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viernes, 24 de abril de 2015

Oniria.

Empiezo a pensar que lo nuestro es sufrir; sobre todo cuando las puertas estrepitan con fuerza en sus marcos y el cuerpo se nos desliza a tiras por el desagüe.
Los corazones se nos desgastan en el latir indiferente, y nos batimos en duelo de forma mental, echándonos las cosas en cara como clorhídrico, arrojando la furia a quemarropa, siempre con los ojos acusadores y la lengua viperina, dispuestos a llegar a las manos.
Y claro que llegamos. Sin continencias. El flujo de energía se sobrecarga de electricidad estática y polarizamos nuestros cuerpos, que van acortando las distancias, con el magnetismo glacial desorbitado.
Así, a diez centímetros que parecen millas, comienzo levantando la palma para efectuar un revés, que siempre es interrumpido por el rápido movimiento de tu mano aferrando mi muñeca y el impulso para hacerme girar, decidido y dictatorial, de espaldas a tu pecho. Si te descuidas un parpadeo, clavo mis uñas en tu fuego interno y te desgarro la piel en sentido gravitatorio, brotando la maleable sustancia escarlata que baña los besos.
Cuando el jade choca con el ónice y el azul de tu cuerpo pasa a violeta, voleteos de siroco se cuelan por el resquicio de los vértices e incineran, en su frío infernal, la prisión de huesos que te retiene, dejándote libre entre la ceniza y el hierro, dejándola libre de tejidos y vergüenza.
Es entonces donde somos menos cuerpo y más alma, ávida esta de acoger en sí misma otra que la complete. Que no me contendría a seguir si empiezas a arañarme las entrañas y te ofreces voluntario en las transfusiones de saliva. Si al fin y al cabo, sabemos cómo acaba todo de antemano; el hábito nos lo revela así.
El todo por el todo, plumas esparcidas por la física, carne resucitada por la fe ciega.
Tierra, fuego, agua, aire, mente, cuerpo, espíritu, sustancia, vórtice, luz, esfera, galaxia, fortuna, epicentro, caos, infinito, tú.

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