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sábado, 21 de octubre de 2017

Teoría del caos.

Te encontré justo encima de mí, firme y brillante, al posar mis ojos donde antes no había reparado.
Quizá porque pensé que lo que estaba viendo era un reflejo de mí misma y no de ti, y cuál fue mi sorpresa al descubrir que algo tan maravilloso estaba encerrado desde siempre, pero no me pertenecía.
Encontrar un igual que me completase en magnitud y sueños, teniendo el mismo efecto de calma y agitación sobre el resto; y aunque pasase la vida besando sus límites, sentirme hambrienta de más, de colorear mi piel en tonos pastel e inundar mis venas en aire y energía.
Y tú, que me veías tan lejana e indómita, que llevabas tanto tiempo guardando el oscuro deseo de tocarme, guiñaste cómplice los ojos, esperando que tu gesto fuese bien recibido y devuelto, signo inequívoco de tener permiso para fundirnos en un mismo elemento.
Te encontré y me encontraste mas tarde de lo imaginable, mal momento en que decidimos orbitar a distancias prudentes por miedo a consumirnos: yo abierta a posibles formas de vida, tú desplegado ante incesantes aves de paso.
Pero fue Fortuna de nuevo Justicia, y al anochecer, entrando a mordernos el alma, la balanza se partió y los argumentos para no verse quedaron a ras de suelo, habiendo que moverse a ciegas en cauta carrera.
Y si el pistón estaba suspendido en la nada, el freno de mano y la palanca de cambios lo pisaron por inercia, accionando un engranaje que iluminaba la más completa oscuridad e inundaba cada esquina desértica.
Mas esa luz bien nos hizo devorarnos, pisando sobre mojado y desequilibrado los cuerpos, dejando de lado la limerencia para golpearnos en el epicentro de frías corrientes, quizá esperando que uno de los dos estuviese tan devastado que pudiese ser tragado por el otro.
Claro que, tan acostumbrados a la batalla, nadie quiso dar el brazo a torcer y rendirse antes de tiempo, dejando saltar las alarmas de propiocepción aun sangrando desmedidamente.
Que yo nunca quise estar por encima de ti, pero mucho menos ahora querría estar debajo, así que decidí desarrollar unas alas que no fuesen de Ícaro para poder alcanzarte.
Y si fuesen de fuego, serían antítesis en movimiento; y si fuesen de agua, la gravedad con su ley me haría caer; y si fuesen de éter, no habría nada diferente entre las luces que te alambran el cuerpo y yo misma. Y buscando y buscando, encontré un material ligero e invisible, tan luminoso que dañaba los ojos y curaba las cicatrices.
Pudiendo enraizarlas entre las escápulas, solo quedaba aprender a mover las convoca misma facilidad que tú danzas en tus dominios de suaves texturas; y aunque aprendí caída tras caída, mentiría si dijese que estoy preparada para alzar el vuelo, no siendo por falta de ganas.
Ahora que niegas mi existencia como yo a Dios, elevarme hasta delante de tus ojos no haría mas que dolerme por atravesarme y ver más allá.
¿Por qué habría de cometer sincericidio cuando tu ética no doblegará ante la desmedida locura que me arrastra hasta las puertas del infierno? Valdrá mas condensar las emociones y apoyarlas a cuenta gotas, resumir con prisas tiempo de silencio y no seguir el guión prestablecido en las eras de la soledad.
Si todas las ideas y conceptos saliesen de repente, estallarían las barreras protectoras alzadas en torno al epicentro y una retahíla de sin sentido a tus oídos se interpretaría como una partitura que confesase el secreto del mundo.
Y sabes tan bien como yo que existen límites de los que no se habla, aquellos que impiden construir un reino sin puertas cerradas imposibles de atravesar e inespecifican lo correcto, porque quizá ni siquiera aún tengamos baremo para medir luz y oscuridad.

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