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jueves, 1 de febrero de 2018

Evocatoria.

El silencio se expande entre nosotros
a través de las gargantas
que no están dispuestas a pedir explicación.
Cada vez menos existen buenos días
y el protocolo de sonreír sin pensar,
cada vez más llueve sobre mojado.
Mis manos reflejan la tormenta de verano
que avanza a hurtadillas en primavera
y se cuela por las ventanas del alma,
intentando llevarse las nubes traslúcidas
que ocultan la luz.
No es el maquillaje lo que apaga mi risa
ni el odio lo que cava ni tumba,
puede verse a kilómetros que me destruye
el amor inocente y perverso a vuela pluma.
¿Dónde está el fantasma de Fortuna
que una vez quiso besarme ligero
sin atraparme a punta de navaja?
Quizás olvidado en un cajón,
donde ya no paramos mucho a recordar
aquello que -al menos- una vez creó felicidad.
Será cierto que olvidamos, al fin,
al otro cuerpo que aguantaba el aguacero y
provocaba tormentas eléctricas de magnitud desconocida.
Tendré que agradecer todo lo malo
al igual que agradecí todo lo bueno,
pues, sin ello, no serían mis mismos ojos
los que te observan desde la distancia
con la misma cautela y curiosidad.
Mataré por ver una última vez sobre mí
a la persona que dice que ya no más,
que esta guerra terminó
tras las batallas e historias.
Si es cierto que el amor vino y se fue
con la misma gracia, rapidez y facilidad
que vuela por el cielo un colibrí,
rodarán otro par de lágrimas,
mas no habrás de preocuparte
por un intento de atrapar tu maldita dulzura.
Esto empezó siendo un frío adiós
y terminó siendo una cálida bienvenida,
pues ha nacido perdón en tus labios
y arrepentimiento en mi corazón,
la perfecta unión
distante
que no confesaremos hasta el final.

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