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viernes, 2 de enero de 2015

Desarakne.

Nadie lo entiende. ¿Quién podría?
Atada con cadenas de plata, se debate agónica como un licántropo, y al liberarse quiere volver a batirse. Cuanto más libre, más atada quiere estar; y cuando la atan, busca su libertad.
No, ni siquiera ella se entiende... A menudo se asusta de sí misma; es todo tan superior... Si pudiera equilibrarse, ser como el resto... ¿Quién se comporta de esa forma? Asesinos. Ellos siempre vuelven a la escena del crimen.
Ella dice amar, quiere amar con todas sus fuerzas, pero en el fondo, no sabe nada del amor. Sabe de un sentimiento que va con la pasión.
Visto así, el amor es algo innecesario. ¿Quién necesita amor, que puede hacer daño, teniendo pasión? Así se puede disfrutar la vida sin importar el qué dirán; y da igual lo que digan, porque siempre que intenta uno explicarse nunca le escuchan. Entonces, ¿para qué le serviría malgastar su tiempo buscando ese amor?
Todo es tan caótico... En el cenit de sus deliberaciones, delineadas figuras discuten entre sí, batiendo con parsimonia, furia y destreza las alas. Invisibles a ojos mortales, Hugin y Munin se entrecruzan en el entramado óseo que corona el horizonte, extendido impasible entre curvas y rectas.
¿Por qué quiere ser prisionera entonces? Tiene una lista de amantes que siguen estando cerca suyo, que volverían por ver de nuevo cambiar de color sus venas. Se encarga personalmente de que siga siendo así todos los días, cuidando cada detalle que parece una pequeñez. Si fuese por ello, su tiempo sí sabe administrarlo.
Dejad que piense tranquila, no la agobiéis, que el azabache de su cuerpo no se debe marchitar. Tiene que lucir una sonrisa, tiene que brillar más que ayer, tiene que seguir siendo como es. Tiene, tiene, tiene, ¿y luego qué? Cuando ya no tenga nada...
Nada, no; nada, no. Yo estoy aquí por y para ti; y que así nunca te falte un apoyo, un pañuelo, un café, un sábado, un pensamiento, un duelo, un cuadro, un conocimiento, un vestido, un par de oídos. Que nunca te falte yo, que nunca me faltes tú, que nunca faltemos a las promesas, que nunca falten las ganas de repetir otra vez, y que nunca faltéis tú y tus idioteces para que me sienta, como cada vez que lo pienso -siempre-, afortunada.

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