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sábado, 7 de enero de 2017

Descodificación.

Una vez nos creímos justos.
Creímos saber dar lo que se necesitaba y obtener lo que nos hacía falta: apoyo, cariño, una sonrisa para cuando llega el frío.
Y de verdad que lo creímos, pues la justicia e igualdad se volvieron la ley.
Hubo un tiempo en el que reinaron pacíficamente, y juntas, llegaron a construir grandes proyectos y destruir ciertas inseguridades. Pero tan blancas y puras eran que, por no desobedecer, alguna vez provocaron choques contra muros de cristal. Choques que rajaron la fina capa de seguridad e hicieron un claro contraste en ese paraíso artificial.
Para eliminar esa brecha, con la cual no se podía convivir, se aplicó un bálsamo opaco que no permitía ver con claridad qué había al otro lado. Cuando salíamos a dar un paseo, no estaba tan clara la dirección que debía tomarse, y más de una vez llegamos a perdernos entre avenidas y callejones. Pero aún así, insistíamos en que justicia e igualdad debían regirnos, incluso por encima de nosotros mismos y nuestros umbrales de dolor absoluto.
Aunque tú buscabas la república y yo la anarquía, acabamos bajo el manto de una dictadura de apariencia inofensiva con estoque mortal. Como toda dictadura debe tocar su fin, aventamos a la nuestra a su destino, que amaneció muerta más pronto que tarde. Habiendo que decidir presionados a contrarreloj, y aunque yo me comprometía a instaurar una democracia y dejar de firmar con una A -como cuando era neña-, tú señalabas hacia mi cuello con desprecio y acusabas a la estrella que siempre llevo encima de independentista, reduciendo todos mis intentos de negociación a polvo y aire.
Y para ti, que no concebías otro estado que tus ideales como hegemonía, se abrió una puerta contraria a mis alas. Tomándola como una invitación que no podía rechazarse, la cruzaste dispuesto a demostrar la firmeza de tu discurso.
Una vez -y no más- nos creímos justos.

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