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domingo, 24 de septiembre de 2017

Infierno.

Sabes que, cada vez que quieras verme, apartarás la vista del suelo y mirarás hacia atrás buscando una sonrisa cómplice, de esas que no se oxidan ni aún cuando está lloviendo.
Quizá entre luces iluminando el humo que flota entre los cuerpos, quizá entre sombras que esconden lo que algunas se niegan a aceptar.
Se escucharán risas y música, voces por debajo del ruido y golpes por encima de las mesas.
Mendigaremos cigarrillos, que han de consumirse en unos labios que han olvidado el verbo amar, y ahogaremos penas en los últimos tragos.
Estaremos dobladas como el acero al calor, buscando renacer como el ave fénix hasta el próximo día, tratando de olvidar todo aquello que alguna vez nos hizo daño.
Volaremos por encima de las masas que se aglomeran como sopa caliente: con la cabeza lejos, en otro tiempo y otra dimensión; con los ojos rojos, cerrados al silencio y abiertos a la verdad.
Creeremos pisar el paraíso atrapado en un lúgubre callejón y estaremos mordiendo manzanas envenenadas, rodeadas de serpientes listas para saltar sobre el cuello.
Se despertarán nuestros demonios y saldrán a la luz de las llamas, bailando y retorciéndose de forma antinatural.
Se nos secará la boca y escupiremos con rabia todo el veneno que guardamos dentro, y seremos menos y más tú, yo, nosotras, distintas pero iguales.
Trataremos de encontrar la salida, aunque sea a tientas o a gatas, ciegas que no saben apartar el dolor de otra forma menos humillante.
Quizá nosotras también hayamos olvidado el verbo amar ligado a la propiocepción, y otros tantos términos y conceptos que dificultarían la caída.
Porque ya sabes que, mientras actuemos como pobres diablos, no estaremos listas para pasar al purgatorio.

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