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lunes, 2 de noviembre de 2015

Ignominia.

Apareces en mi radar y activas mis alertas meteorológicas, haciendo de mí cenizas húmedas de sal. Cómo querría que vengas otra vez y pruebes el veneno de la esencia comodín, cuidando no engancharte con los vértices que provocarían tu caída a las sombras... Pero maldita sea tu reticencia a los metales que impide a tus ojos verme de nuevo inocente en la infinitud del ser. Aunque nunca fuese.
De tus ojos a los míos hay cuatro pasos y dos besos, de tus manos a las mías existe un hilo conductor que no se ve, de tus labios a los míos hay excusas y suspiros. Cruel tortura que me espera por verte pasar como una estrella fugaz, que quien dijo que cumplían deseos al cerrar uno los ojos fue sierpe evocando la manzana. ¿Quién dio la manzana envenenada a quién? Siempre culpan a Eva...
¿Atreverán tus piernas a volver a pasearse por este entramado de recuerdos con la elegancia que es dotada de las artes vueltas a la luz? Te visualizo gimiendo todo el dolor que clavé en tu alma, tratando de morderme el corazón. ¡Cuánto encanto te nutría en aquellos alocados instantes! Tanto que volvería a afilar las dagas. Sólo por ti, y nadie más. Déjame inmersa mientras atrás queda tu estela.
Soplan sirocos ardientes entre mis párpados y acaban por colarse entre mis costillas, que se abren como persianas al alba. Inundando todo azul, un rayo vespertino provoca una sacudida eléctrica en la raíz del árbol que extiende sus ramas por mi cuerpo. Qué descarga tan violenta en esta laguna insondable, y qué placentera al producirse la conexión que me da vida.

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