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domingo, 12 de abril de 2015

Tendón de acero.

Manteniendo por patria y por bandera el amanecer que se cuela entre las rendijas de las persianas.
Sin poder evitar clavarnos uñas y dientes, desgarrándonos la piel a expensas del cosquilleo de dolor que invade nuestros sentidos, contenido en cada uno de los surcos nacientes.
Enredados el uno con el otro, totalmente ebrios de pecados capitales y otras drogas, libres de culpa o remordimientos.
Y, más que nunca, vacíos de tiempo que no sea otro que este momento, tan nuestro ya desde que decidimos que sobraban la ropa y las palabras.
Pertenecientes al espacio que ocupan tus manos dibujando en mi espalda, mis labios reclamando los tuyos entrecortadamente, cenizas ardientes de cuerpo.
Desorbitados ante la cantidad de poesía que se encuentra sobre la mesilla, frente las ventanas, en las esquinas, tras la puerta, bajo las mantas...
Repletos de agujeros y cicatrices que nos cierran y nos dilatan en criptas transformables, desafiando a la gravedad de la que tratamos de huir.
E imantados al desmedido frío polar, producto del amor sincero que se nos descostala sin remedio.
Se nos están cerrando las salidas, mientras todo se vuelve demente y de mente, mental.
Estamos condenados a sumergirnos en lagunas de memoria y olvidar cómo doblan nuestros vértices; a interpretarnos en braille y bailar cegados por la luz del sol y psicotrópicos nocturnos; a vivir lejos, en otro tiempo.

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