arrastrase hasta las puertas del infierno y lo supliese el amor incondicional que se esconde entre la espalda y la pared como un mapa del abismo.
Antes de caer, con ese último segundo de adrenalina ralentizada taladrando mis huesos, disparo la bala más letal a tu coraza de hiedra que siempre atraviesa certera, el incentivo de tornar a la serpentina que nos ata de pies a cabeza entre dos polos opuestos que se atraen irremisibles.

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