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domingo, 30 de agosto de 2015

Nox eternam.

Que me partan las manos -y que los que no sepan digan que soy una bestia- si he conocido una sonrisa más maravillosa que la tuya. La de fruncir los labios y estirar las comisuras como si se fuese a desgarrar el tejido de un momento para otro, y la de enseñar esos dientes de marfil y perla tallados exactamente a la medida de tu boca -y de mi amor-.
Cuántas veces habré querido sentirla con acuciada urgencia en los momentos más aleatorios y escogidos... Sentir la firmeza de tus labios tirantes y del sentimiento que la dominaba, porque no saben ellos que también a través de los ojos se siente -al analizar-. Y sobre todo, sentir cuando se transformaba en un beso e impactaba con un chasquido -por la compresión al vacío- sobre mí, envolviéndome en un eco que se vería reflejado en la eternidad -de mi memoria-.
Cuántas veces habré implorado tenerla de vuelta a mi lado, contagiándome de felicidad y algarabía, haciéndome estallar en una estrepitosa, repentina y risueña carcajada, sin saber yo por qué con exactitud. Cuántas veces habré yo... Cuántas veces...
Ahora sólo me queda decirte que todo parece más viejo sin ti, y más triste. Que las noches son más largas y encima vivo 2 noches al día; o que me expliquen el motivo de que, a las doce del mediodía, sea para mí luz crepuscular. Será que se ha ido la luz, será; aunque tu recuerdo sea el faro para un debate entre navegar y zozobrar... Y que al final de las pupilas de la gente sigue habiendo algo que impide que se les ilumine el alma, que hace que me miren como un espectro, y a veces quiero gritarles que no soy un retrato, que se equivocan, porque yo jamás podría ser -en su bello ser- un reflejo de ti. Así que, de su costumbre en su defecto, o efecto colateral, las mías van siempre inundadas de agua de mar por dentro, donde nadie puede ver -el dolor-.
Aún a día de hoy tengo que escuchar a esos expertos analistas que todos tenemos en nuestra vida y te dicen qué piensas o qué sientes, con total exactitud en su versión de los hechos. Cualquier cosa que piense por mí misma sobre mí queda anulada para ellos, puesto que son la máxima clarividencia y poseen la verdad absoluta -nótese mi, ya para ti conocida, ironía-. Así que acostumbro a reírme ante sus juicios y activar un melodía en mi cabeza para que resuene cuando hablen, sin saber.
De un modo u otro, no me queda otra que resignarme hasta el final; y mientras sigo estando separada de ti por densas aguas negras, no dejo de recordar -ardorosamente- el nombre de tan conocida laguna.

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