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domingo, 9 de febrero de 2014

Tic-tac del pecho.

Párpados cerrados, labios finos entreabiertos. Puños apretados, piernas estiradas. Lengua contraída en el paladar, abdomen relajado. Suena sin cesar el jodido tic-tac del reloj. Aprieta los ojos y se le arruga la nariz. Vuelve la mirada al techo, desaparece el abismo oscuro e infinito. Mira de reojo. Todo en silencio. Pone los ojos en blanco y resopla. No le gusta que le hagan esperar. Vuelve a mirar. Nada, no hay noticias. ¿Cómo se atreve a hacerle eso? Con las ganas que tenía de hablarle. No, no va a dar su brazo a torcer, debe mantener el orgullo. Claro que, ¿y si por no hablarle, no le habla? Sus facciones muestran preocupación. ¿Ha hecho algo últimamente que no le haya gustado? Si es así, ¿por qué no se lo ha dicho? Sólo tiene que decirlo y ya está, arreglado, procurará no hacerlo más. Endurece la mirada. ¿Debilidad? De eso nada. Ni un atisbo de ella va a dejar que se filtre.
Amor. Menuda basura. ¿Para qué sirve? Para nada. Vale más la pasión del momento, esa a la que pones una chispa y arde todo en un radio de cinco metros a la redonda. Joder, ¿cuándo tiene pensado hablarle? Se supone que le ama. Pues que lo demuestre, entonces. Se impacienta, se impacienta, se impacienta, se vuelve a impacientar. Háblame, háblame, háblame, grita su cabeza, sabiendo que el mensaje no tiene más destinatario que él mismo. Se recuesta, cruza las piernas en posición de yoga, mueve el cuello mientras sus huesos doloridos crujen y se quejan. Sus uñas se lanzan a sus dientes para ser mordidas, y en un último instante evita esto sacudiendo la mano con parsimonia. Coloca los dedos en el mentón mientras se da golpes tenues y después los baja a la mandíbula donde tamborilea de puro nerviosismo. Se deja caer encima de la cama, con cansancio, mientras se muerde los labios de desesperación.
Pero, joder, ¿a qué está esperando? No lo entiende. Tanto que dice que le quiere y ahora pasa. ¿Perdona? Si de verdad le quisiese ya le estaría hablando desde hace un buen rato. Mierda, ya empieza a pensar así, ya parece que se ha enamorado. Pues no, de eso nada. ¿No le quiere? Bien, pues entonces mejor dejarlo. En cuanto le abra conversación se lo comunica, que lo suyo se ha terminado, y se lo achacará todo a la distancia, para que así luego no tenga que soportar lamentos y lloros. Está decidido.
Entonces, de la nada, del silencio más abrupto, surge un sonido característico que inunda el aire y pasa por sus oídos hasta llegar a sus neuronas en menos de un segundo. Ahí está, le ha hablado, ¡al fin! ¿Dónde se había metido? Y ni se lo dice, sólo recibe un puto hola. ¿Hola? ¿Y ya está? Se acabó, la relación se ha terminado, ahora mismo se lo... Disculpas, palabras de afecto, preocupación, interés, todo eso viene de seguido, y eso que aún no le ha contestado a su saludo. ¿Cómo diablos se le ha pasado por la cabeza cortar esa relación? Es insufrible, sí, pero hoy no cumplirá con lo que se ha prometido, si se da esa situación muchas veces no tendrá más remedio que tomar cartas en el asunto, pero mientras...

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