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miércoles, 13 de diciembre de 2017

Yesca.

Yo fui fuego, y océano, brisa revolviendo el pelo, tierra mojada al amanecer.
Fui toda sensaciones.
Hasta morir y brillar como recuerdo.
Fui dolor atravesado en tus labios, esperpento de un fantasma de luces suaves, lágrimas que se echaban carreras por ver cuál llegaba antes a precipitarse al vacío desde tu barbilla.
Fui el humo que escapaba lento, una escala de grises, toda encaje, lencería fina.
Fui ninfa que bailaba en una casa dormida a altas horas de madrugada, fiera indomable sobre tus piernas, escalofríos de pensar en acariciar las constelaciones de lunares de tu espalda.
Fui buenos días que sacan sonrisas y noches que roban el sueño, la pistola cargada contra la sien y el ruido entre el silencio.
Fui pájaro encerrado en jaulas, el golpe contra los muros en un arrebato de locura, arañazos sobre la piel y cortes dejando fluir la sangre hasta secarse.
Fui pupilas de alto voltaje, la misma y cada vez distinta ruleta rusa, el epicentro nocturno y las noches de desenfreno, la vida que besa a la muerte, la muerte que llama a la vida.
Fui grito sereno en mitad de la nada, lúgubre barco navegando en alta mar, heridas de guerra rompiendo sus costuras y gata valiente de piel de tigre por callejones.
Fui llamada de socorro y auxilio de los desamparados, la última persona que salía por la puerta del bar y estatua cincelada a hueso y carne entre mármol.
Fui relicario de cenizas, asturcón indomable, cruz negra, femme fatale que susurra al micrófono con voz de terciopelo, aunque estuviese desgarrada por querer dormir más tarde que la Luna.
Yo fui yo, en todo momento, aunque no me reconozca y vea distintos mi propio cuerpo y pensamientos. Fui yo, aunque me niegue, rehuse y escape en ocasiones. Fui yo, como las dos caras de la misma moneda. Fui yo, como un joker en la baraja.

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